octubre 08, 2010

Deslocalización

Pasarse la vida buscando el centro como si el centro existiera, como si una mañana fueras a encontrarlo: Está aquí, lo he visto, lo tengo. Y entonces ocurre de golpe que el centro no existe, o se va, que pasan por encima lejísimos los aviones, que la geografía se hace una ciencia incomprensible y te han dicho que hay una línea recta del núcleo más interno de la Tierra hasta ti. Que esa línea se mueve, se desplaza contigo y que la llevas siempre, que te agarra, que te mantiene dentro de las leyes de la gravedad y el resto de la física. Si cierras los ojos esa línea arde y nace a cuatro dedos del ombligo. Y eso es lo más parecido al centro, llevarlo encima, ser el centro, una continuación del núcleo, esa es la única búsqueda, al parecer, posible.

octubre 06, 2010

La Reina de Thule

Cuando la he visto estaba bajo una frase de Goethe que no he entendido (a veces la gente escribe frases de Goethe en un muro o hace un cartel que no anuncia nada con un poema dentro y ya está). Llevaba una corona, no sé si de plástico, yo creo que de plástico, y maquillaje sin espejo, una sombra desmedida y color gris en sus dos ojos muy azules. Luego seguía el vestido, un vestido hasta los pies, amarillo y azul, como si acabara de hacerlo ella o lo hubiera encontrado en una tienda de disfraces (pero no iba disfrazada, ella no). Ha cogido la botella entonces, Berliner Kindl, cincuenta centilitros, y la ha chupado como quien bebe la leche de la madre, rodeando todo el cristal con la boca, cerrando con fuerza los dos ojos, concentrada, como contando los segundos larguísimos que duraba el trago. La ha soltado sin cuidado encima de la mesa y ha seguido sentada bajo una frase de Goethe, muy blanca en la luz, diez menos cuarto en Blücherstrasse, con los ojos azules, con sus mil (quizá sesenta) años y no me ha mirado al pasar ni se ha dado cuenta de que me paraba a su lado para tratar de entender si la frase fue escrita para ella o si ella estaba ahí por la frase. Pero no lo sé.

septiembre 30, 2010

Me llegó tu carta como siempre en el día exacto. Hoy envié la respuesta. Me hicieron, no sé por qué, ir hasta a un edificio altísimo a un lado del canal para poder mandarla. No sé por qué hasta allí. Pero ya he ido, la he enviado. Te llegará pronto. Todo el camino trataba de decirme, no sé por qué, que había que renunciar a la correspondencia. Pero no. Allí te recoge una calefacción suave, y meterse las manos en los bolsillos para olvidar el frío de la bici. Ya he ido y he vuelto y estoy ahora otra vez dentro de la casa. Y aquí, dentro, hay un letrero en el espejo. En algún sitio pone Spiegel, luego, en otro, Wer bist du. Al principio me gustaba ver escrito todos los días Wer bist du, pero ahora es como si me hubiera hecho un agujero en algún sitio esa frase y me pierdo, te pierdes tú, quiero decir, y todo el mundo conocido en los nervios de una planta de palta abandonada en la calle. Aquí está todo, es verdad. Es como si todos los que están aquí creyeran que han traído a esta ciudad, este barrio, el centro del mundo de repente. Pero no es verdad y lo saben. Y por eso no es soberbia. No. La gente se mueve como cerca de la raíz, regala cosas, cree en algo más allá de la materia y parece a veces por la calle que vaya pensando en ese algo y que por eso se sonríen así. El metro hay días que huele a levadura o plastilina y lleva por dentro a mujeres elegantes con chaquetas viejísimas y hombres con traje que van leyendo de pie. Hay también una lluvia invisible que lleva siete días cayendo sobre los contenedores abiertos y los patios de escuela. Pero a pesar de todo es tan fácil la forma de cambiarse de ciudad que tienen los estados del miedo. Cerrar los ojos y que todo sea como cuando era la infancia y a veces estaba oscuro y se abría en canal esa caja cerrada y todo se llenaba de brujas, hombres con parche, monstruos de gelatina verde. Eso también te lo he dicho. Pero a ti más largo, despacio, mejor.

julio 27, 2010

¿El bello verano?

El verano tiene mucho de teléfonos que suenan sin que los oiga nadie, de puertas hinchadas por la humedad, de gente durmiendo todo el día, durmiendo de sol, de calor y de sol y todo el día con ese sueño de haber terminado hace poco de comer y que no exista la prisa nunca más, de alargar mucho la hora sucia de la siesta. No sé si me gusta el verano. A veces hay fiestas hasta tarde en una casa del monte y velas o antorchas y la música y la conciencia del mar, aunque tan lejos, la conciencia del mar. Hay terrazas llenas en Europa y camareros bellísimos que reconocen tu idioma en el acento y te dicen mientras te vas que gracias, un piropo ensayado y gracias. No sé qué pensar del verano, es una alegría sin forma, a ratos la decepción o el sentimiento de que algo se acaba o de que todo se acaba o de que hay cosas acabándose en alguna parte del mundo. Te dan tristeza los periódicos vacíos, y más tristeza que nunca las tragedias de todos los días. Parecen más grandes, más tristes, más tragedias en verano. Y te sientes como si esperáramos todos el incendio definitivo, o el calor definitivo, cualquier cosa rotunda y para siempre pero que en realidad no durará más de lo que dura un verano. Porque en el fondo hasta la alegría, las fiestas, las terrazas (no, las terrazas no, es mentira, el centro de Europa te calma y allí es el único lugar en el que el verano promete exactamente lo que da y se esperan lluvias y tormentas de diez minutos que paralizan los trenes durante dos días y luego anochece tan tarde y la luna se ve más grande y te gusta pensar que es porque está más cerca), en el fondo el verano del sur, quieres decir, todo eso guarda siempre un gusto a teléfono que suena y que no responde nadie, o a despertador sin pilas al lado de una cama vacía. Las playas, el ocio, los reencuentros. No sabes exactamente qué pero hay algo ahí que te deprime, que te deprimía ya cuando tenías cuatro años y comprendiste que los niños también mueren visitando un cementerio oxidado en el norte. Recuerdas la diferencia entre esas tumbas y las tumbas que hasta entonces habías visto tú. Recuerdas la foto del niño desgastada de sol y contar con los dedos la diferencia escasa de años entre la primera y la segunda cifra. Recuerdas el brevísimo guión separando las dos fechas. Te acuerdas mucho de ese verano de norte. No sabes si fue el primer verano triste, o el verano más triste porque sabes nada más que vivíais en una casa con pulgas y que te picaban las muñecas por las noches y que si cerrabas los ojos entendías que los niños también mueren y eso te aterraba y tenías que salir por el pasillo de casa vieja, tocando con las palmas las paredes rugosas, buscando con angustia la cama de los padres.

julio 19, 2010

Perdona nuestras ofensas como también nosotros

Perdonarse. En reflexivo, en primera persona, neto, en bruto. Yo no sé si es posible perdonarse. Si alguien sabe perdonarse, si alguien entiende de verdad las esquinas del verbo, ese verbo. Basta con escribir en el cuaderno mirando la quietud del gato la palabra reconstrucción, creer en la palabra recomenzar, apoyar la espalda tensa por fin sobre el respaldo, cerrar los ojos con la mano sobre un vaso helado de zumo, el alivio del frío, mirarlos a ellos jugando ajedrez durante horas de silencio mientras él los dibuja, que anochezca a las once. Basta con saborear esa calma, con detenerse un instante en ella y escribir "Reconstruccion" en tinta azul para que entonces todo vuelva al punto de antes. Como un animal, todo esto se mueve como un animal que no sabe, retrocede, teme, avanza, retrocede otra vez y aún más lejos, hasta el punto anterior al punto anterior. Entonces están los sueños. Un pañuelo cerca de los ojos, gente rodeando un cuerpo, el miedo, que te despierte el teléfono y no sepas si el teléfono te despierta o es parte del sueño y del animal que no avanza. Te preguntas si no bastaría con perdonarse, con teñirse de un bálsamo, no sabes qué balsamo, pasárselo por las sienes, los brazos, alrededor de los codos, cada uno de los pechos, las ingles, llegar hasta los pies. Perdonarse con ese bálsamo, que se perdonen todos, creer en la luz que vemos y no queremos creer, no llorar en los paseos del bosque, no soñar con cuerpos tristes rodeando otro cuerpo, tener el valor de avanzar a pesar de todo. Quizá nada más tener el valor de la renuncia. No sabes si de golpe lo único que hace falta es el valor de la renuncia.

junio 21, 2010

Misty


El mundo distinto que hay debajo de las camas. Se ha caído la caja, ha rodado circular en el suelo y se ha detenido en esa porción inalcanzable de debajo de la cama. Alargar el brazo y no, tener que entrar y entonces comprender el mundo distinto que hay debajo de las camas. O en ese lado de los sitios en el que nunca estamos. El interior de un coche mientras alguien lava ese coche. El jabón llenando de blanco los cristales, no ver, y tú controlando el volumen de una canción de Mogwai sonando contra el agua a presión que cae en la forma opuesta de la lluvia. Encontrar perfecta la canción contra el agua y entornando los ojos convencerte de que esas dos siluetas que se intuyen más allá de lo blanco son dos caballos perdidos recorriendo justo el centro de la carretera. Ver con claridad su cuerpo mamífero, adivinarlo aunque te ciegue el jabón, mirarlos pasar tranquilos, disolverse a ratos y luego volver, moverse lentos pero con la fuerza con la que se mueve un caballo. Entonces la claridad. Verla entrar, preguntarle: ¿Has visto eso? Y ella: Pero si ahí no hay nada.

junio 12, 2010

And the snow won't be the same


Se mueven en forma de ruido. Están ahí y quizá tú deberías también estar ahí. Son esa gente sin nombre que hay en los lugares en los que tú no estás. A lo mejor un concierto. Supones que un concierto (aplausos) y empiezas por cerrarlo todo. Pero no existe la forma de escaparse del ruido. El ruido te llega y penetra y recorre con esa fuerza con la que llegan los sonidos muy puros, todo lo que suena y no queremos oír. Santificar la calma, intentar guardarla en pocos metros cuadrados, casi ningún metro cuadrado. Bajar la luz, recordar el silencio de los fondos marinos o el sonido invisible que hace a veces el agua. Sobre todo bajar la luz, recurrir a recuerdos en los no habla nadie y bastan las manos para entenderlo todo. Son más que tú y podrían, por ejemplo, venir y tomar la casa. Empezar con ruido por mover los cimientos, ir llegando hasta arriba, donde estás tú en ese santuario amarillo de recuerdos sin voz. Escuchando por dentro a Juan Gelman decir: "y te quedes", o a Charlotte Gainsbourg pronunciando la frase: "I walk in a line."

junio 03, 2010

Llegar. El cuerpo abierto. Tomar aire, el acúfeno. Oírlo ahí, el ruido blanco, sin fuente, sin sentido. Escribir en un papel pequeño: Mi renuncia. Tragarse luego ese papel pequeño. O no hacer nada con el papel pequeño. Dibujar distraída un caracol encima mientras hablas con alguien. Recordar con sonido, recordar con el cuerpo, todo el cuerpo, las cinco de la tarde en Bozar y cuadros de Frida Kahlo. Recordar como la gente salía sin haberse parado ahí, a mirar las manchas con tinta en el diario azul. "Diego, estoy sola". Y él: Van a cerrar, vamos. Y Frida: DIEGO en mayúsculas. A lo mejor SOLA también en mayúsculas. No sabes. Habéis mirado enfriarse la comida en los platos. Ella fumaba a veces, explicaba con las manos una forma nueva de peinarse. Tú mirando la comida. Sabiendo que al llegar habría ese sonido en el oído derecho. "Se define el acúfeno como la percepción de un sonido sin que exista fuente sonora externa que lo origina". Pero entonces se transforma. No es un "tono puro y sencillo", ni tampoco "un ruido complejo como rumor de mar, vapor, un grillo o un timbre". Es el diario de Frida una noche hace años. Es su forma de escribir con mayúsculas DIEGO estoy sola. A lo mejor SOLA en mayúsculas también. No recuerdas. Pero Diego seguro, DIEGO escrito así y Frida esperando. Una noche distinta a esta noche, sobre todo con otra temperatura. Olía seguramente de otra forma y era el interior de otra casa. Pero recuerdas ahora, al llegar, justo ahora, y se transforma ese sonido que no existe por fuera en esa precisa página de diario.

mayo 06, 2010

mayo 04, 2010

Siempre que pasa tiene que ver con el viento. Es como si se metiera el aire en el revés de la frente y fuera un aire muy frío y no se curara nunca ni con unciones de menta piperita y mejorana. Ocurre siempre con el viento y no importa donde ocurre. A veces en las salas de espera, en la cola de los cines o en un salón lleno de gente y ojos. Es importante entonces recordar los matices de ese muñeco azul, la distancia indeseable entre el doctor y el monstruo, pero sobre todo fijarse en el muñeco azul, recordarlo pequeño, de plástico, con el peso verde sobre los hombros, ella colgándole ese peso verde y horizontal en los hombros, diciendo: Así no se cabe en las puertas. Diciendo: Así no se puede caminar despacio. Ni recoger una piedra que se haya caído al suelo. Ocurre en días así y es necesario meter dentro de la casa las flores, arrancarles las hojas que ya no van a brotar y luego barrer despacio la tierra derramada.

abril 29, 2010


cifra.

(Del b. lat.cifra, este del ár. hisp. ṣífr, y este del ár. clás. ṣifr, vacío).

1. f. Número dígito.

2. f. Signo con que se representa este número.

3. f. Escritura en que se usan signos, guarismos o letras convencionales, y que solo puede comprenderse conociendo la clave.


Es posible que todo sea cifra: las mareas y los ciclos lunares, la vibración del agua sobre un gránulo homeopático, el genoma de la rana xenopus, Valente, los nervios en las hojas de un ficus común. Todo. Por eso no entiendo cómo hemos llegado aquí, cómo hemos podido equivocarnos tanto, cómo hemos logrado aniquilar lo simple, la belleza del número, las tardes sencillas de coser en la luz. La calma de las noches, esa forma exacta de cerrarse los días en dos manos unidas sobre una taza de té. Esta tarde dan ganas de comprenderlo todo, de ver la cifra desnuda, de mirar al pájaro hecho de letras o de códigos. Nada más. De detener nuestra correspondencia insana hecha de código binario. Detenerla para empezar otra vez y mejor. Más cerca, en otra parte. No lo sé pero esta tarde se aparece todo en forma de cifra tan solo y dan ganas de dejar nada más la matriz de las cosas, de mantener lo simple y recomenzar ahí. Si todavía podemos.

abril 09, 2010

Voie 5


Has llegado a tu casa,
y ahora, querrías saber para qué sirve estar sentado,
para qué sirve estar sentado igual que un náufrago
entre tus pobres cosas cotidianas
L. Rosales

Hemos hecho kilómetros sin centro. Los dos sabemos que la huida, recorrer las dunas la huida, quitarle las pilas a todos los relojes, no sé por qué esa manía compulsiva de quitarle las pilas a todos los relojes y pedalear hasta la frontera la huida o detenernos en estaciones de servicio para comer caliente y después quedarnos durmiendo con lluvia y agotados la huida. No sé por qué hay siempre ese niño que nos sigue, aunque estemos muy dentro de las dunas, con las bicicletas sucias y varadas, hay ese niño de los trenes y los parques, que yo sé que tú también oyes jugar, que es casi siempre el mismo, aunque cambie de forma el mismo, y nos sigue en las plazas y en el bosque mientras me enseñas los pasos de los ciervos, las raíces mordidas y los hongos venenosos que hueles y reconoces. No sé por qué tiene que estar ese niño siempre. De golpe me parece de lejos estar entendiendo algo, lo escribo en el cuaderno azul y me quedo de pie cerca de la ventana. Tú no fumas. Cierras los ojos. Me preguntas si llueve.

marzo 15, 2010

De todos los sitios elige el de al lado. Tiene las manos ásperas, las uñas cortas, la barba a ratos negra. Empieza hablando de idiomas, como si él supiera que los idiomas. Después hace listas de títulos de cine. Nombra a Truffaut y a Chaplin, dice que llora, habla de los genios. Entonces me muestra símbolos de paz y budismo que le cuelgan del cuello. Después sigue explicando la locura de Hitler y se aleja de Hitler pronunciando la palabra esoterismo. Me dice entonces que la diferencia entre un loco y un genio es la creatividad solamente. Lo miro de perfil y trato de concentrarme en el movimiento suave de la rueda sobre el asfalto para no sentir el vértigo o la náusea. Dice aquí si eres un genio un genio de verdad te cruficican y añade como a cristo. Me pregunto qué significa "aquí" cuando dice "aquí". Luego me analiza mirándome la cara y las manos, me doy cuenta de que me mira las manos. Y las siento desnudas y las muevo. Entonces dice tú no crees en nada y sabes lo que significa no creer en nada que en realidad podrías creerlo todo que estás abierta preparada para que te sorprenda el mundo que te sorprende el mundo eso significa tu no creer en nada. Le sonrío. Entonces me habla en francés como si adivinara lo que estoy pensando. Me salto la primera parada porque no me importa perder la primera parada, llegar en autobús hasta la siguiente y caminar hacia atrás el camino recién hecho. Me levanto, me tiende su mano áspera como quien te bendice. Me despido de pie mientras se abre la puerta y él sonríe y me dedica un guiño cósmico, divino, y al bajar, en la calle hay semáforos y una señora con bolsas que empuja y un perro pequeño dentro de un carricoche.

febrero 17, 2010

Querida Ada:

Llevamos casi meses sin vernos. Me pregunto a veces por ti aunque no te llame nunca. Ada, tú representas todo el mundo exterior. Y el íntimo. Y el propio. No sé si te has fijado en cómo este invierno no se parece a ningún otro invierno. No a los inviernos del sur. Este invierno recuerda los tejados en Londres. Esa lluvia invisible que no cae pero empapa, olvidarse los guantes en una silla del consulado, los avisos de tormenta, las noches del viento, las tardes de viento, pero sobre todo las noches de viento. No sé si tú te acuerdas de esas noches contadas en la libreta azul. Hoy ha vuelto de golpe la fuerza de esos días sólo por un olor. Un tarrito de aceites esenciales guardado en una caja de zapatos de hombre. Ha sido estar ahí y al volver ver que de golpe hay quien duda de todo, ya no cree. Ellos mientras tanto se mueven por la casa. La barren, la perfuman, la llenan de pan y de periódicos. Agradezco el sonido de pasos del pasillo. Agradezco la luz debajo de las puertas. Por eso te escribo, Ada, en representación de todo lo que no hay aquí dentro pero está, de toda la vida que se está moviendo fuera. Por ejemplo, ella acercándose con una taza en la mano para contarme que ha soñado con una nave espacial. O él en la cocina cerca de la ventana sirviéndose un vaso de agua al trasluz. De repente alguien habla del calor de los cuerpos. Te escribo, Ada, también porque eres tú el símbolo preciso de ese calor y de todos los sitios en los que no estamos.

febrero 06, 2010



Me fijo en el humo de las cosas calientes tratando de que la noche no se convierta en otra prolongación de la noche. Intento desde todas las millas de distancia no convertirme ahora en el opuesto exacto a lo que conoces tú. Trato de no dejarme llevar ni por la química ni el sonido molesto que hace en la noche a veces el ruido de los otros. Dices tú que ahora escribo como si fuera una mujer serena, más en calma que antes, y me hace sonreír en medio de la noche pensar "serenidad" o el sustantivo mujer. Aún existe la música - me digo -, jugar a que el dibujo sin motivo del mármol se convierta de golpe en un rostro de facciones perfectas, la pantalla repetida de los televisores, en un escaparate, dando a la misma vez la cara de cerca de J. D. Salinger. Existe la radio a cualquier hora, gente que no duerme porque es de día aún en su hemisferio, y luego están los insomnes y a lo mejor un turista en Nepal (me cuentas tú) masticando sal contra la altura.

enero 29, 2010

Han pasado ya veinte de las setenta noches de distancia. Los días han perdido la línea divisoria del sueño. Cada vez amanece unos minutos antes y agradeces sentir en las horas de coche el giro leve de la Tierra. A veces, temprano en las aulas mal iluminadas de un pueblo, sientes la campana de Plath agitarse por encima de ti, como si fuera a caer y dejarte dentro, respirar por los ojos, buscar el aire a movimientos de pez. Entonces es fácil tratar de volver a la madre, buscarla en los pasillos y en el olor a plancha caliente y el gesto amplio de doblar unas sábanas. Decir que vienes con la fiebre y el frío de la calle y sentarte de día, los pies contra la estufa, y repetir como un mantra en idiomas que no conoce (la madre no conoce) que este invierno está lloviendo siempre. Dormirte ahí, saber que duermes sólo porque se van alejando los sonidos de fuera y sientes sin embargo el latir cálido de los órganos internos. Por primera vez en tantas noches el único verdadero sueño profundo con los pies en la estufa y de fondo cayendo lentamente los ruidos de la casa, el olor de la casa, la melodía conocida de los instrumentos de la casa.

enero 09, 2010



Creímos ciegamente en la calidad indestructible de la casa. Sabíamos que estaba hecha de seres "maravillosos, como tú y como yo" y del resto de cosas irrompibles que formaban sus costados: la tierra, la fruta, el río, la verdad. Sin embargo ahora hemos llegado juntos al fondo del abismo. O se derrumba la casa y nosotros estamos dentro aún. Hemos tratado de detener la ruina con la fuerza de los cuerpos. Pero no. No ha bastado para aliviar la grieta irreducible que avanza en sus muros sin remedio, sin que ahora ya - porque ya es tarde - podamos detenerla. Somos cinco cuerpos con vida rodeados de escombros. O sin vida, o el escombro es la carne y la casa no existe. Al perder la estructura firme de la casa hemos perdido también la noción de la verdad. El amor a las cosas pequeñas. El movimiento exacto de la lengua sellando un cigarrillo. Están irreversiblemente muertas las plantas en el porche. El agua no es ya el milagro limpio y fértil que solía ser. No es más que otra molestia, la repetición constante de la lluvia sobre materiales de construcción sin forma, un montón de tejas y cemento apilado sin gracia sobre el barro. Escandinavia es un nombre que no volverá a existir, que jamás pronunciaremos, ni siquiera ahora que estamos solos, apoyados contra el muro, intentando creer que la casa existe, que nos cubre todavía, que no ha caído aún y que nosotros, los cinco, seguimos estando dentro.