mayo 20, 2009


Me pides que te explique la casa y está mal que me pidas eso. Yo creo que la casa nuestra ya no existe más ni existió nunca o si existió fue tan solo a ratos en los que la creí posible. Yo creo que la casa soy yo (porque tú no venías y me decías a veces: Perdona, pero yo no sé aparecer). En la primera casa yo te esperaba y no llegabas nunca. La primera casa estaba hecha de fiebre y los lugares se llamaban: Uno (o llegar a la casa). Cinco (o buscarte en el hambre). Seis (o los días sin número). Así iba creciendo la casa sin que estuvieras dentro. En realidad nunca estuviste y por eso siempre se repetía en las paredes:

Y me abandonas, cómo de fuerte me abandonas, me abandonas con la misma fuerza con la que yo te espero y sé, cada vez sé mejor, que ya no vas a venir.

Había muchas cosas escritas con barro o ceniza en las paredes. Ahora no puedo decirte todo lo que había escrito. La otra casa era distinta. Una casa en el norte y sin lluvia, al menos sin esa lluvia interior. Tenía menos que ver conmigo y nada que ver contigo. En realidad era completamente él, Ανδρέας (quiero decir que él o el primer hombre). Era hablar de sus manos construyendo la casa y de cómo no llovía y de lo hermosa que habría sido para engendrar y empezar de nuevo la especie. Algo así. Creo que no era más que mi fascinación por sus manos y la brevedad de sus manos. Y eso no tiene nada que ver contigo ni con la fiebre ni la lluvia. En realidad tú nunca nadaste en línea recta desde el Atlántico ni sé si alguna vez de verdad quisiste que existiera la casa.

mayo 17, 2009

"La lluvia

como una lengua de prensiles musgos
parece recorrerme, buscarme la cerviz, bajar,
lamer el eje vertical,
contar el número de vértebras que me separan
de tu cuerpo ausente.
[...]"
José Ángel Valente. De El temblor

Que te velen la fiebre, el insomnio y la fiebre. Cuando se sueña así se sueña más intenso y crees de verdad que un perro te devora las manos. Sudas como si eso pasara o como si fuera cierto que recorro el camino que hay de mi casa a la tuya y te busco para que me veles la fiebre. Es mentira que recorro ese camino, ni siquiera existe un camino así (no como el del sueño, lleno de sol y delirios y erupciones de asfalto y cielos rosas). Pero en la fiebre era claro, nítido, cada paso que daba, la conciencia de buscarte, la forma en que llamaba a tu timbre (¿2ºC? No recuerdo si en realidad 2ºC, pero se superpone el sueño, la nitidez del sueño y ya no importa si 2ºC o un piso distinto). De fondo sonaba All Alright mientras yo iba a buscarte y Jónsi pronunciando I'm singin' with you, singing in silence. Yo quería explicarte algo así, algo que a lo mejor coincidía exactamente con todas esas sílabas. No lo sé. Tenía fiebre en tu escalera, buscando desde abajo tu balcón y era como si sólo quisiera decirte (la canción demasiado fuerte, vibrando en el tímpano izquierdo, que es un tímpano herido desde anoche) algo así como I'm singin' with you o let's sing into the years. Y ahora escribo como si no supiera que estoy despierta. Como si siguiera recorriendo ese asfalto y buscándote y pensando en que me veles la fiebre o el insomnio. Escribo sin saber qué hora es en la calle o en tu barrio o en tu 2ºC y si no será verdad que he recorrido ese espacio y te he buscado y al otro lado no había nada.

mayo 03, 2009

Festival

El exceso y la música. Bajo todos los cuerpos, esos miles de cuerpos, los mismos órganos vibrando con la fuerza repetida que mueve los altavoces. Sentirse parte de esa masa que grita y que es joven y es bella y que levanta los brazos. Todos los brazos el mismo brazo, sincronizado y perfecto, la música que nos vibra en los ojos y en los tímpanos hecha carne. La búsqueda. Un instinto tribal y de tambores, alcanzar el éxtasis. Cerrar los ojos y el éxtasis, moverse como se mueve un solo cuerpo y ser todos parte anónima y excesivamente igual de esa masa que respira y que salta y que jadea.

mayo 01, 2009

Escribí al volver: "A. huele bien y lleva zapatillas azules y pronuncia la palabra escafandra." Yo llevo restos de ceniza y alcohol en los zapatos. Me produce náusea mirar hoy los zapatos y recuerdo al llegar abrir el Libro y que el Libro dijera: "Sí, pero quién nos curará del fuego sordo, del fuego sin color que corre al anochecer por la rue de la Huchette, saliendo de los portales carcomidos, de los parvos zaguanes, del fuego sin imagen que lame las piedras y acecha en los vanos de las puertas, cómo haremos para lavarnos de su quemadura dulce que prosigue, que se aposenta para durar aliada al tiempo y al recuerdo, a las sustancias pegajosas que nos retienen de este lado, y que nos arderá dulcemente hasta calcinarnos." Y entonces tenía que soñar la casa, esa casa que escribí para ti. En la casa te esperaba siempre en lugares horizontales, escuchaba tu música, leía tus libros para esperarte. No venías pero tenía la certeza de que ibas a llegar. Recuerdo un tranvía francés y toda la música de la casa. Esperarte en la casa. Levantarse con la paz de esperarte en la casa. En el sueño te pedía perdón por haber escrito en un papel: "A. huele bien y lleva zapatillas azules y pronuncia la palabra escafandra." Te explicaba que ese olor era un olor a química y nada más, que tomé esas notas para convencerme de que hay mundo más allá de tu cuerpo y eso es todo. Te contaba todo eso mientras te esperaba en la casa y tu presencia era sutil y apenas física. No quería levantarme después de soñarte así, de volver a verte, y ahora recojo las botellas del salón y escucho esa música que duele y te escribo a modo de exorcismo, como último intento de sacarte de aquí. Y no funciona.