El norte está dispuesto de manera hostil. Las ciudades se alargan y aquí da igual que te mojes bajo la lluvia y se te arrugue el plano y acabes en el fin de todo en lugar de en la estación central. La boca, la lengua tan torpe, apenas pronunciando palabras que en otro tiempo supiste pronunciar. Y a lo mejor no es hostil, a lo mejor no es todo esto, es sólo tu torpeza, tu acabar de llegar, tu timidez. En realidad puede que la gente te sonría, que alguien te mire a los ojos al cruzar el Pont de l'Eveche, que el beso en la mejilla que te dio ayer la cónsul tuviera toda la fuerza que ella quiso ponerle. No sé. Entonces te rindes y aparecen señales. Frente a ti, también en el centro justo de la lluvia, un cartel de cine en el que lees Inland Empire. Apuntas la dirección del cine (qué importa si Lynch, si tantas veces temer a Lynch, no entender a Lynch, si ahora Inland Empire se convierte en el único vínculo, en la única realidad reconocible). Recorres metros y llueve, pero no te molesta esta lluvia. Lo encuentras y está desierto, vacío, y en la puerta escrito a mano: Cerrado hasta octubre. Te das cuenta de que has venido a una ciudad en vacaciones. Puede que todo esté cerrado hasta octubre, hasta el día justo de tu marcha. Y ahí ya sí te rindes un poco. No te rindes, descansas. Te vuelves a casa por el camino más corto, bordeas la citadelle sin mirarla, te molesta el frío en el pecho y la lluvia en los pies. Y entonces que llamen a la puerta, tú con el cepillo de dientes en la mano, confundida, equivocada de idioma, y que sea él, padre, recién llegado del trabajo, él que recoge a los hijos de actividades de agua, él que acampa en los fiordos noruegos y compra libros persas y ahora viene y te dice: On soupe ? Y basta así, basta con eso, con la sílaba átona de su interrogación, te basta.
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