enero 18, 2012

Taijitu

Es cierto que existen el índice de Gini, un agente patógeno, todo lo que es mentira y se nos vende en un paquete perfecto y sin aristas con purpurina y lazos de colores, con luces fluorescentes, espectáculo. Es verdad que acabo de leer algo y creo en todo eso que explica sobre el método Chomsky, las manos, los diamantes. Creo también que es cierta la asepsia, la producción en masa y una equivocación profunda y general como el miedo que nos han vendido a todos. Además de todo pienso que es imposible distinguir los sujetos del verbo quién ha vendido a quién quién ha comprado es víctima quién no. Se ha inventado sobre todo un reparto perfecto de responsabilidad, la culpa ya no existe porque cada gesto es pequeño, todo se hace en cadena y resulta inocente casi hermoso comprar un pan de molde en un supermercado. Así todo es pasivo impersonal rápido y parece que apenas pesa. Pero a pesar de todo existen todavía las casas con reglas sencillas. Una granja en Sferci con ocho vacas con nombre que dan leche y muy pocos kilómetros de viñas que se cuidan con las manos protegidas por la albahaca. Existen también bancos de tiempo, lo que se da porque sí, gente que respira tranquila, que toca con los ojos los ojos, esa fuerza invisible bañando todas las cosas. Y leer por ejemplo que el canto de una ballena acelerado coincide en sus ondas con la misma tercera menor de los paseriformes. Los agujeros negros vibran en si bemol y se repite la geometría perfecta de una espiga de trigo en todas las caracolas. La dualidad existe y a lo mejor no se puede la huida o no hace falta porque basta quedarse quieto respirar nutrir lo que sí sabiendo lo que no.

julio 19, 2011

Papa und ich


he visto una foto en el c/o de la oranienburgerstrasse olía a ventilador moviendo el polvo a dobles luces en las pantallas y en las puertas a gente andando despacio pero yo sólo he visto una foto en el c/o de la oranienburgerstrasse sascha weidner hace treinta años siendo bebé encima de su padre tocándole con toda su diminuta mano la nariz nosotros tenemos esa foto exacta el mismo ángulo la madre aunque otra también enfocando al otro lado buscando la forma de guardarse ese momento hermoso de la hija y del hombre el padre qué fácil parece todo en la vida de sascha weidner mirando esa foto nada más como parece fácil todo en la foto nuestra qué sencillo qué dicha y me apetece decirle a sascha weidner que tenemos la misma foto en casa una exactamente igual unos años más tarde las mismas luces los mismos dientes las mismas manos y proporciones yo bebé tú padre jovencísimo esa foto que busco aún siempre a veces en la memoria para recuperar la calma que tú y yo no hemos tenido nunca o que tuvimos sólo una vez quizá tan solo en esa foto y los años de infancia alrededor de esa foto

junio 21, 2011

cuando fue febrero en nk

"Bianca said, I don't understand.
Thaddeus said, I don't either.
Is this February's doing, she said.
Maybe, said Thaddeus who looked up at the sky."
De Light Boxes. Shane Jones.


Hay luz innecesaria en los supermercados. Tomates rojos de plástico, el látex, las mismas marcas de siempre, familiares, conocidas, inocentes, caseras, repartidas alrededor del mundo para poder donde sea sentirse como en casa. Respirar es a veces coger el M4 que bordea al aeropuerto, mirar contra el sol la aguja de la mezquita. La terminal es de barro por dentro. En las esquinas le quedan águilas de otra época, el símbolo de un reino esquizofrénico que parecía que iba a ser o que fue. Respirar es a veces soñar un perro blanco que vuelve en sueños del mundo de las naturalezas muertas tan solo para lamerte un poco los tobillos. Y mientras queremos todos pasar primero, movernos a fuerza de escaleras mecánicas, recorrer bajo tierra la ciudad para llegar antes, comer un bocadillo de carne de pavo muy baja en calorías de pie esperando el autobús. Y queremos también la pantalla más grande, manzanas perfectas en forma de manzana, recubiertas de química y cera bajo la forma perfecta de eso que nos han dicho que es La Manzana. Hay lugares que se llaman “Sanssouci”, hay un cisne a la orilla del canal buscándole el sabor a una bolsa de plástico. A veces respirar es mancharse las manos de resina en Steglitz, meter las manos heladas en los huecos como heridas de la corteza de los árboles. Llevárselas luego a la boca, pisar hojas, manchar la nieve.

Han ardido esta noche dos contenedores en el paseo Karl Marx. Lo sé porque hoy había nada y ceniza justo ahí dónde estuvieron.

octubre 08, 2010

Deslocalización

Pasarse la vida buscando el centro como si el centro existiera, como si una mañana fueras a encontrarlo: Está aquí, lo he visto, lo tengo. Y entonces ocurre de golpe que el centro no existe, o se va, que pasan por encima lejísimos los aviones, que la geografía se hace una ciencia incomprensible y te han dicho que hay una línea recta del núcleo más interno de la Tierra hasta ti. Que esa línea se mueve, se desplaza contigo y que la llevas siempre, que te agarra, que te mantiene dentro de las leyes de la gravedad y el resto de la física. Si cierras los ojos esa línea arde y nace a cuatro dedos del ombligo. Y eso es lo más parecido al centro, llevarlo encima, ser el centro, una continuación del núcleo, esa es la única búsqueda, al parecer, posible.

octubre 06, 2010

La Reina de Thule

Cuando la he visto estaba bajo una frase de Goethe que no he entendido (a veces la gente escribe frases de Goethe en un muro o hace un cartel que no anuncia nada con un poema dentro y ya está). Llevaba una corona, no sé si de plástico, yo creo que de plástico, y maquillaje sin espejo, una sombra desmedida y color gris en sus dos ojos muy azules. Luego seguía el vestido, un vestido hasta los pies, amarillo y azul, como si acabara de hacerlo ella o lo hubiera encontrado en una tienda de disfraces (pero no iba disfrazada, ella no). Ha cogido la botella entonces, Berliner Kindl, cincuenta centilitros, y la ha chupado como quien bebe la leche de la madre, rodeando todo el cristal con la boca, cerrando con fuerza los dos ojos, concentrada, como contando los segundos larguísimos que duraba el trago. La ha soltado sin cuidado encima de la mesa y ha seguido sentada bajo una frase de Goethe, muy blanca en la luz, diez menos cuarto en Blücherstrasse, con los ojos azules, con sus mil (quizá sesenta) años y no me ha mirado al pasar ni se ha dado cuenta de que me paraba a su lado para tratar de entender si la frase fue escrita para ella o si ella estaba ahí por la frase. Pero no lo sé.

septiembre 30, 2010

Me llegó tu carta como siempre en el día exacto. Hoy envié la respuesta. Me hicieron, no sé por qué, ir hasta a un edificio altísimo a un lado del canal para poder mandarla. No sé por qué hasta allí. Pero ya he ido, la he enviado. Te llegará pronto. Todo el camino trataba de decirme, no sé por qué, que había que renunciar a la correspondencia. Pero no. Allí te recoge una calefacción suave, y meterse las manos en los bolsillos para olvidar el frío de la bici. Ya he ido y he vuelto y estoy ahora otra vez dentro de la casa. Y aquí, dentro, hay un letrero en el espejo. En algún sitio pone Spiegel, luego, en otro, Wer bist du. Al principio me gustaba ver escrito todos los días Wer bist du, pero ahora es como si me hubiera hecho un agujero en algún sitio esa frase y me pierdo, te pierdes tú, quiero decir, y todo el mundo conocido en los nervios de una planta de palta abandonada en la calle. Aquí está todo, es verdad. Es como si todos los que están aquí creyeran que han traído a esta ciudad, este barrio, el centro del mundo de repente. Pero no es verdad y lo saben. Y por eso no es soberbia. No. La gente se mueve como cerca de la raíz, regala cosas, cree en algo más allá de la materia y parece a veces por la calle que vaya pensando en ese algo y que por eso se sonríen así. El metro hay días que huele a levadura o plastilina y lleva por dentro a mujeres elegantes con chaquetas viejísimas y hombres con traje que van leyendo de pie. Hay también una lluvia invisible que lleva siete días cayendo sobre los contenedores abiertos y los patios de escuela. Pero a pesar de todo es tan fácil la forma de cambiarse de ciudad que tienen los estados del miedo. Cerrar los ojos y que todo sea como cuando era la infancia y a veces estaba oscuro y se abría en canal esa caja cerrada y todo se llenaba de brujas, hombres con parche, monstruos de gelatina verde. Eso también te lo he dicho. Pero a ti más largo, despacio, mejor.

julio 27, 2010

¿El bello verano?

El verano tiene mucho de teléfonos que suenan sin que los oiga nadie, de puertas hinchadas por la humedad, de gente durmiendo todo el día, durmiendo de sol, de calor y de sol y todo el día con ese sueño de haber terminado hace poco de comer y que no exista la prisa nunca más, de alargar mucho la hora sucia de la siesta. No sé si me gusta el verano. A veces hay fiestas hasta tarde en una casa del monte y velas o antorchas y la música y la conciencia del mar, aunque tan lejos, la conciencia del mar. Hay terrazas llenas en Europa y camareros bellísimos que reconocen tu idioma en el acento y te dicen mientras te vas que gracias, un piropo ensayado y gracias. No sé qué pensar del verano, es una alegría sin forma, a ratos la decepción o el sentimiento de que algo se acaba o de que todo se acaba o de que hay cosas acabándose en alguna parte del mundo. Te dan tristeza los periódicos vacíos, y más tristeza que nunca las tragedias de todos los días. Parecen más grandes, más tristes, más tragedias en verano. Y te sientes como si esperáramos todos el incendio definitivo, o el calor definitivo, cualquier cosa rotunda y para siempre pero que en realidad no durará más de lo que dura un verano. Porque en el fondo hasta la alegría, las fiestas, las terrazas (no, las terrazas no, es mentira, el centro de Europa te calma y allí es el único lugar en el que el verano promete exactamente lo que da y se esperan lluvias y tormentas de diez minutos que paralizan los trenes durante dos días y luego anochece tan tarde y la luna se ve más grande y te gusta pensar que es porque está más cerca), en el fondo el verano del sur, quieres decir, todo eso guarda siempre un gusto a teléfono que suena y que no responde nadie, o a despertador sin pilas al lado de una cama vacía. Las playas, el ocio, los reencuentros. No sabes exactamente qué pero hay algo ahí que te deprime, que te deprimía ya cuando tenías cuatro años y comprendiste que los niños también mueren visitando un cementerio oxidado en el norte. Recuerdas la diferencia entre esas tumbas y las tumbas que hasta entonces habías visto tú. Recuerdas la foto del niño desgastada de sol y contar con los dedos la diferencia escasa de años entre la primera y la segunda cifra. Recuerdas el brevísimo guión separando las dos fechas. Te acuerdas mucho de ese verano de norte. No sabes si fue el primer verano triste, o el verano más triste porque sabes nada más que vivíais en una casa con pulgas y que te picaban las muñecas por las noches y que si cerrabas los ojos entendías que los niños también mueren y eso te aterraba y tenías que salir por el pasillo de casa vieja, tocando con las palmas las paredes rugosas, buscando con angustia la cama de los padres.

julio 19, 2010

Perdona nuestras ofensas como también nosotros

Perdonarse. En reflexivo, en primera persona, neto, en bruto. Yo no sé si es posible perdonarse. Si alguien sabe perdonarse, si alguien entiende de verdad las esquinas del verbo, ese verbo. Basta con escribir en el cuaderno mirando la quietud del gato la palabra reconstrucción, creer en la palabra recomenzar, apoyar la espalda tensa por fin sobre el respaldo, cerrar los ojos con la mano sobre un vaso helado de zumo, el alivio del frío, mirarlos a ellos jugando ajedrez durante horas de silencio mientras él los dibuja, que anochezca a las once. Basta con saborear esa calma, con detenerse un instante en ella y escribir "Reconstruccion" en tinta azul para que entonces todo vuelva al punto de antes. Como un animal, todo esto se mueve como un animal que no sabe, retrocede, teme, avanza, retrocede otra vez y aún más lejos, hasta el punto anterior al punto anterior. Entonces están los sueños. Un pañuelo cerca de los ojos, gente rodeando un cuerpo, el miedo, que te despierte el teléfono y no sepas si el teléfono te despierta o es parte del sueño y del animal que no avanza. Te preguntas si no bastaría con perdonarse, con teñirse de un bálsamo, no sabes qué balsamo, pasárselo por las sienes, los brazos, alrededor de los codos, cada uno de los pechos, las ingles, llegar hasta los pies. Perdonarse con ese bálsamo, que se perdonen todos, creer en la luz que vemos y no queremos creer, no llorar en los paseos del bosque, no soñar con cuerpos tristes rodeando otro cuerpo, tener el valor de avanzar a pesar de todo. Quizá nada más tener el valor de la renuncia. No sabes si de golpe lo único que hace falta es el valor de la renuncia.

junio 21, 2010

Misty


El mundo distinto que hay debajo de las camas. Se ha caído la caja, ha rodado circular en el suelo y se ha detenido en esa porción inalcanzable de debajo de la cama. Alargar el brazo y no, tener que entrar y entonces comprender el mundo distinto que hay debajo de las camas. O en ese lado de los sitios en el que nunca estamos. El interior de un coche mientras alguien lava ese coche. El jabón llenando de blanco los cristales, no ver, y tú controlando el volumen de una canción de Mogwai sonando contra el agua a presión que cae en la forma opuesta de la lluvia. Encontrar perfecta la canción contra el agua y entornando los ojos convencerte de que esas dos siluetas que se intuyen más allá de lo blanco son dos caballos perdidos recorriendo justo el centro de la carretera. Ver con claridad su cuerpo mamífero, adivinarlo aunque te ciegue el jabón, mirarlos pasar tranquilos, disolverse a ratos y luego volver, moverse lentos pero con la fuerza con la que se mueve un caballo. Entonces la claridad. Verla entrar, preguntarle: ¿Has visto eso? Y ella: Pero si ahí no hay nada.

junio 12, 2010

And the snow won't be the same


Se mueven en forma de ruido. Están ahí y quizá tú deberías también estar ahí. Son esa gente sin nombre que hay en los lugares en los que tú no estás. A lo mejor un concierto. Supones que un concierto (aplausos) y empiezas por cerrarlo todo. Pero no existe la forma de escaparse del ruido. El ruido te llega y penetra y recorre con esa fuerza con la que llegan los sonidos muy puros, todo lo que suena y no queremos oír. Santificar la calma, intentar guardarla en pocos metros cuadrados, casi ningún metro cuadrado. Bajar la luz, recordar el silencio de los fondos marinos o el sonido invisible que hace a veces el agua. Sobre todo bajar la luz, recurrir a recuerdos en los no habla nadie y bastan las manos para entenderlo todo. Son más que tú y podrían, por ejemplo, venir y tomar la casa. Empezar con ruido por mover los cimientos, ir llegando hasta arriba, donde estás tú en ese santuario amarillo de recuerdos sin voz. Escuchando por dentro a Juan Gelman decir: "y te quedes", o a Charlotte Gainsbourg pronunciando la frase: "I walk in a line."