abril 07, 2009

04.04.09

"Dicen que hay vientos del sur capaces de hacer
que el hombre más cuerdo en la Tierra llegue a enloquecer."
De Con amor y absurdidad. Nacho Vegas

No sé por qué se oían a esa hora - tan temprano - de la tarde los vencejos. Pero sonaban con fuerza en una de las calles de la isla. Yo delante de una tienda de cuero y él ahí, hermoso, su rostro de belleza clásica, ojos claros, diciéndome: "Las hice yo." Imaginé entonces sus manos trabajando ese cuero, y a lo mejor lo notó - yo creo que lo notó - porque agachó la mirada. A ratos anulaba los vencejos un viento marino, de calle estrecha, de tienda de cuero en una calle escondida de Rodas. Me ruborizaba, no sé por qué, la existencia de esas sandalias, la presencia cercana de sus manos. Me sonrió tímido y deseé volver a escuchar algo de su boca y de su acento. Pero no habló. Yo miraba mis pies, los imaginaba desnudos, ciñéndose al cuero negro que sus manos hermosas habían cortado, cosido, en definitiva tocado. El viento no me dejaba pensar, no me permitía oírme, me desordenaba la ropa y el pelo y a él no lo tocaba. Fijé la mirada otra vez en los zapatos, cada vez más suyos, más bellos, que cada vez yo deseaba más. Me turbó ese exceso de deseo. Y en ese instante me fui, sin mirarlo me fui. No sé por qué, pero tuve ya toda la tarde, toda la noche, su imagen entre los ojos y un sabor en la boca - no sé por qué - como el que deja la culpa o el arrepentimiento.

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