julio 19, 2010

Perdona nuestras ofensas como también nosotros

Perdonarse. En reflexivo, en primera persona, neto, en bruto. Yo no sé si es posible perdonarse. Si alguien sabe perdonarse, si alguien entiende de verdad las esquinas del verbo, ese verbo. Basta con escribir en el cuaderno mirando la quietud del gato la palabra reconstrucción, creer en la palabra recomenzar, apoyar la espalda tensa por fin sobre el respaldo, cerrar los ojos con la mano sobre un vaso helado de zumo, el alivio del frío, mirarlos a ellos jugando ajedrez durante horas de silencio mientras él los dibuja, que anochezca a las once. Basta con saborear esa calma, con detenerse un instante en ella y escribir "Reconstruccion" en tinta azul para que entonces todo vuelva al punto de antes. Como un animal, todo esto se mueve como un animal que no sabe, retrocede, teme, avanza, retrocede otra vez y aún más lejos, hasta el punto anterior al punto anterior. Entonces están los sueños. Un pañuelo cerca de los ojos, gente rodeando un cuerpo, el miedo, que te despierte el teléfono y no sepas si el teléfono te despierta o es parte del sueño y del animal que no avanza. Te preguntas si no bastaría con perdonarse, con teñirse de un bálsamo, no sabes qué balsamo, pasárselo por las sienes, los brazos, alrededor de los codos, cada uno de los pechos, las ingles, llegar hasta los pies. Perdonarse con ese bálsamo, que se perdonen todos, creer en la luz que vemos y no queremos creer, no llorar en los paseos del bosque, no soñar con cuerpos tristes rodeando otro cuerpo, tener el valor de avanzar a pesar de todo. Quizá nada más tener el valor de la renuncia. No sabes si de golpe lo único que hace falta es el valor de la renuncia.

No hay comentarios: