Pasarse la vida buscando el centro como si el centro existiera, como si una mañana fueras a encontrarlo: Está aquí, lo he visto, lo tengo. Y entonces ocurre de golpe que el centro no existe, o se va, que pasan por encima lejísimos los aviones, que la geografía se hace una ciencia incomprensible y te han dicho que hay una línea recta del núcleo más interno de la Tierra hasta ti. Que esa línea se mueve, se desplaza contigo y que la llevas siempre, que te agarra, que te mantiene dentro de las leyes de la gravedad y el resto de la física. Si cierras los ojos esa línea arde y nace a cuatro dedos del ombligo. Y eso es lo más parecido al centro, llevarlo encima, ser el centro, una continuación del núcleo, esa es la única búsqueda, al parecer, posible.
octubre 08, 2010
octubre 06, 2010
La Reina de Thule
Cuando la he visto estaba bajo una frase de Goethe que no he entendido (a veces la gente escribe frases de Goethe en un muro o hace un cartel que no anuncia nada con un poema dentro y ya está). Llevaba una corona, no sé si de plástico, yo creo que de plástico, y maquillaje sin espejo, una sombra desmedida y color gris en sus dos ojos muy azules. Luego seguía el vestido, un vestido hasta los pies, amarillo y azul, como si acabara de hacerlo ella o lo hubiera encontrado en una tienda de disfraces (pero no iba disfrazada, ella no). Ha cogido la botella entonces, Berliner Kindl, cincuenta centilitros, y la ha chupado como quien bebe la leche de la madre, rodeando todo el cristal con la boca, cerrando con fuerza los dos ojos, concentrada, como contando los segundos larguísimos que duraba el trago. La ha soltado sin cuidado encima de la mesa y ha seguido sentada bajo una frase de Goethe, muy blanca en la luz, diez menos cuarto en Blücherstrasse, con los ojos azules, con sus mil (quizá sesenta) años y no me ha mirado al pasar ni se ha dado cuenta de que me paraba a su lado para tratar de entender si la frase fue escrita para ella o si ella estaba ahí por la frase. Pero no lo sé.
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