enero 15, 2009


El insomnio. La textura de chicle del insomnio. Cierro los ojos y veo París, la nieve en París, tiendas de libros, el olor a pan y las ventanas que él hizo nuestras, permitió que por unos días nuestras. Cierro los ojos y veo todo menos lo que ven los que duermen. Lo veo todo vivo, en ebullición. Me recorre una emoción parecida a las ganas de salir que dan algunos sábados por la tarde. Esas ganas de las que hablamos a veces y en las que apetece maquillarse muy despacio y durante horas mientras de fondo una canción de The Blows o Los Smiths. Una emoción que no tiene sentido, ni cabida, un miércoles a las tres. Así que me rindo, enciendo luces, toso a una orilla de la cama, enciendo la radio, apago la radio, enciendo una vela, incienso, me asomo al balcón con la manta sobre los hombros y las gafas puestas y el sueño en todas partes menos donde tiene que estar. Nos veo, estamos las dos, los tres en París, y creo que esta noche es como empezar a estar triste, como esa cosa de después que producen los viajes. Abro una caja que está siempre ahí, cerrada, impidiendo la caída de diccionarios y otros libros. La abro después de años ahí, sin tocar, y hay un plano de Lisboa y una mano de Fátima y siete anillos mexicanos de plata y la dirección de David en Argentina y la letra de Rape me y dos páginas arrugadas de La Nación, de Buenos Aires, y el capítulo 7 y dos botellas de cristal vacías de cerveza y una maraca rota y animales de mar y pintauñas y billetes de avión y un terrón de azúcar y un portarretratos con un faro pintado por ella cuando quería aprender a pintar y antes de que se fuera al norte. Hay billetes de autobús, fechas a medio borrar, sus falsificaciones etílicas, poéticas, de etimología y un papel doblado e intacto, menos sucio, menos aparentemente viejo que los otros. No sé de dónde ha salido ese papel. En ese papel alguien habla de notarse los órganos internos. Lo leo y no consigo. No lo sé. Me desvela aún más ese papel. Están bien contados los órganos, está perfectamente explicado un páncreas y la fealdad de la taxidermia. No sé quién de cerca puede escribir así, puede haberme dado ese papel. Me desvela y lo leo y lo releo y lo memorizo y sigo sin saber. Vuelvo a rendirme, a apagar luces, a cerrar el balcón. Y sigo en el centro exacto del insomnio.

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