febrero 19, 2009

Aquí hubo

justo aquí, en esta extensión de letras y durante pocos segundos una entrada. Otra entrada. La llamé poissons solubles y era, sin que yo lo supiera, una metáfora del miedo. Recordé entonces que una vez estuvimos dentro de un coche alquilado escuchando a Bach frente al Mar del Norte. Había como siempre ese silencio que me persigue en sueños pero que no es mortal. El silencio que me obsesiona y que siempre trato de escribir y nunca sale, que acaba transformado en un mal ruido. Había ese silencio hasta que tú no pudiste soportarlo y acabaste con el sonido de olas - las olas contra las rocas, contra la arena y a veces el parabrisas - con las suites para chelo de Bach a un volumen incomprensible. No sé por qué necesitaste todo ese volumen. Lo que ocurre es que me arrepentí de explicar los peces que se disuelven, que comprendí que no está bien escribir sobre ese abismo del yo porque esa vez y dentro de ese coche tú me explicaste el peligro que entrañan las metáforas y los miedos se rodean siempre de las mismas supersticiones.

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