febrero 28, 2008

Una tarjeta blanca

Soy esclava de una tarjeta blanca. Aquí todos lo somos. Hay quien la pierde y paga las cuarenta libras de multa, o quien tiene que levantarse a media noche porque recuerda que está en un bolsillo del bolso y teme no acordarse mañana. Todos vivimos en ese miedo a perderla. Salimos a la cocina con ella en la mano, le ponemos el nombre con rotulador azul o la colocamos en sitios estratégicos: La mía es la primera empezando por la izquierda, dices, o la que está encima del microondas. Y entonces, un día, si te cansa cargarla en la mano, no ser nadie sin ella, no poder doblarla ni guardarla en los bolsillos, te rebelas. Te rebelas y decides dejarla sólo un momento, tan sólo unos minutos de ducha encima de la mesilla. Y la abandonas, te sientes libre, te duchas libre, te gusta, te libera su ausencia, no saberla en el lavabo o en el bolsillo del pijama, pensarla lejos, como mínimo en la mesilla de la habitación trece. Pero sales, envuelta en toalla, con la ropa sucia en una mano, con su ausencia en la otra, y te das cuenta de que estás atrapada, de que la tarjeta te ha encerrado en el campus entero, te ha encerrado y no tienes derecho a la habitación trece. Protestas, tienes frío. Utilizas el número de emergencias y un señor con chaleco amarillo te pregunta: ¿Estás segura de que es éste tu cuarto? Dime qué tienes dentro. Y le explicas, con la toalla sobre el cuerpo desnudo, con frío en los pies: Una cama, un armario, paredes amarillas, sábanas granates y un abrigo verde. Usa su llave maestra, su tarjeta maestra, y te deja pasar. Y entras con frío, sintiéndote desnuda, y la ves ahí, vengarse, haciendo del campus una trampa, dándole la vuelta, mostrándote que puede uno estar atrapado sin necesidad de estar dentro, que sin ella no eres nadie, nada te pertenece y que eres tú, claro, la que la necesita a ella y no al revés.



febrero 26, 2008

Te vas a cenar. Y yo pienso en esa hora. Imagino mi casa. Los imagino también allí cenando, con las noticias de fondo o mirando en el teletexto la película que ponen en la dos. Lo imagino a él comiendo judías en un envase de plástico delante de la tele apagada, con la radio en la mesa junto al paquete de tabaco. O a ella, en una casa que apenas conozco, rodeada de hermanos y de padres, hablando con unos y explicándole de dónde viene el maíz a otros. Me apetece todo eso, comería la merluza rebozada de mi casa, o las judías frías o una sopa de calabaza con nata y un chorizo. Lo que sea, todo eso que está allí y no aquí. Me busco hace ahora un año y me veo en ese comedor marrón de colchones contra la pared. La perra Electra ladrándole a las sombras y yo masticando sola, con música de fondo y luces bajas. No sé que comía esa noche pero creo que hoy tengo más hambre de eso que de todo lo que hay aquí.

febrero 25, 2008

L'insoutenable absence d'E

A veces hay que esperar toda una noche en Liverpool Street Station y lo más triste es que te has ido. Tú estás ya en un autobús verde que te deja en Luton Airport. Tú para mí estás aún en ese autobús verde. Lo peor es esperar un tren no deseado. Es la estación de Liverpool Street vacía, casi vacía. Hice fotos de los vagabundos y de las palomas. Hace frío de cinco a ocho en Liverpool Street. Sólo queda calor en uno de esos cafés que nunca cierra. Y tú has sido, has estado, y había Bach en re menor, mercados de comida francesa y Kundera mientras estabas. Qué largo se hace esperar ese tren con frío, después de que te hayas ido, de atravesar Brick Lane como si fuese un lugar nuevo. Yo no vi claro que amaneciera, había esas nubes, no sé tú, pero sí era muy de día cuando el taxi me dejó en el campus y llevaba el bolso casi a ras del suelo y subí por el ascensor al piso tres de Keynes y desde entonces sólo he dormido, para no echarte de menos, dormir esas horas de tren, las de estación y sobre todo no pensar mucho en tu ausencia


febrero 19, 2008

NO WAY


Me gustaría decir algo. Sobre todo ahora, justo ahora, me gustaría decir algo. Hablarte a ti, del lado de allá, de tan allá; o a Lucio, si supiera que aún existe, que respira aunque esté lejos; o a ti, y preguntarte cómo sigue la tristeza de ese mar del norte. Pero no. No puedo. Me gustaría ser capaz de decir algo, pero me siento a escribir y en los dedos no me encuentro nada. Y teclean ellos solos: schneiden / schneidet / hat geschnitten. O: unverheiratet. Y sigo soñando con aviones y me despierto con claustrofobia, como si me hubieran cerrado la isla, como si ese miedo ya no me permitiera nunca salir de aquí. O a lo mejor no puedo porque aquí, al fin, a ratos hay vida. Porque al salir de clases de alemán para "beginners" alguien te invita a un zumo de naranja, o porque ya no me hace falta gastar veinte libras en vino (y te hablo a ti, me noto que siempre te hablo a ti) para que las cenas con gente se parezcan a las cenas con gente, porque aún hay quien vive en casas con salón y celebra su cumpleaños un sábado por la noche. No sé qué es, pero cada vez que quiero, que lo intento, que me digo: Ahora, me viene a la mente un cartel amarillo con un No Way enorme, sincero, escrito en letras negras que no me deja hacer nada.

febrero 15, 2008

Para ti, Lucio, porque yo también

estoy aprendiendo a comportarme como un ángulo recto:








cambio de forma astrud yo lo que soy es un triángulo yo lo que soy es fusiforme y exploto contra el techo siempre me fijo en las esquinas estoy aprendiendo a comportarme como un ángulo recto yo cambio de forma yo cambio de aspecto y cambio de forma yo cambio de forma, yo cambio de aspecto y cambio de forma hemos estado tanto tiempo tirando líneas y de pronto hay que empezar de nuevo y si nos estábamos tocando mi último giro en el espacio nos vuelve a dejar lejos yo cambio de forma yo cambio de aspecto y cambio de forma yo cambio de forma yo cambio de aspecto y cambio de forma y yo a vueltas con la perspectiva tú ya sabes que yo nunca pienso yo me proyecto yo cambio de forma yo cambio de aspecto y cambio de forma yo cambio de forma yo cambio de aspecto y cambio de forma

febrero 14, 2008

Intento de traducción de una canción de Los Smiths

http://youtube.com/watch?v=9d5AN4ogGqE&feature=related

Yo no soy traductora, yo no sé traducir, pero se podría decir, bueno, que me pregunto. Me pregunto si me oyes cuando estás durmiendo y yo te llamo a gritos roncos. Si me ves cuando pasamos, "do you see me when we pass?" Me pregunto. Y entonces te ruego: "Please, keep me in mind." No me borres, no me olvides, piénsame desde dentro hacia dentro. "Please, keep me in mind." Y no me entra el aire si no es a bocanadas pero se podría decir que aún vivo, en cierto modo aún vivo, aunque sea esto, tan solo esto, lo único, lo último que queda de mí. Please, keep me in mind.

Well I Wonder. The Smiths.

A lo mejor escribiéndolo muere


El escenario es distinto cada vez: un bar, una fiesta, la calle Amberes o la casa de mis abuelos con las dimensiones que tenía en mi infancia. No importa dónde, la angustia es siempre la misma. Hay gente que quiero haciendo algo con prisa: beber con prisa, despedirse con prisa, atropellarme con prisa. Yo busco un billete de vuelta y me digo: Tengo que volver. Lo busco sin convicción, me miro un reloj que no existe pero que siempre me recuerda la misma hora: Las once y veinte. Llego tarde. Y entonces, esté donde esté, aparecen ellos. Ella cocina para mí algo con espinas y yo lo como sin detenerme, con sed, una sed terrible y sin beber agua. Él busca las llaves del coche y dice: Os espero abajo, o dice: Os espero en la calle, o dice cualquier cosa para desaparecer y que yo me quede sola buscando el billete, o mirando el plato, o metiendo ropa sucia en una maleta marrón. Me angustia la prisa y las ganas de quedarme. Ellos ya no están, pero sé que me esperan. Me agacho para que no me vea nadie a través de las ventanas, me muevo por el suelo, gateo o me arrastro, siempre con dolor en el pecho, con una angustia real. Me esperan. Veo desde arriba el coche arrancado en medio de la calle. A veces los veo desde un sitio, otras veces desde otro. A veces hay alguien más con ellos, a veces no. No sé, han sido tantas veces que ya no sé bien. Nunca me monto en ese coche, nunca llegamos al aeropuerto. Me despierto sin aire, me seco el sudor y lloro, después de un mes de la misma pesadilla, lloro. Y me entran ganas de escribirle al otro lado, a Ada, por ejemplo, diciéndole: Ada, ¿qué me pasa? Desarrollo apatía y un extraño miedo a los aviones.

febrero 12, 2008

Después del ruido


Me doy cuenta, ahora, después del ruido, de que aquí se vive en silencio, nos movemos en silencio, caminamos este lugar sin calles, de un lado a otro del lago artificial. Somos tantos aquí, miles de personas caminando sin ruido, carpeta contra el pecho, y sólo rompe ese silencio el ruido del microondas, la voz del doctor Spencer en las clases de fonética, el pie contra un charco, pasar página, un ruido de máquina, de alguien escribiendo tres mil quinientas palabras sobre la inflación en Colombia, el ascensor al frenar y las alarmas de incendios. Ni siquiera en el médico se pronuncia tu nombre. En la sala de espera hay un panel negro con letras rojas, como en los estadios, que dibuja tu nombre y parpadea entre una orla de estrellas de seis puntas o helicótperos mientras algo hace un ruido electrónico que no para hasta que te levantas. Hay un silencio de domingo aquí que dura siempre. Incluso con la alarma de incendios, que se clava tan dentro del oído, aún perdura el silencio. Bajamos la escalera con orden, con costumbre, sin miedo, sin pánico. Utilizamos la salida de emergencia, esperamos con frío hasta que viene alguien de seguridad con un chaleco fosforescente y lo deja todo en calma, en el mismo silencio pero en calma, y subimos otra vez con ruido de pasos nada más, sin voces, y hay un sonar de puertas o de llaves y luego vuelve el silencio de siempre. Por eso hay que huir, a menudo, una vez por semana, y tratar de buscar la vida en cualquier playa de Clacton o en una calle de Londres.

febrero 11, 2008

La pena o la nada

A veces, Betty Blue, tengo malos sueños, y te veo, casi puedo tocarte, con un racimo de cuchillos sucios en medio de corredores blancos.

http://www.youtube.com/watch?v=lJYUEQ7H4Nk&feature=related

febrero 10, 2008

Decepción

"(...) porque soy capaz de caminar una hora bajo el agua si en algún barrio que no conozco pasan Potemkin y hay que verlo aunque se caiga el mundo, Rocamadour, porque el mundo ya no importa si uno no tiene fuerzas para seguir eligiendo algo verdadero, si uno se ordena como un cajón de la cómoda y te pone a ti de un lado, el domingo del otro, el amor de la madre, el juguete nuevo, la gare de Montparnasse, el tren, la visita que hay que hacer."
Julio Cortázar. Rayuela.

Si yo pudiera escribirte ahora, Rocamadour, si no fueras ya un bebé hecho ceniza, si yo fuera un poco más la Maga, estaría decepcionada de verdad con el mundo. Te diría que hay algo de fraude en todo esto, en todo, te diría que incluso ver a un ángel blanco caer de espaldas en pleno centro de Londres tiene algo de mentira. Rocamadour, bebé, bebé, te diría yo, la gente engaña, la gente se ordena como un cajón de cómoda y se deja siempre fuera la belleza. Rocamadour, tú no cabrías ahí, la gente se ordena y tiene compartimentos, tiene por ejemplo el trabajo, las horas de tele o de monte y acaba siempre todo en un punto medio que decepciona, en una cosa que no se parece a los libros o al cine y entonces llega alguien que acabo de conocer y me dice: No puedes estar siempre esperando la vida, pensando que es esa cosa que está en cualquier otra parte. No sé, Rocamadour, si yo fuera tú o la Maga, si yo no fuera también otro cajón de cómoda, tendría ahora mismo un enfado terrible con el mundo.

febrero 07, 2008

Querida Ada:



Me pregunto por qué no me escribes. Aquí, algunas tardes son como ésta. Hay un poco de paz, se respira el silencio, y puede uno leer o cortarse las uñas cerca de la ventana. Soy más feliz desde que he cambiado de piso, aunque de allí aún echo de menos cosas. A ti, por ejemplo, regalando flores un sábado por la mañana, fingiendo un abril en el que nadie cree. A mí, Ada, puedes hacerme creer esas cosas: Que es primavera en enero o que viviremos un día en una casa amarilla y sin paredes. Echo de menos cosas. Echo de menos una noche de jueves en que los dos bebíamos de una botella de ron encontrada en la calle, y no había más luz que la de una estufa. Luego, a veces, estabas tú también, con la programación de la filmoteca impresa en papel amarillo o con una chapita azul en la solapa. Y de aquí, de la otra torre, tus cartas son lo que más echo de menos. A lo mejor aún no sabes que ya no más Rayleigh Tower. A lo mejor no sabes que vivo en un tercero, pero en un tercero diferente, que ya no hay barra de seguridad en la ventana de la cocina ni botellas rotas en la moqueta del pasillo. Escríbeme, Ada. Si me escribes a lo mejor te hablo de estas tardes, de que hace unos días que vivo en el vértigo. Cuando era pequeña, a veces, me gustaba pensar en la velocidad de la tierra. Entonces me agarraba a la mesa del salón o al grifo del lavabo, a cualquier elemento sólido que estuviera a mi alcance. Me gustaba pensar eso, sentir el vértigo. Y hace unos días que sin quererlo vivo en ese vértigo, como a los lados del eje o en un punto muy alto de la estratosfera. No me gusta ese vértigo. Entonces me tumbo de lado, me pregunto, Ada, por qué no me escribes, y escucho canciones que son más de allí que de aquí: Patience

febrero 05, 2008

Forever Away


Forever Away

"En español, añoranza proviene del verbo añorar, que proviene a su vez del catalán enyorar, derivado del verbo latino ignorare (ignorar, no saber de algo). A la luz de esta etimología, la nostalgia se nos revela como el dolor de la ignorancia. Estás lejos, y no sé qué es de ti."
Milan Kundera. La Ignorancia.

A menudo uno cree, una creía, no ser de ninguna parte. Nowhere man. Y eso es bueno, pero a veces no es verdad. Y lo pienso tomando el avión de vuelta, me digo: Qué bueno sería no ser de ninguna parte, no abrazar a la gente como si me viera abrazarlos ya desde su ausencia, no llorar en los bares que echo de menos o por una canción que hacía tanto que no sonaba en ningún lugar público. Pero es cierto, y recuerdo entonces a gente de aquí, gente que lee en bibliotecas de cemento y habla a veces de George Orwell, con el llanto en los ojos y acodada en la mesa: Lo peor es no sentirse parte de nada. Y es cierto. Eso que una creía lo mejor, ese desapego, esa huida, ese no saludar a la gente del barrio ni dar que hablar en las peluquerías, ese no valorar lo propio, no guardarle cariño a esas calles, no querer quedarse, decir muchas veces: Lo que sea menos quedarme, de repente se vuelve en contra, se te rebela, se impone y tú lo respetas, te ríes de bromas que has oído ya, no te molesta tanto el ruido de los restaurantes y una charanga de carnaval te parece entrañable si es sábado y no estás sola, si hay vida más allá de la ventana con sistema anti-suicidio, si no te echan a las once de los bares, si viniste ayer y te vas mañana, si la gente te pregunta qué haces aquí y a ti sólo se te ocurre algo así como: No sé, es que echaba de menos.