Swan song. F. Woodman
Querida Ada:
Has vuelto un poco. Has estado otra vez. Contigo muchas veces parece que todo encaja, que el mundo se adapta perfectamente a los contornos del mundo. Contigo pasando por una iglesia, un niño jugando a lanzar la pelota contra un muro de esa iglesia. La ciudad se llena de balcones y de lugares nuevos, plazas que no conozco y a las que tú llegas con naturalidad, y hay escaparates con trajes de novia y maniquíes y tiendas de rotulación de vehículos y personalización de trofeos. Cambia contigo la luz de la ciudad. No sé cómo lo haces. Entonces me muestras algo, me dices que tienes algo para mí. Y ese algo es una exposición de Francesca Woodman en la galería de la calle Santa Teresa. Me la muestras, la miras callada aunque ya la hayas visto antes y la conozcas de memoria. De repente abres una cortina negra. Y allí pasamos la tarde. Sólo hay una lámpara de pantalla roja y proyecciones en blanco y negro a ese lado de la cortina negra. Y nos quedamos ahí. Sólo contigo sé habitar esos sitios. Te miro hablar mientras la proyección de la pantalla se te refleja en las gafas y crea sombras cambiantes en los rasgos de tu cara. Te escucho. Hablamos mucho ahí dentro. Imagino cómo sería que cerraran la sala y nos quedáramos ahí, toda la noche entre Francesca Woodman y cortinas negras. Y se está bien contigo en lugares como ese mientras me explicas algo sobre la identidad y Lo infraordinario. Te escucho. Te miro, Ada, y siento que hay lazos directos, casi físicos, entre todas esas fotos y tú y yo y las luces que se te proyectan en el rostro.
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