enero 29, 2010

Han pasado ya veinte de las setenta noches de distancia. Los días han perdido la línea divisoria del sueño. Cada vez amanece unos minutos antes y agradeces sentir en las horas de coche el giro leve de la Tierra. A veces, temprano en las aulas mal iluminadas de un pueblo, sientes la campana de Plath agitarse por encima de ti, como si fuera a caer y dejarte dentro, respirar por los ojos, buscar el aire a movimientos de pez. Entonces es fácil tratar de volver a la madre, buscarla en los pasillos y en el olor a plancha caliente y el gesto amplio de doblar unas sábanas. Decir que vienes con la fiebre y el frío de la calle y sentarte de día, los pies contra la estufa, y repetir como un mantra en idiomas que no conoce (la madre no conoce) que este invierno está lloviendo siempre. Dormirte ahí, saber que duermes sólo porque se van alejando los sonidos de fuera y sientes sin embargo el latir cálido de los órganos internos. Por primera vez en tantas noches el único verdadero sueño profundo con los pies en la estufa y de fondo cayendo lentamente los ruidos de la casa, el olor de la casa, la melodía conocida de los instrumentos de la casa.

enero 09, 2010



Creímos ciegamente en la calidad indestructible de la casa. Sabíamos que estaba hecha de seres "maravillosos, como tú y como yo" y del resto de cosas irrompibles que formaban sus costados: la tierra, la fruta, el río, la verdad. Sin embargo ahora hemos llegado juntos al fondo del abismo. O se derrumba la casa y nosotros estamos dentro aún. Hemos tratado de detener la ruina con la fuerza de los cuerpos. Pero no. No ha bastado para aliviar la grieta irreducible que avanza en sus muros sin remedio, sin que ahora ya - porque ya es tarde - podamos detenerla. Somos cinco cuerpos con vida rodeados de escombros. O sin vida, o el escombro es la carne y la casa no existe. Al perder la estructura firme de la casa hemos perdido también la noción de la verdad. El amor a las cosas pequeñas. El movimiento exacto de la lengua sellando un cigarrillo. Están irreversiblemente muertas las plantas en el porche. El agua no es ya el milagro limpio y fértil que solía ser. No es más que otra molestia, la repetición constante de la lluvia sobre materiales de construcción sin forma, un montón de tejas y cemento apilado sin gracia sobre el barro. Escandinavia es un nombre que no volverá a existir, que jamás pronunciaremos, ni siquiera ahora que estamos solos, apoyados contra el muro, intentando creer que la casa existe, que nos cubre todavía, que no ha caído aún y que nosotros, los cinco, seguimos estando dentro.