septiembre 30, 2008

intensidades

Ada, no sé dónde estás ni si a veces me piensas, pero recuerdo ahora una carta tuya en la que me decías: Necesito intensidades. Pues bien, ahora lo pienso y creo que deberías ver lo que es vivir aquí, en la Intensidad. No sé si tiene que ver algo con que no estés. No creo que tenga que ver con nada, pero ocurre que me hace llorar la música en directo, ocurre que ver de nuevo The Dreamers es quedarse toda la noche en vela por un mes imposible, por nostalgia de sitios que no conocimos. Ocurre, Ada, que camino de nuevo la ciudad comprendiendo cada uno de los vértices de la palabra volver. Y adoro esta lluvia, y adoro los nombres de sus calles y te imagino a ti explicándome el sustantivo abstracto intensidad. Intensidad es donde vivo ahora. Es dormir con calma por cómo de fuerte bombea la búsqueda, destinar cada uno de los pasos a la búsqueda sabiendo que aquí el encuentro es posible. Que aquí existen las calles y los barrios y no es lo mismo que habitar un campus frío del este inglés. Que aquí quedan restos de la Maga, cartas a Rocamadour, las erres de Louis Garrel un lunes en una casa - al fin - de paredes ocre. Pero cuando eso ocurre, también el infierno cobra intensidades. Soñarse ciega o con una mota de cianuro bajando por la garganta. Soñar que recorres un bosque - lo recorro - con tan solo una gama de grises, informe, sin límites, imitando la luz. Notar ramas saltar, herir, al borde del sentido del tacto, de la vista. Soñar la miopía multiplicada, la verdadera imposibilidad de ver. Soñar eso o la palabra cianuro y despertar con las sábanas húmedas de esa pasta con la que despiertas cuando sueñas que mueres. Pero de cualquier modo, Ada, habito intensidades. Y eso también significa vértigo.

septiembre 28, 2008

En attendant Godot

Y escribir ahora, sí. Aunque las seis y veintiocho, sólo porque la lluvia hoy se hizo cierta, porque me cansa la música electrónica, el dj ahí tan alto, la lluvia por fin cierta y nosotros ahí, cada uno en un extremo de la barra. Ver a la gente bailar y yo pensando que no entiendo por qué aguantamos - las seis y veintiocho - tantas horas y alcohol a la orilla de una barra.

septiembre 27, 2008

The Pink Tones y Comfortably Numb

El saxofón nos salvó de la lluvia. Agradecías sonriendo que existiera ese saxofón. Convencerse de que no llueve, marcar tu número, despertarte, tal vez despertarte, pero saber que es imposible que esa canción suene sin tus orejas del otro lado. Que esa canción no existe si no la escuchas tú. Luego partir, decir que me voy aunque no quiera decir que me voy y marcharme despacio para oír aún en el camino a casa el sonido que llegaba de altavoces. Pero si suena Comfortably Numb hay que volver. Hay que volver porque hay tardes de agosto en que alguien escribe en el agua, en un mensaje sms o en el envés de una postal: Your lips move but I can't hear what you are saying. Hay que volver, aunque las piernas cansadas, aunque sepas que te esperan, que tienes que irte, hay que volver corriendo, pasar sin mirar a los de seguridad, apretar el bolso contra ti, convencerte de que no llueve - y es que no llueve - y escuchar Comfortably Numb de cerca, con las cuerdas vibrándote pecho adentro, con los decibelios naciendo del altavoz para ti, recorriéndote el tímpano y el umbral de audición, vibrándote en la lengua y en la boca. Hay que escuchar Comfortably Numb así de cerca, como si acabaran de inventarla, y gritar para dentro, como si le estuvieras preguntando a él: Can you show me where it hurts?

septiembre 26, 2008

Anoche sentía envidia de cuatro hombres que fuman y hablan con vehemencia de política en la cola del baño. Los veía firmes sobre alguna cosa, convencidos, creyendo en eso, con la fuerza y las ganas de hablar así de política y del valor del euro en los países del norte. También hay gente que cree mucho en la escalada o en el caniche toy y escribe en un foro de Internet sobre eso sin puntuación y con faltas de ortografía. Y creen. Creen y yo los miro, los oigo, les presto atención y pienso qué envidia. Y me fascina mirarla a ella, por ejemplo, sentada paralela a mí en una silla marrón, frente al espejo de la peluquería, mirándose con ese cuidado las uñas, poniéndose en su sitio el reloj, quitándose de la falda una mota de algo que tan solo ella ve. Y me fascina mirarle las piernas depiladas, perfectamente depiladas, y el algodón de la camiseta rosa ceñírsele perfectamente al pecho. A veces habla, sin cuidado, y dice cosas como "sus partes íntimas" o "y un pijo" pero me fascina el tiempo que ha dedicado al color de sus uñas, a perfilarse los labios y elegir la ropa y el bolso. A veces me fascina mirarlos, siento envidia, ganas de pertenecer a algo, de hacerme del club de los amigos de algo, cualquier cosa, de discutir de política en la puerta de los baños públicos, de política o de cualquier cosa en la que crea, me sienta firme, y dejar de pensar que qué envidia.

septiembre 19, 2008


Me voy. Me oigo decir que me voy, me lo digo a mí misma, me recreo en la lengua, el idioma propio y me digo que me voy. Abandono esta casa, el parqué, la luz amarilla y cuadros de Buda en las paredes del baño. Ella hace el amor con alguien que no es él. Luego sale ágil, sin ruido, lo despide en la calle y me busca en la ventana para explicármelo todo. Explicármelo a mí como explicándoselo a ella misma. El niño me besa desnudo y huele a zumo o jarabe. Ella habla, habla como si yo entendiera y a veces dice cosas sin voz para que el niño no oiga. Me voy. Six heures et demie, le digo. Le matin. Tengo sueño y no sé si me voy triste. Sé que ella hace el amor por las tardes y me lo explica después. No entiendo eso, mientras hago la maleta y me digo que me voy no comprendo nada. No sé si me voy triste. Si pienso en tu casa, en un poco más al norte, entonces sí que un poco triste. Pero sólo por eso, sólo porque nos vi en el espejo de Le Champagne, sólo por ese concierto insufrible y nosotros en el espejo, riéndonos, mirando de muy cerca una foto de Ian Curtis. Me voy triste si pienso en nosotros en ese espejo, en que nosotros ya nunca más allí. Si pienso en los colores de los Jacobinos y en ti diciendo 'ahora' para que abriera los ojos. Sólo si pienso en eso me voy triste. Y entonces me consuelan las doce horas de tren, la posibilidad de evocarte, de recordar, como mínimo, que una vez llovía cerca del canal y tú me esperabas a la salida del cine de la calle Montardy, cansado y con paraguas, cubierto entero por la gabardina oscura. Que luego cogimos el metro, caminamos callados, nos dormimos sin querer en el sofá de la funda roja. Me entretiene pensar eso mientras hago la maleta y me digo que me voy y que no sé si me voy triste.

septiembre 15, 2008

septiembre 08, 2008


Mirarte y la imposibilidad de la lengua. El sentido universal de la sonrisa. Buscarte los ojos tras las gafas de sol. Toda la tarde el silencio, el ruido de una mano contra el muslo, de mi mano contra mi propio muslo, una señal con los dedos que significa voy al agua, y tú levantándote como si quisieras hacerme desaparecer. Entonces yo deseando eso mismo, caminando detrás como queriendo existir poco, leve, no clavar en la arena los pasos, no obstruirte el aire que te llegaba en las rocas. Querer llorar, pensarse estúpida, mirarte tanto y la imposibilidad de la lengua. Verte ahí arriba abrazándote las rodillas, sabiendo que no hay idiomas entre el tuyo y el mío. Querer llorar y huir y mirarte volver, hacerte fotos sin que lo sepas volviendo, buscarte sobre las rocas, coger juntas el autobús de vuelta y a mi lado esa señora un poco demente que chilla en todas las paradas de tren, cantándome coplas todo el camino, llorando y diciendo: "Ay, la patria, mi Gerona", y luego mirarnos a las dos para decir: "Es verdad. Los hombres son malos. Si te besa alguno te pones la mano aquí." Y me tapaba la boca con una mano que olía a humo o a almendras amargas. Y yo pensar en él diciendo: "Like light for moths, you are for these crazy people like light for moths". Aunque no me gustaba que utilizara crazy. Entonces ha sido bajar, la calle, el tranvía, todo lleno de gente en un lunes de retrasos y calor y ver de lejos cómo corrías para llegar a tiempo. Decirte ven con la mano, pensar que estás, montarme en el tranvía pensando que estás, segura de que estás, de que te encontraré en el vagón de la cabina, de que caminaré agarrada a las barras, como si hubiese mucho viento en contra, y al final serías tú. Pero no. No. Me he quedado perdida, más silencio, sin saber en qué parada bajarme. Al final Corum y caminar a la casa sin posibilidad de ti. Y ahora tengo nada más que una foto tuya sobre las rocas.

septiembre 07, 2008

Vive la jeunesse


Ocurre, por ejemplo, que una va en dirección Sant Guilhem, que es algún minuto de entre las ocho y las nueve, que llueve a ratos, que el suelo resbala. Ocurre que la gente camina como sin pisar, con el paraguas en la mano y maletines o una carpeta y de repente un señor de lejos te mira muchos metros allá, y te sigue mirando, y tú lo miras a él y en su mirada hay algo que no hay en las otras, algo así como años de aprender a mirar así, o haber nacido muy inteligente. Y detrás de las gafas, bajo el flequillo gris, empezando por los ojos, te sonríe. Y entonces se detiene algo que no sabes si es la lluvia o el flujo sanguíneo y le devuelves la sonrisa y dices merci si te ofrecen un periódico gratuito y amas a la gente que camina como sin pisar. También es posible que hables con ella un inglés rápido, práctico, necesario , en la puerta de una escuela y haya un atasco en la calle, y el señor del coche a tu altura diga algo así como te observo porque me gusta mirarte hablar, y que luego te explique no sé qué del subjuntivo y que el camión que le impedía el paso se vaya con ruido y él, con la mano en la palanca de marchas, se marche diciendo que vive la jeunesse. O es posible que sean las tres pm en el Musée Fabre y te aburran por no entenderlos los cuadros de Courbet hasta que el hombre desesperado y lo mires durante minutos en que la gente pasa, se queda cerca, o detrás de ti, y se va sin imaginar que tú no puedes moverte, que recuerdas el Síndrome de Stendhal y te preguntas qué es eso que te palpita de los ojos a la garganta, algo que se parece al sueño o las ganas de llorar. Y después eso es todo. Caminar de vuelta toda la Avenida Jean Jaurès pisándote la sombra, sonreír en los bares o en la Rue Les ecoles laiques, coger un tren y mirarse la sombra. Llegar temprano a las luces naranjas y descubrirse una pestaña en la mejilla o un mosquito en el hombro.

septiembre 04, 2008

Ich bin nicht aus Zucker


A veces no comprendo el verbo ser. A veces hay una tormenta de verano y mediterránea en un pueblo llamado Castelnau Le Nez. Y llueve sobre las cosas, sobre el tranvía, sobre el cristal que me cubre, sobre el agua, sobre los coches, sobre unas bragas color rosa pálido olvidadas en el patio de esta casa sin puertas. A veces llueve así y me encierro en un cuarto de parqué y luces naranjas y conjugo de memoria el verbo ser. Y me digo: Yo soy. Y no comprendo los límites, ni los viajes al norte, ni trenes de doce horas. O a lo mejor le digo a ella, tan nueva, ojos azules, que me cuente la lluvia en Austria y ella dice: Ich bin nicht aus Zucker. Y me convenzo de eso, también de eso, de que la lluvia no nos deshace ni transforma, mientras ella lo explica en idiomas que entiendo a medias. Pero eso luego da igual, a las veintidós y cuarentaycuatro de un algo de septiembre, si llueve y el día dura exactamente doce coma cinco horas, si hay esta tormenta y la sacudida de un trueno y conjugo el verbo ser mientras me lavo los dientes o busco las zapatillas. Da igual.