Leerte así, o verlo irse así, o que alguien te diga no huyas y tú te sepas huyendo. Soñarte escalando kilómetros verticales de algas, o de piel muerta de serpiente. Amarrarse a eso que se desmorona y cae y se hace trizas y sentir el vértigo espalda atrás, nacerte entre las piernas, clavarte los dedos en la vulva o en el cuello. El vértigo ahí en el vértice más alto, más inestable, de una creación extraña, desértica, de algas o pieles muertas. Es lo que ocurre por habitaciones expresionistas, por la persiana rota, porque tú me dices sólo me quieres para que te lea, porque alguien me dice no huyas, por ella yéndose a la salida del cine sin decir adiós. No quiero soñar el vértigo. Despertarse con vértigo es despertarse con náusea, quedarse una hora delante del café, moverse muy poco, dejar que se enfríe y notarse en los ojos algo sucio todo el día. Saber que ellos lo ven, que lo ven y confunden con mala cara o insomnio. Pero no sabes cómo explicar que has vuelto a soñar el vértigo. Y que ya no lo vas a explicar para él.
2 comentarios:
El vértigo es una duda con alas, sin horarios, sin métodos. Un indescifrable pictograma que asusta y señala a no sé qué limones chupados. Nos conmueve su incertidumbre, su gimnasia, y aveces, la amamos...
a veces...
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