Cuando la he visto estaba bajo una frase de Goethe que no he entendido (a veces la gente escribe frases de Goethe en un muro o hace un cartel que no anuncia nada con un poema dentro y ya está). Llevaba una corona, no sé si de plástico, yo creo que de plástico, y maquillaje sin espejo, una sombra desmedida y color gris en sus dos ojos muy azules. Luego seguía el vestido, un vestido hasta los pies, amarillo y azul, como si acabara de hacerlo ella o lo hubiera encontrado en una tienda de disfraces (pero no iba disfrazada, ella no). Ha cogido la botella entonces, Berliner Kindl, cincuenta centilitros, y la ha chupado como quien bebe la leche de la madre, rodeando todo el cristal con la boca, cerrando con fuerza los dos ojos, concentrada, como contando los segundos larguísimos que duraba el trago. La ha soltado sin cuidado encima de la mesa y ha seguido sentada bajo una frase de Goethe, muy blanca en la luz, diez menos cuarto en Blücherstrasse, con los ojos azules, con sus mil (quizá sesenta) años y no me ha mirado al pasar ni se ha dado cuenta de que me paraba a su lado para tratar de entender si la frase fue escrita para ella o si ella estaba ahí por la frase. Pero no lo sé.
1 comentario:
El centro es un lugar desierto. El centro es un espejo donde busco mi rostro sin poder encontrarlo. ¿Para eso has venido hasta aquí? ¿Con quién era la cita? El centro es como un círculo, como un tiovivo de pintados caballos. Entre las crines verdes y amarillas, el viento hace volar tu infancia. -Detenla, dices. Nadie puede escucharte. Música y banderas. El centro se ha borrado. Estaba aquí, en donde tú estuviste. Veloz el dardo hace blanco en su centro. Queda la vibración. ¿La sientes todavía?
("No amanece el cantor", José Ángel Valente).
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