junio 16, 2009

Bellis perennis



El calor se parece al viento y al ruido. Es lo mismo, ataca a esa misma parte cansada de la materia gris. Hace calor de agosto en mitad de junio. La planta estaba muerta en el balcón. La planta significaba tanto que he puesto una canción para llorarla o hacerle duelo. La planta muerta de sed y de olvido y de exceso de luz. No, de olvido no, es mentira que de olvido. La planta tenía nombre pero no puedo nombrarlo. Los nombres matan, delimitan, acaban. No me gustan los nombres. Le he arrancado las flores y las hojas. Ha quedado nada más que la raíz, que imagino cubierta de lombrices de tierra. La planta estaba viva y ahora, por algún cambio irreversible en su química o su savia, ya no lo está más. He deseado fumar para sentarme a su lado y estar fumando. Hay más plantas en el balcón, pero esa era la única con nombre. Tú sabes qué nombre. Un día era marzo y ya habían cerrado las tiendas y salían todos los alumnos oliendo a aguarrás o a pintura de la escuela de arte. Era el mismo camino desde diferentes lados. Un día era un paso de cebra y los semáforos. Era desviarse sin saber que aquello no se podía llamar desvío. En el cartel decía: Bellis, 1,50. Y él me dijo: "Estábamos a punto de cerrar. " Y: "Transplántala en seguida." Bellis no significa nada. Bellis se llaman todas las margaritas del mundo. Recuerdo que le pensaba un nombre y que hice el camino contrario mientras todos salían de la escuela de arte. La intersección. La luz en rojo. Que a lo lejos (y no es cierto que lejos, en realidad entre una línea y otra de ese paso de cebra) alguien pronuncie tu nombre. Está muerta y juré no contar que le di un nombre que pronuncié como si rezara al regarla, al ponerla al sol, al guardarla en la sombra. En realidad busco entre la tierra con los dedos y aparece una porción de verde, de brotes o de raíces vivas, y me juro no nombrarla ya más para que a partir de ahora, y si sobrevive, no signifique tanto.

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