enero 22, 2007

There is a light that never goes out

Take me out tonight
Where there's music and there's people
And they're young and alive
Driving in your car
I never never want to go home
Because I haven't got one
Anymore
Take me out tonight
Because I want to see people and I
Want to see life
Driving in your car
Oh, please don't drop me home
Because it's not my home, it's their
Home, and I'm welcome no more
And if a double-decker bus
Crashes into us
To die by your side
Is such a heavenly way to die
And if a ten-ton truck
Kills the both of us
To die by your side
Well, the pleasure - the privilege is mine
Take me out tonight
Take me anywhere, I don't care
I don't care, I don't care
And in the darkened underpass
I thought: Oh God, my chance has come at last
(But then a strange fear gripped me and I
Just couldn't ask)
Take me out tonight
Oh, take me anywhere, I don't care
I don't care, I don't care
Driving in your car
I never never want to go home
Because I haven't got one, da ...
Oh, I haven't got one
And if a double-decker bus
Crashes into us
To die by your side
Is such a heavenly way to die
And if a ten-ton truck
Kills the both of us
To die by your side
Well, the pleasure - the privilege is mine
Oh, There is a light and it never goes out
There is a light and it never goes out
There is a light and it never goes out
There is a light and it never goes out
There is a light and it never goes out
There is a light and it never goes out
There is a light and it never goes out
There is a light and it never goes out
There is a light and it never goes out

(II)

Éramos tres: él, el niño y yo. Seguramente ese niño era un niño que no existe, pero con la claridad que dan los sueños supe que se trataba de su hermano, o un casi hijo. Yo lo llevaba de la mano (al niño) y caminábamos siempre a la orilla de una carretera con un cielo tan oscuro que entre edificio y edificio apenas nos dábamos cuenta del mar. Yo lo sabía, como se saben otras cosas mientras se sueña, pero no porque lo viéramos. Buscábamos mi casa, es verdad. No sé si me perdía porque quería seguir andando con el niño al lado, con ellos dos al lado, o porque de verdad no recordaba dónde vivo. Desde luego, en un sitio con playa, no. Luego llegó todo el mundo, se llenaron las calles, y el niño y yo nos metimos a una tienda de olor a incienso mientras él se perdía en las calles llenas de gente. Nos preocupábamos por él, pero entonces, para que no tuviera miedo, cogí al pequeño en brazos y noté su respiración caliente, de bebé asustado, en mi cuello. Me dio esa ternura que produce ganas de llorar. Me moví despacio para que no temiera. Empecé a mover un poco la cadera, sin despegar los pies del suelo, y enseguida me vi haciendo círculos en un espejo en el que no se veía más allá de mi cintura. Sólo una falda verde, de pana, ceñida a mis muslos y caderas, y yo hechizada por el movimiento de mi propio cuerpo enmarcado en el espejo rojo. Cuando salí de mí, de la tienda, estaban todos mirándonos: al niño y a mí. Les grité, me enfadé con ellos y seguimos buscándolo a él. Ya no recuerdo mucho más. Quizá otra vez su cuello de bebé descansando sobre mi hombro. Quizá otra vez notarlo respirar, ya no lo sé. Sé que lo buscábamos a él porque en sueños casi siempre estoy huyendo. O buscando.

¿Algún psicoanalista en la sala? (I)

Una cosa estaba clara: Bizarro y Ojoespagueti (¿?) me querían matar. Al principio, yo llegaba con una maleta e inseguridad de pueblerina a calles enormes de Madrid. Seguía instrucciones que había aprendido de memoria y repetía ayudándome de los dedos. Llegaba a la terraza de una heladería. Ahí estaba él, irremediablemente atractivo y con una pistola en la mano, amenazando a los transeúntes. Educadamente, pedí paso y me dejaron avanzar, hasta que me vi envuelta en aquel ir y venir de caras pasmadas y tanto silencio. Decidí volver por el mismo camino y tampoco él, hermoso, amenazante, me ponía trabas. Creo que lo último que vi fue una familia de pie, en fila y con los brazos levantados. Me metí en la calle perpendicular a la del jaleo, ya no sé si por miedo o por intuición (me oriento tan mal en las grandes ciudades…) y vi las lucecitas del hotel que me esperaba. Seguí a un chico con muletas, también hermoso y pálido, no sé por qué tan pálido, con camiseta verde y prisa al andar, o al balancearse sobre sus brazos de hierro. Subimos juntos en el ascensor y a mí de repente me pesó la maleta. El botones nos ayudó y me dijo que nos habíamos equivocado con el color. ¿No es el verde? Le pregunté al cojo. No… Yo también me he equivocado, pero no importa, ellos son suficientes. Y era cierto. Una masa de jerseis, abrigos, pantalones rojos en todos los pasillos. Aquello no parecía un hotel, más bien una mansión de habitaciones comunicadas por espejos y llena de teléfonos verdes, de otro tiempo. Yo decidí llamar a alguien para explicarle cómo era aquello, una vez que me deshice de la maleta (siempre son un estorbo) y llamé a Alba, tan de lejos, su imagen nítida, y le conté lo del atraco y que todo estaba lleno de espejos, y probablemente de cámaras, y que todo estaba lleno de teléfonos y probablemente de… Temblé de miedo, colgué y decidí que no quería seguir allí. Todos intentaron detenerme, más con gestos inexpresivos que trataban de decirme algo que con las palabras. La kinésica servía de poco (aunque todos hubiéramos estado leyendo el estudio de Poyatos). La masa roja (algunos verdes) se balanceaba sobre muletas con una palidez extrema y me avisaba de que no… De repente el botones me estaba mirando, enorme, como si hubiera crecido, y con una chaqueta azul de botones dorados. Ya no sé ni cómo, pero logré escapar. Lo siguiente fue yo sentada en la cámara frigorífica de un bar (que parecía más una cantina de colegio) con una camarera mayor, compasiva, que me miraba con lástima mientras yo me atiborraba a pipas para pasar los nervios. En la terraza estaban él, Bizarro y Ojoespagueti. Se les veía muy bien desde la ventana. O ya no sé si eran sólo dos, pero sé que el hombre hermoso del atraco, estaba, y los nombres de los otros dos me asaltaban desde la memoria, y lo vi todo tan claro que me tumbé sobre la cámara, noté el frío en los huesos y me dio un vuelco como de náusea. Busqué la papelera en el suelo, dando golpes ciegos con la mano, tratando más de que no me vieran que de no vomitar. Una mirada rápida a la barra y mi camarera vieja, un poco arrugada alrededor de los ojos, sonriéndome con pena, como pensando que ya no tenía modo de escapar de aquello. No sé si del vómito o de la mafia. Alcancé el cubo de basura, por fin, y me deshice sobre él en una masa anaranjada que me quemaba al pasar por la garganta y me supo la boca entera a bilis, o a pipas. Supongo que por curiosidad quise seguir soñando, pero una vez que te despiertas ya no es fácil seguir donde lo dejaste.

Lo que nunca pasó esa noche de este enero

Take me out tonight. Take me anywhere, I don’t care, I don’t care, I don’t care.
The Smiths. There is a light that never goes out

Podía haber sido una noche normal, cualquier noche, pero en lugar de eso rompí una copa de vino en mitad del bar y me ardió la cara. En esos días aquello era suficiente para una explosión. Escupir mi ira incontenible a borrachos y amigos, sólo por eso, porque le tiré la copa encima, porque le manché el jersey. Podía haber sido una noche normal, incluso ahí podía haberlo arreglado, haberme reído y seguir bebiendo hasta llegar a cualquier punto en el que todo me importara menos. Pero no. En lugar de eso, me puse el abrigo por encima de los hombros, cogí el bolso sin colgármelo, pagué todo lo que había en la mesa y me fui sin despedirme. Cuando llegué aún estaba furiosa, contenida, extraña. Me temblaba la voz cuando me hablaba en voz baja y no estaba tan triste o tan dentro de mí, imagino, como para poder llorar. Me gustan los balcones. Me gusta hacerme una tila con menta y que me arda en las manos y que el humo me haga cosquillas en la nariz mientras jugueteo con la cuchara y las bolsitas de ese papel extraño, que siempre he imaginado lleno de insectos descuartizados. Pero juego, me gusta jugar con ellas, y el humo, y apoyarme en la barandilla desde la oscuridad que hay en los balcones que dan a un patio interior. No sé por qué me encendí el cigarro. Era un paquete olvidado, perdido, que llevaba no sé cuánto tiempo entre la ropa interior del primer cajón de la cómoda. Me acordé y lo busqué, y volví al balcón a mirar el patio y todas las ventanas con luz que daban a él, y el vaso estaba ya un poco más frío y no supe si beber o fumar primero o cómo hacerlo mejor. El humo casi siempre me da náuseas. Sobre todo si no he comido nada, si me tiembla la tila en la mano, pero me produce un placer visual, verlo arder, dándole apenas tres caladas en toda su vida y que me brille la brasa encendida arriba y abajo del balcón, pensando que quizá alguien pueda verme, que ojalá me vean. Y entonces tuve frío. Tienes frío si es enero y llevas la piel de los hombros descubierta, y estás fumando en un balcón. Tienes frío y es posible que te sientas hermosa. O sola. Las demás ventanas, casi todas a oscuras, me daban algo parecido a la lástima, o la pena, no lo sé muy bien. Sin embargo, encontraba consuelo en todas las que había encendidas. En el cielo no quedaba casi nada: Luces de ciudad en el aura sin estrellas que desprende la polución. Miraba el cigarro, que era lo único que veía, eso y el fondo oscuro y enorme de un patio que compartían cuatro edificios. No vi la brasa encendida al caer. A lo mejor porque estaba demasiado lejos, a lo mejor porque no miré al sitio adecuado. Luego sólo me quedaba el vaso y ver al beber el azúcar en el fondo, al trasluz, cuando le daban las luces de la calle y nosotros tan a oscuras. Se me había quedado olor a humo entre los dedos. Y era el último trago. Y pensé entonces en lo hermoso que sería que salieran todos, una rebelión en las ventanas, que se llenara todo de figuras en sombra, que alguien me preguntara: ¿Tú fumas? Y entonces poder contestarle: No, sólo cuando se ha puesto todo tan triste. Y entonces deseé que alguien me supiera cerca, allí arriba, o allí abajo, que alguien se asomara y me viera las manos caídas sobre la barandilla, o el azúcar que me quedaba en los labios, el ruido que hacía, entre tanto silencio, la cuchara en el cristal. Pero no. Miré una vez más todas las luces que quedaban abiertas, encendidas, cualquier noche en vela, un descuido o una fiesta de lejos. Yo apenas veía algo en el balcón. Sólo eso, la luz del vaso, el azúcar, la oscuridad de los dedos en su transparencia. Así que quise soltarlo, dejarlo ir, y lo oí, más que verlo, lo oí estrellarse allí en el fondo del patio interior con un ruido roto que se me quedó dando tumbos en la memoria hasta mucho después de entrar al salón, recorrer la casa sin encender la luz, con la mano en las paredes, y por fin, llegar a la cama.

enero 18, 2007

18.01

En la sala de fisioterapia a todos les cuelgan el tiempo de un saco de pesas y se las ponen en el cuello, en las manos, o allí donde les duele. O quizá no son tan mayores, pero han tenido un accidente, tienen la rodilla hinchada y ellos mismos se aplican ultrasonidos y calor con una mano mientras con la otra leen el periódico de distribución gratuita que han cogido en el autobús. Tú te recoges el pelo y te pregutan: ¿Accidente? Y tú: no, es dolor. ¿De qué? ¿Desde cuándo? Y tú: No sé, hace unos meses camarera, ahora exámenes. Así que tú no tienes una rodilla hinchada ni las manos arrugadas, de fondo siempre KissFM y cuatro o cinco fisioterapeutas hablándole como se les habla a los niños a algunos viejos tumbados en camillas que se quejan con la respiración cuando suben el brazo. Tú siempre miras al suelo cuando te ven mirar. Te recolocas un poco en la silla y te concentras en el calor del cuello.

enero 03, 2007

Este lugar no tiene ningún sentido

ni razón de ser
(punto)

enero 01, 2007

Él dijo

tristísimas mariposas ebrias, que somos, que soy como una mariposa triste y mal colocada. Dice cosas que suenan hermosas y me da la posibilidad de no dar las gracias. No sé por qué empiezo con esto y no con la llamada de teléfono que recibí en sueños o con las frases de canciones que últimamente me persiguen esté dormida o despierta. No voy a nombrar el año nuevo
año nuevo, ya lo he dicho
porque si no creo en el tiempo, qué me van a importar las fechas. No voy a nombrar que anoche al fin ver la realidad con los dos ojos
con un ojo en cada lado, dijiste tú y me gustó esa frase
y al fin hablar mirando las caras, brindar más con cerveza que con cosas que duelen y no tener que arrepentirme hoy del dolor de cabeza, del llanto o de los ojos de él mirándome vomitar cerca de la puerta. Luego serrín. Así que hoy podría ser domingo y no lo es. Hoy podría no dolerme el cuello o haber estado en la playa, o en tu casa, o en cualquier lugar donde haber comido uvas y brindado con gente que no está triste, vive triste como ellos y hacen que yo actúe raro y dé besos de cariño en la frente de ancianos que no suelo besar. Anoche veíamos la tele antes de que yo huyera a los bares. Vi dos cosas que me hicieron llorar. Era publicidad, imagino. Vi Vida en Marte

Now she walks through her sunken dream
To the seat with the clearest view
And she's hooked to the silver screen
But the film is a saddening bore
For she's lived it ten times or more
She could spit in the eyes of fools
As they ask her to focus on
Sailors fighting in the dance hall
Oh man! Look at those cavemen go
It's the freakiest show

Y después algunas imágenes que hablaban de optimismo. Creo que una bolsa mecida por el aire o un recorte de mar enclaustrado entre arquitectura. Entonces confío un poco más en la tele (quiero decir, no tan poco, no tan nada como antes) y después ya, todo lo demás.