abril 08, 2009

06.04.09

Hay una sala aquí que llaman showroom. Parece un lugar desierto, derruido. Es, sin embargo, una sala que hasta hace unas horas estaba llena de luces y de risas, de humor barato y caspa. Esta sala me produce una náusea diferente al resto de lugares que me producen eso. Tiene una tristeza añadida, no sé cual. A lo mejor que el Egeo tan cercano, a lo mejor las luces que dan a esta hora en la Cubierta 10 y sin embargo la gente aquí, y mucho ruido, y alguien barriendo el confeti que ha quedado en la moqueta. Sin embargo busco esa náusea, me vengo aquí no sé bien a qué cuando ya ha acabado todo y miro el dorado de las cortinas y las lámparas recargadas y el exceso de luz artificial. No queda nadie. Se los llevaron a la habitación contigua a jugar al bingo o a las cartas. El barco se mueve y es extraño, casi siniestro, estar aquí abajo a estas horas de nada, mirar las escaleras, los focos apagados. Una sala enorme, desierta, que parece estar recuperándose de una tristeza cósmica. Entonces lo veo a él y lo reconozco en seguida. Mi mente lo nombra: Tadzio, puede que incluso más joven que Tadzio. Está solo y aunque él no lo sabe, yo creo que no lo sabe, busca en la showroom desierta esa misma sensación que busco yo. Tiene un papel pequeño en las manos y lo arruga y lo desdobla y pinta algo sobre él con lápiz de punta fina. No encuentro nada que dibujar en toda la sala, pero él dibuja. Le miro los rasgos. Es Tadzio y no quiero que hable, ni que se dé cuenta de que estoy, ni que me mire directamente a los ojos. Es Tadzio y produce inmediatamente ganas de morir en Venecia, tiene esa belleza sin sexo, indiscutible, y me cura sin saberlo la tristeza que produce que existan en el mundo tantos lugares como este sitio al que llaman showroom.

No hay comentarios: