mayo 01, 2009

Escribí al volver: "A. huele bien y lleva zapatillas azules y pronuncia la palabra escafandra." Yo llevo restos de ceniza y alcohol en los zapatos. Me produce náusea mirar hoy los zapatos y recuerdo al llegar abrir el Libro y que el Libro dijera: "Sí, pero quién nos curará del fuego sordo, del fuego sin color que corre al anochecer por la rue de la Huchette, saliendo de los portales carcomidos, de los parvos zaguanes, del fuego sin imagen que lame las piedras y acecha en los vanos de las puertas, cómo haremos para lavarnos de su quemadura dulce que prosigue, que se aposenta para durar aliada al tiempo y al recuerdo, a las sustancias pegajosas que nos retienen de este lado, y que nos arderá dulcemente hasta calcinarnos." Y entonces tenía que soñar la casa, esa casa que escribí para ti. En la casa te esperaba siempre en lugares horizontales, escuchaba tu música, leía tus libros para esperarte. No venías pero tenía la certeza de que ibas a llegar. Recuerdo un tranvía francés y toda la música de la casa. Esperarte en la casa. Levantarse con la paz de esperarte en la casa. En el sueño te pedía perdón por haber escrito en un papel: "A. huele bien y lleva zapatillas azules y pronuncia la palabra escafandra." Te explicaba que ese olor era un olor a química y nada más, que tomé esas notas para convencerme de que hay mundo más allá de tu cuerpo y eso es todo. Te contaba todo eso mientras te esperaba en la casa y tu presencia era sutil y apenas física. No quería levantarme después de soñarte así, de volver a verte, y ahora recojo las botellas del salón y escucho esa música que duele y te escribo a modo de exorcismo, como último intento de sacarte de aquí. Y no funciona.

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