octubre 21, 2006

Perfect Day

No me gusta que la gente vaya por la calle colgada de su música, con los cables saliéndoles de los oídos y esa cara de estar en otra parte. Será que me gustan las calles, pero el otro día no pude evitarlo, porque estaba toda Juan Carlos I anegada en una resaca que me iba de oído a oído. Y me dolían los pies y la lluvia, y no pude evitarlo. Y fue ya casi al final de la Avenida cuando me evadí de ojos y coches, y era Lou Reed, era Perfect Day lo que sonaba y yo sentía que encajaba bien a cada paso, a cada golpe de pie, de brazo, de cabeza y carpeta y libros, y colgándome de un hombro, el bolso. Supe que venías detrás, o lo intuí. Siempre sueño que llega cualquiera, cualquier encuentro, de lugares imposibles u otro tiempo, y me llama por detrás, y es mi nombre en ese instante lo que más poseo, porque me giro y quiero ser yo, que me llamen, que alguien me esté buscando, a mí. Así que intuí que ibas detrás, intuí que eras tú, pero ya no podía oír nada. La calle no me pertenecía, no puede pertenecerte si estás metida en otras músicas, otros lugares. Ni siquiera se ve igual así - la calle, con Perfect Day de oreja a oreja. Así que tarareaba muy bajo la letra de un día que llueve, un día que se me escapaba en la Circular y no quería oír coches, ni semáforos, cruzando esa porción de carretera, de tráfico y media mañana. Las cafeterías llenas de descansos, funcionarios, tostadas y café,
Feed animals in the zoo
y yo pasando por la puerta, viéndolos como si no me vieran, desde mi música.
Oh it's such a perfect day
Así que ando rápida, distraída, y no quiero mirar atrás, porque yo no oigo más que lo que llevo dentro. Me gustaría haber estado fuera, pasear, como siempre, sin música y oírte llamarme, saberte llamándome, poder oír en ti mi nombre y darme la vuelta entonces y después ver lo que hacíamos, quiénes éramos, pero no podía girarme. No te oía.
I'm glad I spend it with you
Y tú insistías, lo sé, pero estabas en otra parte, aún sin saberlo. Tú oyendo los coches, el titilar verde de los últimos segundos, los últimos semáforos. Estabas en otros ruidos. No podías oírme, sólo verme - eso creías. No podía llamarme, aunque lo intentaste y
Marisa en toda la calle, es muy posible, que sonara más allá de la Circular y fue justo ahí, justo al llegar al Tontódromo, fue justo en ese límite
You just keep me hanging on
donde ya nada traspasaba mi música, el silencio en mi cabeza, la canción de vista a olfato, a pies, a lluvia
You just keep me hanging on
fue justo ahí donde yo crucé ya casi en rojo, y tú, tú que venías detrás, tan detrás, ocupado sólo en repetir mis letras, conseguiste al fin que algo llegara también a mi porción de día, a mi porción de oído
Problems all left alone
Y en el último piano, en las últimas letras solas,
You're going to reap just what you sow
justo ahí, me tocaste por un momento la superficie de mi día, con la yema de los dedos, porque en ese instante logré escuchar el claxon - yo había cruzado casi en rojo, cuando tú cruzaste debía ya de ser un prohibido entero - el claxon y cómo frenó el coche, cómo fue de brusco y tú aún mi nombre, distraído, ocupado solo en eso, sin saber que ni siquiera estábamos en la misma calle, que aunque me costó mucho me mantuve en mí y ni siquiera giré la cabeza hacia el frenazo y tú asustado, ya en silencio, comprendiendo, quizá, que aquel no era el mismo día.
Just what you sow...
No lo era.

octubre 20, 2006

Me quiero ir


LA CIUDAD. Constantino Kavafis

Dices «Iré a otra tierra, hacia otro mar
y una ciudad mejor con certeza hallaré.
Pues cada esfuerzo mío está aquí condenado,
y muere mi corazón
lo mismo que mis pensamientos en esta desolada languidez.
Donde vuelvo mis ojos sólo veo
las oscuras ruinas de mi vida
y los muchos años que aquí pasé o destruí».
No hallarás otra tierra ni otra mar.
La ciudad irá en ti siempre. Volverás
a las mismas calles. Y en los mismos suburbios llegará tu vejez;
en la misma casa encanecerás.
Pues la ciudad siempre es la misma. Otra no busques
-no hay-,
ni caminos ni barco para ti.
La vida que aquí perdiste
la has destruido en toda la tierra.


octubre 16, 2006

octubre 15, 2006

Emmenez moi

C.R.A.Z.Y.
Creo que a mí me gustó más que a vosotros, creo que también yo la lloré de otra forma. Tenemos criterios distintos, es verdad. Ahora yo también voy a clases de Introducción al Cine y me da miedo dejar de llorar con
C.R.A.Z.Y.
Y caminas rápida, en sentido contrario al de todos esos borrachos que vuelven ahora a casa, y tú te levantas, te vas, sin equipaje y con los billetes en el bolsillo.
Me gustó por Zac (¿era Zac?) por la música y David Bowie y Pink Floyd y esas letras del Canadá Francés, o francesas pero en Canadá, y cómo todo se ralentizaba a veces. Fue por todo eso.
Y caminas rápida porque tienes prisa, sueño, anoche película y casa, ahora caminas, casi corres en dirección contraria a todos esos jóvenes que se ponen en cola para preguntarte la dirección. Una cola de borrachos a espasmos de alcohol y tú diciendo, oiga, señor borracho, aquel ha llegado antes. Y te preguntan: ¿La plaza de toros está por aquí? ¿Voy bien en esta dirección para llegar al río? ¿A cuánto queda el hospital Rodríguez Mesenger? ¿Morales Meseguer? Sí, Rodríguez Mesenguer. Y una vez organizados, sigues rápida hasta la estación. Algunos aún te miran, con las caras amarillas y ojeras de ocho de la mañana. Tuvo que ser una buena noche. Y tú en casa, en cine, bueno, anoche en casa.
Y lloré en mi butaca por algunas notas, algunos despertares, por esa forma tan reconocible de cantar frente al espejo, por no saber si esto, si lo otro, porque también yo soy una adolescente.
Los billetes seguros en el bolsillo de atrás. Los billetes en la mano. Igual que a veces sacas las llaves una manzana antes de tu portal, igual que a veces sacas el bolígrafo un piso antes de llegar a clase, igual que en ocasiones te preparas las monedas mucho antes de que te las pida la cajera, llevabas los billetes en la mano mucho antes de la estación.
Y esos gritos, y ese faire dodo, y todo ese nuevo idioma que ahora aprendo y esa época que no pude vivir. Ninguno de los tres pudimos, pero no sé por qué yo la añoro más, sé que yo la añoro más.
Y por fin la calle de la estación, tras pasar por las calles sucias, como mojadas, pero llenas de algo que se pega a los pies, al sueño, al pelo mojado tan temprano. Y es que era la primera luz, en realidad (amanece tan tarde estos días). Y Charada Jazz and Coctail más cerrado que nunca. Y la plaza que sólo vive de noche, de tarde, llena de árboles sin luz, aunque luz, prometo que estaban a oscuras.
Los setenta, digo. Setenta y algunas maneras de divertirse que ahora imitamos sabiendo de sobra que no es más que eso, un plagio sucio, ahora hay demasiado plástico, y cables, ahora ya es sólo una copia, aunque a veces confunde, sirve, basta.
Llegué a la ventanilla y la chica de la taquilla leía una revista con fotos en color y noticias de embarazos y divorcios. Embarazos que seguramente deberían estar prohibidos. Cuando digo
Buenos días
no sube la cabeza. Pasa una hoja. Cuando nota que me callo, que sigo ahí, entonces me mira, sin preguntar. Quería devolver estos billetes, por favor. Los coge, los mira mucho, me mira a mí y seguro que piensa que he llorado por eso, por el viaje, el no-viaje.
No sé por qué lloraba, tú me lo preguntaste al salir, pero no sé por qué tuve ese llanto. Ya te he dicho que era como nostalgia, una añoranza extraña, ese tiempo en el que no estuvimos, esa infancia tan distinta, ese decir desesperado, quiero ser como los demás. Y es que en francés todo me sonaba nuevo.
Me devuelve el dinero. Todo, a pesar de que según lo que pone en los billetes habría perdido el 20% por devolverlos dos horas antes de la salida. Pero no importa, ella sigue con la revista. Entonces me marcho, ya más despacio, en la misma dirección que los últimos borrachos. Ya no me preguntan, creen que soy uno de ellos, aunque con el pelo mojado y sin la cara amarilla. Se nota en que yo voy más abrigada, más de día, más en línea recta, pero ellos no lo ven. Así que vagan sin saber a quién preguntarle la dirección.
Quizá también era por el viaje, quizá eran esos vuelos y todo lo que no sea estar aquí, o en cualquiera de los sitios de los que reniego. Quizá sea eso, y no una película, quizá era sólo mi cabeza y la música de fondo. Major Tom y Hier encore. Algunas canciones. Quizá.
No sé cómo fue que fuimos. Aún no lo entiendo. Sólo sé verme en una estación y luego en otra. Y entonces la playa, y los días, y después la vuelta. Ayer la vuelta, una vuelta antes de tiempo y cómo fue que se nos ocurrió ir al final, explícamelo, porque no lo entendía mientras me temblaba el pulso cogiendo el teléfono en la estación de vuelta, arrastrando la maleta a patadas y comiendo a arcadas la primera comida del día, seis de la tarde. Explícamelo porque aún no lo entiendo, no entiendo bien cómo fue toda esta historia. La playa sí, el sur, el viaje, la ciudad de siempre, la misma gente. La estación no, ese llanto no. Me temblaba el pulso de rabia, quizá, y lloré fuerte, como creo que nunca antes había hecho estando sola en una estación. Odio las estaciones. Fui a tomar una manzanilla. Ya sé que no relaja, pero tenía una piedra encima, debajo del ombligo. Me pesaba y me hería aún más el llanto y me quedé sola en la barra, vigilando la maleta, casi sin ropa, sólo un libro enorme en ella, sabes cuál. Tenía los ojos tan hinchados que me costaba ver al camarero sin obligarme a abrirlos, ver bien dónde ponía el azúcar, cómo daba vueltas la cucharilla en la taza, ese ruido que tienen todas las barras. Me costó. Y llegué tarde y sin llaves y no quise decirte nada. No voy a decirte nada aún. Quizá luego. Y no me arrepiento de playas, ni de haber comprado de nuevo los mismos billetes, los mismos que devolví en la taquilla, dos horas antes, revistas y embarazos, esos billetes. Podríamos irnos otra vez.

octubre 07, 2006

Fuegos

El señor que lleva un mes tratando de vendernos los extintores, su Mercedes, él, el pelo como si siempre estuviera mojado, las manos grandes y el olor a tabaco, ha tirado una colilla en las plantas de la escalera. Todo humo. El señor de los extintores le ha metido fuego al plástico de hojas y pétalos. Y se ha ido. Y humo. Y Dios dice que el Limbo no existe, o eso he oído en las noticias.

octubre 05, 2006

Me acuerdo de ti como una niña se acuerda de otra infancia.