agosto 06, 2006

Esto no me gusta


Cómo no enfadarme, Louis, como quiera que te llames, como quiera que te escribas, cómo no voy a enfadarme si juré mil veces que esto no era para mí. Publicar frases de playa, publicarme desnuda en mi escritorio en un sitio sin lugar, en este espacio de todos. Esto no era para mí. Es sólo que quería que me buscaras, que quiero que me encuentres. Inglaterra está más lejos cada vez y sueño con aviones que dan a luz cucarachas. Volví de Eastbourne sin saber pronunciar su nombre (ni el tuyo). Louis y su español de traductor automático, su acento de francés ya lejos de Francia, de Inglaterra entre los dos, que nada teníamos que ver con esos cielos. Te marchaste y cuando me dejaste en el jardín se me quedó tu nombre en la garganta sin atreverme a gritarlo. Y quizá fue porque soplé a una de esas semillas que vuelan en el jardín de casa, soplé y le pedí tu nombre una vez más, sólo para poder sacarme el grito del que te hablo. Y lo saqué, lo saqué en el centro comercial, el día que salía con las bolsitas de té en la mano y tú cruzabas rápido, con el mismo libro que aquella tormenta, perdón, tarde de playa. Te grité y apenas te detuve, unos segundos, nada más. Dudo que tú recordaras el mío (mi nombre, digo). Sé que de no haber tenido mi edad todo habría sido distinto. Sé de cómo temías intimidarnos a mi cuerpo y a mí acompañándome por las calles llenas de adosados. Sé de cómo aceptaste mi paraguas sin sospechar si quiera que podía tener dieciocho años. Luego me lo dijiste. Cuando lloras pareces más vieja. Y yo decía una y otra vez que quería sentirme joven con la cerveza en la mano, mirando tu vino y tu tabaco de liar. En ese bar, ese bar de ingleses muy ingleses, que se gritaban con dientes podridos y escuchaban lo mismo a Madonna que una de esas canciones que todos hemos oído alguna vez, tormenta de fondo y una tal Dido diciendo algo que yo entendí como: It's not so bad. Quizá me lo inventé, pero me repetí entre dientes camino al baño: It's not so bad, not so bad. No tengo buen oído si estoy pensando en otra cosa, y sólo pensaba en ti en cada uno de mis viajes al aseo. Toilet. Ladies. Un anuncio anti tabaco. Anti fumadores, firmado por los fumadores pasivos. Me miraba en el espejo y me veía los ojos hinchados de ese llanto de playa, el llanto del que me sacaste, yo poniéndome de puntillas para ofrecerte mi paraguas. No sé si eras tan alto o que contigo fui más pequeña. Ni siquiera fui capaz de calcular tu edad. Te llamabas viejo sin parar, supongo que por mis dieciocho, y a mí a veces me parecías un padre y otras quería dormir contigo. Cómo pude pasar todas esas horas delante de ti sin pedirte, preguntarte nada. Y tú entonces lo supiste todo. Y decías: Tienes un problema. Y yo me reía aunque estuviera triste, me reía porque tú querías hacerme reír. Y me hacía gracia oírte nombrar Murcia y algunos lugares a los que no quería volver. No recordabas la palabra piedra y la repetiste tantas veces que yo cada vez me reía más de verdad. Louis repitiendo como un niño piedra tras piedra a la orilla de la playa. Y veníamos de mucho más allá del muelle. Soñé esa noche que tenías esposa e hija, siempre hija, y al día siguiente perdí lo poco que me quedaba de realidad. Ya no supe nada. Por suerte pude verte otra vez para afirmarme que era cierto. Ahora pienso en ti cuando toco a Satie o cuando veo una de esas semillas que vuelan, o cuando hablan de mi libro y yo trato de encontrarte sabiendo que ahora es imposible, porque te estoy buscando. Si algún día apareces, será que nos hemos cruzado en alguna playa, será que hay tormenta y mientras todos están en casa tú y yo andamos tímidos mojándonos los pies en la orilla, a pesar de los truenos, a pesar de la lluvia. Si es que volvemos a encontrarnos.
Te pensé aquella noche después de alguna droga sin efecto, mientras comprendía en un descampado lleno de paja que a veces no hacen falta sitios para un reencuentro. Que quizá esa noche, a esas horas, tú una hora menos, si no te has ido ya, una hora menos, me estabas pensando. Yo lo hice. Y pensé que quizá en ese instante se te estaría cayendo un libro entre los dedos y de repente alguna luz, algún olor, alguna niña perdida en la playa te haría recordarme, quizá sin nombre, quizá no lo entendiste cuando te lo silabeé. Ma-ri-sa. Marisa, sí. Yo apenas logro descifrar el tuyo. Louis. ¿Louis? Y me hace gracia aquello de Cortázar y los movimientos brownoideos. Me hace gracia, y vergüenza, a veces, tanto romanticismo de arena y gaviotas. Espero que sepas perdonarlo. Sólo era para decirte que publicaron el libro, y que te mentí. Asonancias era como yo quería llamarlo. Pero no, al final quedó en Relatos, sólo Relatos, miles de libros llamados Relatos. Sin embargo, contigo quería que se llamara como quise llamarlo. Asonancias. Sólo era para decirte que te mentí. Y al día siguiente me dio vergüenza, igual que me dio vergüenza dejarte ir a la estación, por segunda vez, sin pedirte un número, un buzón, cualquier cosa que confirmara tu existencia cuando dejara de ser tan nítido el recuerdo. Y ya está dejando de serlo. Y eso que hace una semana, apenas. Una semana y cuánta agua nos cubre, de repente, los kilómetros.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lápiz:

Aquí te conocí, aún no sé cómo.