febrero 21, 2009


Después de meses de prohibirme nombrar tu nombre, te nombran, te nombramos en una barra. Me detengo en tus vocales. Pienso: Lo estoy nombrando, lo he vuelto a nombrar. Y temo empezar de cero, volver a esas noches de olor a moqueta y saberte arriba, metros más arriba y tachar tu nombre de todas las cartas que lo llevaban dentro. Vuelvo a esas noches eternas en que parecía verano a pesar del frío y se llenaba la habitación de gente y humo y escuchábamos a Janis Joplin y tú decías que era música de padres, de otra generación, querías decir, y yo te convencía de que eso no es malo y a ratos te notaba un interés nuevo en mirarme fumar mientras tú nada, mientras tú zumos y jugar con un hilo de mis sábanas. Luego se iban, todos menos tú se iban y recuerdo el olor a moqueta y tus zapatos debajo del escritorio. Recuerdo la tormenta, también, tu cuerpo a contraluz en la tormenta, la tormenta más grande del mundo. Te recuerdo diciendo: No te levantes. Y tratando de entender si esa luz roja y vibrante que nos alumbraba las caras y tu cuerpo de perfil era de fuego o de ese trueno brutal que rompió los cristales de la torre. Te recuerdo ahí en la tormenta y pensé todo eso después de nombrarte. Pensé también el día en que parecía que ya no ibas a llegar más, el día en que viniste pocas horas antes del avión, distinto, cambiado, diciendo: No me gusta que haya que despedirse. Y no nos despedimos. Te tapé la boca en el instante en que ibas a pronunciarlo todo, a hacer real mi marcha. Luego la superstición de no nombrarte, la creencia de que lo que no se nombra no existe y así tú cada vez más lejos, yo creyendo que cada vez más lejos hasta que alguien anoche y en un barra: Cómo está más tu nombre. No teníamos que haber hablado de ti, yo no tenía que haberme detenido en tus vocales, pero lo hice. Y te hiciste, de repente, carne. Fue en el siguiente bar. De espaldas era exactamente tú. De frente era más joven y exactamente tú salvo pequeñas diferencias en los ojos y los alrededores de la boca. Me acerqué porque tenía que acercarme, porque esa presencia rubia y despeinada, de camisa de cuadros y los zapatos iguales a los de debajo del escritorio estaba directamente relacionada con que yo hubiera nombrado tu nombre. Me acerqué a contárselo. Me dijo: ¿Eres extranjera? No sé por qué. No sé si porque no entendió, si porque pensó que otro idioma, pero yo le expliqué que él existía nada más que para estar ahí en ese instante porque yo había nombrado al ser casi igual que vive al otro lado de la tierra. No se ofendió porque no entendió nada. Horas después bebíamos de lo mismo y fumábamos de lo mismo y me dijo: Te llevo en coche a casa. Y lo miré en la luz y aún en la luz era exactamente igual salvo pequeñas diferencias que parecían imperfecciones, y aún cuando nos vieron juntos salir a por tu coche (quiero decir, el suyo) ellos me dijeron: ¿Es él? ¿Ha vuelto él? Y yo reí nostálgica y les dije: Es casi él. Pero hablaba y no eras tú. Y tenía coche y bebía y fumaba en lugar de jugar con un hilo o investigar con verdadera angustia sobre bacterias estomacales o tumbarse en el lago con la cabeza en mis muslos y jugar con una uva en la boca. No eras. Aún así probé de nuevo, de camino a su coche, y te volví a nombrar. Me detuve en tus vocales otra vez y él me miró ofendido. "Perdona, yo no soy más tu nombre. Te confundes." Y sin decirle nada y no sé cómo otro camino y poco a poco y en silencio desaparecer antes de llegar al coche y la casa y lo irreparable.

febrero 19, 2009

Entasy


Hay días que se viven especialmente en el ruido. Días en los que toda la ciudad está en obras, el barrio abierto, con las entrañas al aire, las aceras ya no aceras y un puente levadizo lleno de yeso y azul entre el asfalto y la casa. Ese ruido del hierro contra la tierra, del hombre contra el suelo, de destrucción maquinaria, maquinal, me persigue. Ese ruido está en la calle y comienza a las 8 am y rompe la última hora del sueño y sube por la ventana y representa las ratas y un despertar brusco y ya todo el día la casa temblando desde abajo hacia arriba. Luego la facultad pero en la facultad también el mismo ruido, también esa lucha del hombre por llegar a lo más hondo, por escarbar ahí con máquinas y humo y gases. Ese ruido que enloquece y que nos crispa, que nos hace cambiarnos tres veces de clase, que desgasta al profesor y Heidegger ya no suena más en su boca y dice: Seguimos otro día. Busco a la vuelta un reducto de luz, algún silencio. Y encuentro dos:

1) A ribbon. Devendra Banhart

2) What You Should Know to be a Poet

all you can know about animals as persons.
the names of trees and flowers and weeds.
the names of stars and the movements of planets
and the moon.
your own six senses, with a watchful elegant mind.
at least one kind of traditional magic:
divination, astrology, the book of changes, the tarot;

dreams.
the illusory demons and the illusory shining gods.
kiss the ass of the devil and eat shit;
fuck his horny barbed cock,
fuck the hag,
and all the celestial angels
and maidens perfum’d and golden-

& then love the human: wives husbands and friends
children’s games, comic books, bubble-gum,
the weirdness of television and advertising.

work long, dry hours of dull work swallowed and accepted
and livd with and finally lovd. exhaustion,
hunger, rest.

the wild freedom of the dance, extasy
silent solitary illumination, entasy

real danger. gambles and the edge of death.

- Gary Snyder


Aquí hubo

justo aquí, en esta extensión de letras y durante pocos segundos una entrada. Otra entrada. La llamé poissons solubles y era, sin que yo lo supiera, una metáfora del miedo. Recordé entonces que una vez estuvimos dentro de un coche alquilado escuchando a Bach frente al Mar del Norte. Había como siempre ese silencio que me persigue en sueños pero que no es mortal. El silencio que me obsesiona y que siempre trato de escribir y nunca sale, que acaba transformado en un mal ruido. Había ese silencio hasta que tú no pudiste soportarlo y acabaste con el sonido de olas - las olas contra las rocas, contra la arena y a veces el parabrisas - con las suites para chelo de Bach a un volumen incomprensible. No sé por qué necesitaste todo ese volumen. Lo que ocurre es que me arrepentí de explicar los peces que se disuelven, que comprendí que no está bien escribir sobre ese abismo del yo porque esa vez y dentro de ese coche tú me explicaste el peligro que entrañan las metáforas y los miedos se rodean siempre de las mismas supersticiones.

febrero 10, 2009

Insatisfacción crónica

Fue a principios de este curso y la primera vez que íbamos juntas al cine. La recuerdo a ella en la pantalla gritándole a la otra ella: Insatisfacción crónica, eso es lo que te pasa (o algo así). Yo salté en el asiento y nos miramos las dos para sonreírnos. Luego hay días en los que eso pasa, eso es más así que nunca. Días en los que se rompe el telefonillo en el minuto cuatro de las once pm o en que toda la ciudad está en obras y las ratas recorren el suelo levantado (o eso imaginas tú). Días de ocio, casi ocio y repetir las búsquedas, buscar testigos, diría él, o eso me parece a mí. No sé si lo he soñado o si me explicó una tarde que la existencia necesita testigos que la confirmen, ojos que atestigüen los pasos que damos, la propia búsqueda, una voz que la narre, que de fe. No sé si de verdad lo dijo o sólo era yo que rumiaba una pérdida mientras lo imaginaba diciendo: Has perdido la voz que te narraba (como si me narraran aún). Creo que es eso lo que produce esa insatisfacción que empieza ahí y termina en insomnio o en crónica . Empieza en una imaginación, una espera, un salirse del marco de lo real. Y trato de ceñirme a Nick Cave, Knockin' on Joe, y lo oigo cantar como si llorara: Tell Nancy not to come / and let me die in the memory of those arms. Pero no me ciño, porque yo no sé acotar y apenas entiendo los límites, porque me extravío ahí en esa extensión sin freno que va de lo posible a lo imposible como si nada, y cojo un libro a ciegas y abro un libro a ciegas y dejo caer un dedo a ciegas (bibliomancias) y Gamoneda dice: Sucio, sucio es el mundo; pero respira . Y tú entras en la / habitación como un animal resplandeciente. Y casi oigo los nudillos contra la puerta y casi entras en la habitación como un animal resplandeciente. Pero no. La habitación está hueca, sin testigos. No me sale vivir en lo tangible. E imagino que esto, estas letras de aquí, venirme a contarlo, no son nada más que la continuación de esa búsqueda y sus insatisfacciones.

febrero 01, 2009

Weapons of self-destruction

No sé por qué hay pequeños actos que contienen la muerte. Pequeñas cosas conteniéndola, llevándola dentro, implícita, obvia, visible. No sé por qué y yo me doy cuenta de eso en un bar con sofás de cuero y espejos de marco dorado y velas eléctricas y sólo hombres a las cuatro y cuarto de la mañana. Por ejemplo el alcohol, ese exceso de alcohol, esa forma en que bebemos a veces, en que bebimos anoche, vengándonos de algo, con conciencia del veneno, con saña. O el tabaco así como fumamos tabaco a veces, el tabaco y el humo, echarle a alguien muy cerca de la cara el humo, fumarlo así, llevarse cada calada a la boca como quien se lleva la muerte, todo eso que contiene la muerte. En caerse al suelo hay muerte, en las caderas rotas, en cierta lluvia, en algunas personas que conozco, en mear bajo la cámara de seguridad de un aparcamiento, en lo obsceno hay toda esa muerte, en un hombre casi desnudo y con máscara sentado bajo las velas en uno de esos sofás, y en ti explicándome tus drogas, en ti tratando de convencerme de algo sobre la vida mientras yo pienso todo eso de la muerte y dices con tu inglés perfecto, impecable, de haber nacido allí y no haberlo olvidado nunca: Self-destruction, darling, it's all about self-destruction.