Es verdad que esa campana existe. En la sala de espera hay viejas con la carne apelmazada, mal pintadas, con el esmalte de las uñas a medio quitar. Una de esas viejas dice a veces radiomaría y los pastores y el maná o la leche. Por suerte esa campana existe sólo a ratos, pero soñar contigo y luego verte, olerte la piel tras cuatro años de olvidar tu piel, me ciñe esa campana, me la pega a los ojos, me limita el oxígeno. Y la campana de Plath es el velo. Me di cuenta ayer, the bell jar es el velo amarillo. Gastar un día en nada, en estar dentro, en faltar a todo, en temer la lluvia, en dar vueltas bajo una colcha mientras cambia la luz, poner música de entonces y despertarme para salir, sin saber a dónde, salir y que estés en la puerta precisa en el instante preciso y tener tu piel tan cerca de la mía como si fuera la misma, como si aún estuviera soñando. Es normal, me parece, que aparezca el velo, esa campana, si sueño que existes, que vuelves a existir, y minutos más tarde, casi simultáneamente, no más tarde, estás ahí, paralelo a mi cuerpo, existiendo otra vez y besándome las mejillas, como si alguna vez tú y yo nos hubiéramos besado las mejillas. Es normal el velo y la campana de cristal y acordarse de todo eso con un temblor muy leve en las manos si pasa una hora y media en la sala de espera incorrecta, en un lugar en el que no se quiere estar.
octubre 29, 2008
octubre 21, 2008
Leerte así, o verlo irse así, o que alguien te diga no huyas y tú te sepas huyendo. Soñarte escalando kilómetros verticales de algas, o de piel muerta de serpiente. Amarrarse a eso que se desmorona y cae y se hace trizas y sentir el vértigo espalda atrás, nacerte entre las piernas, clavarte los dedos en la vulva o en el cuello. El vértigo ahí en el vértice más alto, más inestable, de una creación extraña, desértica, de algas o pieles muertas. Es lo que ocurre por habitaciones expresionistas, por la persiana rota, porque tú me dices sólo me quieres para que te lea, porque alguien me dice no huyas, por ella yéndose a la salida del cine sin decir adiós. No quiero soñar el vértigo. Despertarse con vértigo es despertarse con náusea, quedarse una hora delante del café, moverse muy poco, dejar que se enfríe y notarse en los ojos algo sucio todo el día. Saber que ellos lo ven, que lo ven y confunden con mala cara o insomnio. Pero no sabes cómo explicar que has vuelto a soñar el vértigo. Y que ya no lo vas a explicar para él.
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