junio 03, 2010

Llegar. El cuerpo abierto. Tomar aire, el acúfeno. Oírlo ahí, el ruido blanco, sin fuente, sin sentido. Escribir en un papel pequeño: Mi renuncia. Tragarse luego ese papel pequeño. O no hacer nada con el papel pequeño. Dibujar distraída un caracol encima mientras hablas con alguien. Recordar con sonido, recordar con el cuerpo, todo el cuerpo, las cinco de la tarde en Bozar y cuadros de Frida Kahlo. Recordar como la gente salía sin haberse parado ahí, a mirar las manchas con tinta en el diario azul. "Diego, estoy sola". Y él: Van a cerrar, vamos. Y Frida: DIEGO en mayúsculas. A lo mejor SOLA también en mayúsculas. No sabes. Habéis mirado enfriarse la comida en los platos. Ella fumaba a veces, explicaba con las manos una forma nueva de peinarse. Tú mirando la comida. Sabiendo que al llegar habría ese sonido en el oído derecho. "Se define el acúfeno como la percepción de un sonido sin que exista fuente sonora externa que lo origina". Pero entonces se transforma. No es un "tono puro y sencillo", ni tampoco "un ruido complejo como rumor de mar, vapor, un grillo o un timbre". Es el diario de Frida una noche hace años. Es su forma de escribir con mayúsculas DIEGO estoy sola. A lo mejor SOLA en mayúsculas también. No recuerdas. Pero Diego seguro, DIEGO escrito así y Frida esperando. Una noche distinta a esta noche, sobre todo con otra temperatura. Olía seguramente de otra forma y era el interior de otra casa. Pero recuerdas ahora, al llegar, justo ahora, y se transforma ese sonido que no existe por fuera en esa precisa página de diario.

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