El mundo distinto que hay debajo de las camas. Se ha caído la caja, ha rodado circular en el suelo y se ha detenido en esa porción inalcanzable de debajo de la cama. Alargar el brazo y no, tener que entrar y entonces comprender el mundo distinto que hay debajo de las camas. O en ese lado de los sitios en el que nunca estamos. El interior de un coche mientras alguien lava ese coche. El jabón llenando de blanco los cristales, no ver, y tú controlando el volumen de una canción de Mogwai sonando contra el agua a presión que cae en la forma opuesta de la lluvia. Encontrar perfecta la canción contra el agua y entornando los ojos convencerte de que esas dos siluetas que se intuyen más allá de lo blanco son dos caballos perdidos recorriendo justo el centro de la carretera. Ver con claridad su cuerpo mamífero, adivinarlo aunque te ciegue el jabón, mirarlos pasar tranquilos, disolverse a ratos y luego volver, moverse lentos pero con la fuerza con la que se mueve un caballo. Entonces la claridad. Verla entrar, preguntarle: ¿Has visto eso? Y ella: Pero si ahí no hay nada.
junio 21, 2010
junio 12, 2010
And the snow won't be the same
Se mueven en forma de ruido. Están ahí y quizá tú deberías también estar ahí. Son esa gente sin nombre que hay en los lugares en los que tú no estás. A lo mejor un concierto. Supones que un concierto (aplausos) y empiezas por cerrarlo todo. Pero no existe la forma de escaparse del ruido. El ruido te llega y penetra y recorre con esa fuerza con la que llegan los sonidos muy puros, todo lo que suena y no queremos oír. Santificar la calma, intentar guardarla en pocos metros cuadrados, casi ningún metro cuadrado. Bajar la luz, recordar el silencio de los fondos marinos o el sonido invisible que hace a veces el agua. Sobre todo bajar la luz, recurrir a recuerdos en los no habla nadie y bastan las manos para entenderlo todo. Son más que tú y podrían, por ejemplo, venir y tomar la casa. Empezar con ruido por mover los cimientos, ir llegando hasta arriba, donde estás tú en ese santuario amarillo de recuerdos sin voz. Escuchando por dentro a Juan Gelman decir: "y te quedes", o a Charlotte Gainsbourg pronunciando la frase: "I walk in a line."
junio 03, 2010
Llegar. El cuerpo abierto. Tomar aire, el acúfeno. Oírlo ahí, el ruido blanco, sin fuente, sin sentido. Escribir en un papel pequeño: Mi renuncia. Tragarse luego ese papel pequeño. O no hacer nada con el papel pequeño. Dibujar distraída un caracol encima mientras hablas con alguien. Recordar con sonido, recordar con el cuerpo, todo el cuerpo, las cinco de la tarde en Bozar y cuadros de Frida Kahlo. Recordar como la gente salía sin haberse parado ahí, a mirar las manchas con tinta en el diario azul. "Diego, estoy sola". Y él: Van a cerrar, vamos. Y Frida: DIEGO en mayúsculas. A lo mejor SOLA también en mayúsculas. No sabes. Habéis mirado enfriarse la comida en los platos. Ella fumaba a veces, explicaba con las manos una forma nueva de peinarse. Tú mirando la comida. Sabiendo que al llegar habría ese sonido en el oído derecho. "Se define el acúfeno como la percepción de un sonido sin que exista fuente sonora externa que lo origina". Pero entonces se transforma. No es un "tono puro y sencillo", ni tampoco "un ruido complejo como rumor de mar, vapor, un grillo o un timbre". Es el diario de Frida una noche hace años. Es su forma de escribir con mayúsculas DIEGO estoy sola. A lo mejor SOLA en mayúsculas también. No recuerdas. Pero Diego seguro, DIEGO escrito así y Frida esperando. Una noche distinta a esta noche, sobre todo con otra temperatura. Olía seguramente de otra forma y era el interior de otra casa. Pero recuerdas ahora, al llegar, justo ahora, y se transforma ese sonido que no existe por fuera en esa precisa página de diario.
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