septiembre 30, 2008

intensidades

Ada, no sé dónde estás ni si a veces me piensas, pero recuerdo ahora una carta tuya en la que me decías: Necesito intensidades. Pues bien, ahora lo pienso y creo que deberías ver lo que es vivir aquí, en la Intensidad. No sé si tiene que ver algo con que no estés. No creo que tenga que ver con nada, pero ocurre que me hace llorar la música en directo, ocurre que ver de nuevo The Dreamers es quedarse toda la noche en vela por un mes imposible, por nostalgia de sitios que no conocimos. Ocurre, Ada, que camino de nuevo la ciudad comprendiendo cada uno de los vértices de la palabra volver. Y adoro esta lluvia, y adoro los nombres de sus calles y te imagino a ti explicándome el sustantivo abstracto intensidad. Intensidad es donde vivo ahora. Es dormir con calma por cómo de fuerte bombea la búsqueda, destinar cada uno de los pasos a la búsqueda sabiendo que aquí el encuentro es posible. Que aquí existen las calles y los barrios y no es lo mismo que habitar un campus frío del este inglés. Que aquí quedan restos de la Maga, cartas a Rocamadour, las erres de Louis Garrel un lunes en una casa - al fin - de paredes ocre. Pero cuando eso ocurre, también el infierno cobra intensidades. Soñarse ciega o con una mota de cianuro bajando por la garganta. Soñar que recorres un bosque - lo recorro - con tan solo una gama de grises, informe, sin límites, imitando la luz. Notar ramas saltar, herir, al borde del sentido del tacto, de la vista. Soñar la miopía multiplicada, la verdadera imposibilidad de ver. Soñar eso o la palabra cianuro y despertar con las sábanas húmedas de esa pasta con la que despiertas cuando sueñas que mueres. Pero de cualquier modo, Ada, habito intensidades. Y eso también significa vértigo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

M,

te leo, intensamente.

W.

Anónimo dijo...

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