El verano tiene mucho de teléfonos que suenan sin que los oiga nadie, de puertas hinchadas por la humedad, de gente durmiendo todo el día, durmiendo de sol, de calor y de sol y todo el día con ese sueño de haber terminado hace poco de comer y que no exista la prisa nunca más, de alargar mucho la hora sucia de la siesta. No sé si me gusta el verano. A veces hay fiestas hasta tarde en una casa del monte y velas o antorchas y la música y la conciencia del mar, aunque tan lejos, la conciencia del mar. Hay terrazas llenas en Europa y camareros bellísimos que reconocen tu idioma en el acento y te dicen mientras te vas que gracias, un piropo ensayado y gracias. No sé qué pensar del verano, es una alegría sin forma, a ratos la decepción o el sentimiento de que algo se acaba o de que todo se acaba o de que hay cosas acabándose en alguna parte del mundo. Te dan tristeza los periódicos vacíos, y más tristeza que nunca las tragedias de todos los días. Parecen más grandes, más tristes, más tragedias en verano. Y te sientes como si esperáramos todos el incendio definitivo, o el calor definitivo, cualquier cosa rotunda y para siempre pero que en realidad no durará más de lo que dura un verano. Porque en el fondo hasta la alegría, las fiestas, las terrazas (no, las terrazas no, es mentira, el centro de Europa te calma y allí es el único lugar en el que el verano promete exactamente lo que da y se esperan lluvias y tormentas de diez minutos que paralizan los trenes durante dos días y luego anochece tan tarde y la luna se ve más grande y te gusta pensar que es porque está más cerca), en el fondo el verano del sur, quieres decir, todo eso guarda siempre un gusto a teléfono que suena y que no responde nadie, o a despertador sin pilas al lado de una cama vacía. Las playas, el ocio, los reencuentros. No sabes exactamente qué pero hay algo ahí que te deprime, que te deprimía ya cuando tenías cuatro años y comprendiste que los niños también mueren visitando un cementerio oxidado en el norte. Recuerdas la diferencia entre esas tumbas y las tumbas que hasta entonces habías visto tú. Recuerdas la foto del niño desgastada de sol y contar con los dedos la diferencia escasa de años entre la primera y la segunda cifra. Recuerdas el brevísimo guión separando las dos fechas. Te acuerdas mucho de ese verano de norte. No sabes si fue el primer verano triste, o el verano más triste porque sabes nada más que vivíais en una casa con pulgas y que te picaban las muñecas por las noches y que si cerrabas los ojos entendías que los niños también mueren y eso te aterraba y tenías que salir por el pasillo de casa vieja, tocando con las palmas las paredes rugosas, buscando con angustia la cama de los padres.
5 comentarios:
es así
El bello verano. Sin interrogantes. Sea o no sea bello. Cesare Pavese lo puso por escrito. Y era bello y no lo era.
La muerte de Narciso es inminente (aunque parezca mentira).
Periferia, sin Narciso no habría una sola asonancia.
Anónimo/a, no obstante: la muerte de Narciso (que llegará)
Sigue siendo la mejor estación por varias cabezas de ventaja.
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