junio 30, 2008

junio 27, 2008


El veintisiete era otra de esas fechas que nunca van a llegar. No sé qué hacer con las sábanas. Le pregunto a él y me dice que las tire o que las queme. Hay eco en el cuarto, un eco de pared vacía, de toda la ropa en cajas de treinta por treinta por treinta, de una váscula color azul. Desde la cocina me llega el olor a arepas. Ya las últimas. Hay un silencio nuevo en el pasillo. A veces alguien llora un poco, sin mucho ruido. Es un llanto casi dulce, un llanto esperado, un llanto de día veintisiete de junio, Stansted Airport, de vuelo a las siete de la tarde. Nadie habla. Y es distinto esta vez a los países que nos separaron entonces. Ya no es Escocia, ni Francia, ni Suiza, ni Alemania otra vez. Ahora es distinto. Ni siquiera le he dejado decir adiós, le he tapado la boca, le he dicho que no muchas veces con la cabeza. No sé por qué no lo he dejado decir adiós, si es verdad que adiós, no sé por qué no lo dejé marcharse entre sueños, como él quería, en una huida silenciosa de amanecida y cuatro de la mañana. Y en lugar de eso hoy, el eco del cuarto, la cama desnuda, el olor a comida atlántica y taparle la boca cuando iba a decir, sé que iba a decir, adiós.

junio 21, 2008

La noche más corta

Fotografía: dW


Y aquí estuvimos encerrados

todo el verano sin salir
Los Planetas. La casa

Yo te hubiese ofrecido mi verano. Era lo único que podía ofrecerte y tampoco creo que nos hubiera quedado tiempo para más. Yo aún tenía esperanza en el verano. Tú habrías elegido la ciudad, yo los balcones. Para el idioma ya teníamos solución, no sé si lo recuerdas. Y bueno, es verdad que el trabajo, que cansarse, el calor, pero vendrías a tiempo de dar un paseo de última luz en la playa y a mí me olerían las manos a pan. Luego dormir con las ventanas abiertas, sin sábanas, sin ropa, y esa brisa de noche en agosto. Sin embargo nos hemos quedado aquí. Tú nos condenas. Nos hemos quedado aquí. Aquí no se nota el tiempo, ni las horas. Aquí hay una luz eterna y siempre igual de tres de la mañana a casi once de la noche. Sin embargo no hay luz. Hay esa luz, pero no hay la luz. Sólo un día hizo calor y había esa brisa que no pertenece a este norte y dormimos con todo abierto y sin sábanas. Sólo una vez. Y parecía el comienzo de algo, pero no. Resulta que eso era todo. Eso era ese algo: La breve felicidad de pensar un verano en lo que dura un ascensor bajando nueve pisos. No queda más remedio que maletas, que empaquetar las fotos, decirle a alguien si quiere esta lámpara, soñar un lugar con balcones que ya nunca va a llegar. Ha sido extraño verte de lejos y sin poder tocarte. Tú nos condenas. No me atrevo a decírtelo, pero tú nos condenas. Ha sido extraño ese bar sin la libertad de sentarme en tu mesa, de tocarte el pelo o los párpados. Estabas ahí, al alcance de mi mano, de mi voz, unas sillas atrás. Y sin embargo nada. Te he dejado pasar, salir, sin detenerte, sin mirarte a los ojos y pedirte un porqué desesperado. No. Te he dejado pasar y entretengo mi cama, la lleno de otras cosas, de libros, de pañuelos, de cualquier materia que no se parezca a ti, que no me recuerde que deberías estar. Menos mal que él tiene un refugio. Menos mal que él cierra las cortinas para huir de esta luz sin gracia y oye a través de sus cuatro altavoces en estéreo la voz de Deleuze diciendo algo que sólo él entiende. Menos mal que él no me pregunta por qué lloras, que él tiene un refugio y me deja entrar sin hacer preguntas y se hace a un lado en la cama para que llore ahí. Su habitación parece otro mundo, sin esa luz, con una voz en francés de fondo. Y basta quedarse ahí dentro para olvidarlo todo, ese juego del solsticio, las hogueras, los sitios en los que yo creía que teníamos que estar. Basta su refugio, su calma, la oscuridad y la voz en los altavoces. Y siempre se me olvida decirle cuánto se lo agradezco.

junio 16, 2008

Ha sido el primer sueño dulce en mucho tiempo. El ambiente era el mismo que el de algunas pesadillas, pero no era una pesadilla. Sé que había oscuridad y construcciones verticales y puertas estrechas que daban a lugares de luces tenues donde servían batidos y había serrín en el suelo. Sé que era una ciudad francesa y que me emocionaba la presencia de algunos rostros conocidos. Los abrazaba, nos mirábamos a los ojos de cerca, y era un bar español, demasiado español, en mitad de un país extranjero. Más serrín en los pies y voces muy altas retumbando en un techo bajo, los tubos fluorescentes, un olor a carne y humo. Y entonces una de esas personas a las que quiero y hace tiempo que no veo me decía: Vendremos a verte a partir de ahora todos los fines de semana. Me llenaba de una ilusión nueva, olvidada o desconocida. Y salía con esa ilusión a una calle en cuesta, estrecha, oscura como las calles de algunos malos sueños pero sin que fuera un mal sueño. Entonces lo veía a él, en lo alto de una de esas calles. Montaba una bici como la montan los niños. No viajaba en ella, jugaba con ella. Le divertía pedalear y mirarse los pies, y las manos, y sonreía y me decía hola desde lejos. Me monté en la bici con él, que ya no era más una bici, ahora era una moto que conducía yo. Sentía el calor de sus manos agarrarse a mis dos lados del vientre. Justo ahí, donde tenía un tibio dolor de ovarios toda la noche, él dejaba sus manos y hacía una presión leve, cálida, que me hacía feliz. Y en mi vista las calles, sólo cuestas. El vértigo de bajar, no temer el abismo. Era un sueño oscuro pero sin miedo. Estaban sus manos y estaba llevarlo ahí, agarrado a mí, sentirlo niño, saberlo sonriendo y que de repente me besara la nuca. Con ese tacto en la nuca he despertado. Hacía calor en la habitación y el sol ya daba en la mancha que hay en la moqueta desde que llegué. He querido buscarlo, pero dónde. Y decido conformarme con eso, evocar ese tacto, ese calor, ese beso suave, casi de niño, sobre mí conduciendo en una ciudad hecha de calles cuesta abajo.

junio 11, 2008

swaynes house nivel dos

Querida Ada:
Vengo de escribirte una carta intangible. En realidad - perdóname - no la escribí para ti, pero tu nombre es el único que puedo nombrar. Te la he escrito en el lago, diciendo muchas veces querida Ada dos puntos - aunque no la escribía para ti. Lo he paseado descalza y hace la noche perfecta y ha sido insensato o imprudente pisar a oscuras las cenizas, el barro, los restos de un día de sol y fiesta que no me ha pertenecido, pero era tan triste ensuciar así los zapatos nuevos, y ha sido tan dulce, después, pisar el asfalto caliente, tierra firme, seca, sin escarcha. He visto, Ada, un montón de estrellas que aquí no tienen nombre. Sus nombres pertenecen a otro tiempo, a otros veranos, a una mano de padre sobre el hombro, explicando constelaciones, intentando convencerte de que no hay por qué temerle al universo. Me ha molestado verlas aquí - las estrellas, digo. Era como una intrusión, una cosa de otro espacio y en todo ese tiempo no he hecho más que preguntarme: ¿Estás borracha? Y no lo sé, Ada. De todas formas, me digo, el césped húmedo y los pies descalzos lo habrán curado ya todo. Un vino blanco de Mosel y un rosado de nombre ridículo que durante un momento sin tensión nos ha hecho reír de verdad. No sé si recuerdas, Ada, una camiseta negra, muy larga, con flores. Para mí esa camiseta significaba el verano. Ahora está rota, Ada. Tiene un tirante roto y no me ha importado nada ese tirante al pasear descalza y a oscuras entre los dos lagos. A veces creo que a la vida le gustaría vernos enloquecer. Le gustaría vernos pasear solos y a oscuras una dimensión de césped y cenizas con las sandalias colgando de dos dedos, el pantalón doblado hasta encima del tobillo y una camiseta que quería decir verano con el tirante roto, colgando espalda abajo. Me pregunto por qué pasan a veces esas cosas, pero he sonreído al pensarlo, al pensarlo en el lago, desde fuera, con el tirante roto y los pies en el césped. Una foto escondida, las cortinas echadas, la luz del flexo, todo el vino. Aún me pregunto: ¿Estás borracha? Y yo creo que no, yo me digo que no. Quizá un poco aturdida, quizá un poco pies mojados, quizá un poco mirando desde el lago las pocas luces que quedan en la torre. No sé, Ada. Te lo explicaré algún día, te lo contaré bien. Recuérdame que te hable de Bach y los silencios y una palabra que se escribe Wasserränder, o algo así. Ahora no lo entiendo del todo, pero a ratos sonrío y transcribo para ti esta carta intangible, la que te he escrito en el lago, aunque - perdóname - no la haya escrito del todo pensando tu nombre.

junio 08, 2008

Aeropuerto


Tengo frente a mí toda la tristeza que hay en un bar de aeropuerto. Y hay quioscos, y banderas, y no imagino la rutina de los empleados aquí ni me gusta no saber en qué punto del mapa de Europa estoy. Me produce este lugar un sentimiento como el que produce lo aséptico o lo maquinal o lo excesivamente poco humano. Vengo de ti y ahora no concibo el vino en un vaso de plástico, los vigilantes armados, el cordón de seguridad. Dice una de esas pantallas que dieciséis grados en Londres y cielos parcialmente cubiertos. Detrás de mí alguien pronuncia palabras alemanas y una señora de pelo blanco compra un par de calcetines grises duty-free. Me conmueven los verbos en las bocas de los niños. El camarero mira jugar al tenis en una pantalla de plasma. Y no viene nadie. Alguien se mueve un poco, hay cierto ruido de ruedas, pero no viene nadie.

junio 07, 2008

Ne rien chercher


Ellos no lo entienden. Ni siquiera les ha gustado el queso que elegimos. Este país no entiende nada. Tú sí. Tú sabes tener una habitación con vistas al pasto y al ganado, tú sabes caminar el Sena, Línea 1, encontrar la tumba número veinticinco del cementerio de Montparnasse. Y una foto en el suelo, y los reflejos, en todas partes los reflejos y tú, sobre todo tú, estos días han sido sobre todo tú. Contigo no hace falta buscar nada, contigo Ionesco y la lluvia y el Barrio Latino, contigo se puede contestar cuando preguntan: Qu'est-ce que vous cherchez? Rien.