septiembre 26, 2008

Anoche sentía envidia de cuatro hombres que fuman y hablan con vehemencia de política en la cola del baño. Los veía firmes sobre alguna cosa, convencidos, creyendo en eso, con la fuerza y las ganas de hablar así de política y del valor del euro en los países del norte. También hay gente que cree mucho en la escalada o en el caniche toy y escribe en un foro de Internet sobre eso sin puntuación y con faltas de ortografía. Y creen. Creen y yo los miro, los oigo, les presto atención y pienso qué envidia. Y me fascina mirarla a ella, por ejemplo, sentada paralela a mí en una silla marrón, frente al espejo de la peluquería, mirándose con ese cuidado las uñas, poniéndose en su sitio el reloj, quitándose de la falda una mota de algo que tan solo ella ve. Y me fascina mirarle las piernas depiladas, perfectamente depiladas, y el algodón de la camiseta rosa ceñírsele perfectamente al pecho. A veces habla, sin cuidado, y dice cosas como "sus partes íntimas" o "y un pijo" pero me fascina el tiempo que ha dedicado al color de sus uñas, a perfilarse los labios y elegir la ropa y el bolso. A veces me fascina mirarlos, siento envidia, ganas de pertenecer a algo, de hacerme del club de los amigos de algo, cualquier cosa, de discutir de política en la puerta de los baños públicos, de política o de cualquier cosa en la que crea, me sienta firme, y dejar de pensar que qué envidia.

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