febrero 12, 2008

Después del ruido


Me doy cuenta, ahora, después del ruido, de que aquí se vive en silencio, nos movemos en silencio, caminamos este lugar sin calles, de un lado a otro del lago artificial. Somos tantos aquí, miles de personas caminando sin ruido, carpeta contra el pecho, y sólo rompe ese silencio el ruido del microondas, la voz del doctor Spencer en las clases de fonética, el pie contra un charco, pasar página, un ruido de máquina, de alguien escribiendo tres mil quinientas palabras sobre la inflación en Colombia, el ascensor al frenar y las alarmas de incendios. Ni siquiera en el médico se pronuncia tu nombre. En la sala de espera hay un panel negro con letras rojas, como en los estadios, que dibuja tu nombre y parpadea entre una orla de estrellas de seis puntas o helicótperos mientras algo hace un ruido electrónico que no para hasta que te levantas. Hay un silencio de domingo aquí que dura siempre. Incluso con la alarma de incendios, que se clava tan dentro del oído, aún perdura el silencio. Bajamos la escalera con orden, con costumbre, sin miedo, sin pánico. Utilizamos la salida de emergencia, esperamos con frío hasta que viene alguien de seguridad con un chaleco fosforescente y lo deja todo en calma, en el mismo silencio pero en calma, y subimos otra vez con ruido de pasos nada más, sin voces, y hay un sonar de puertas o de llaves y luego vuelve el silencio de siempre. Por eso hay que huir, a menudo, una vez por semana, y tratar de buscar la vida en cualquier playa de Clacton o en una calle de Londres.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Este es uno de tus mejores textos. Cada día te pareces más a alguien que yo me sé y que también es trágico. Como tú.

Anónimo dijo...

Cada día eres mejor y escribes mejor. Deberías sentirte orgullosa. Deberías volver a escribir algo que se parezca a quedarnos encerrados en un camping.