junio 21, 2008

La noche más corta

Fotografía: dW


Y aquí estuvimos encerrados

todo el verano sin salir
Los Planetas. La casa

Yo te hubiese ofrecido mi verano. Era lo único que podía ofrecerte y tampoco creo que nos hubiera quedado tiempo para más. Yo aún tenía esperanza en el verano. Tú habrías elegido la ciudad, yo los balcones. Para el idioma ya teníamos solución, no sé si lo recuerdas. Y bueno, es verdad que el trabajo, que cansarse, el calor, pero vendrías a tiempo de dar un paseo de última luz en la playa y a mí me olerían las manos a pan. Luego dormir con las ventanas abiertas, sin sábanas, sin ropa, y esa brisa de noche en agosto. Sin embargo nos hemos quedado aquí. Tú nos condenas. Nos hemos quedado aquí. Aquí no se nota el tiempo, ni las horas. Aquí hay una luz eterna y siempre igual de tres de la mañana a casi once de la noche. Sin embargo no hay luz. Hay esa luz, pero no hay la luz. Sólo un día hizo calor y había esa brisa que no pertenece a este norte y dormimos con todo abierto y sin sábanas. Sólo una vez. Y parecía el comienzo de algo, pero no. Resulta que eso era todo. Eso era ese algo: La breve felicidad de pensar un verano en lo que dura un ascensor bajando nueve pisos. No queda más remedio que maletas, que empaquetar las fotos, decirle a alguien si quiere esta lámpara, soñar un lugar con balcones que ya nunca va a llegar. Ha sido extraño verte de lejos y sin poder tocarte. Tú nos condenas. No me atrevo a decírtelo, pero tú nos condenas. Ha sido extraño ese bar sin la libertad de sentarme en tu mesa, de tocarte el pelo o los párpados. Estabas ahí, al alcance de mi mano, de mi voz, unas sillas atrás. Y sin embargo nada. Te he dejado pasar, salir, sin detenerte, sin mirarte a los ojos y pedirte un porqué desesperado. No. Te he dejado pasar y entretengo mi cama, la lleno de otras cosas, de libros, de pañuelos, de cualquier materia que no se parezca a ti, que no me recuerde que deberías estar. Menos mal que él tiene un refugio. Menos mal que él cierra las cortinas para huir de esta luz sin gracia y oye a través de sus cuatro altavoces en estéreo la voz de Deleuze diciendo algo que sólo él entiende. Menos mal que él no me pregunta por qué lloras, que él tiene un refugio y me deja entrar sin hacer preguntas y se hace a un lado en la cama para que llore ahí. Su habitación parece otro mundo, sin esa luz, con una voz en francés de fondo. Y basta quedarse ahí dentro para olvidarlo todo, ese juego del solsticio, las hogueras, los sitios en los que yo creía que teníamos que estar. Basta su refugio, su calma, la oscuridad y la voz en los altavoces. Y siempre se me olvida decirle cuánto se lo agradezco.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

http://deleuzefilosofia.blogspot.com/

Anónimo dijo...

eme preciosa,

es quizá la segunda ves que leo esta. Me ha quedado una incertidumbre enorme desde...todo. Yo amanecí tan aturdida y revuelta por qué...soñé demasiado.Soñé con ella. Con mujeres, con hombres, con huertas muy grandes, con deshielo. Con casas y lugares que no conozco, que estoy hecha un desastre. Los sueños me cansan. Esta nublado hoy...y ha sido una noche tan larga..

Waltz