agosto 15, 2006

De viaje


La maleta destripada sobre la cama. Aún quedan prendas fuera, colgando de sus paredes, no sabes muy bien si llevarlas, si dejarlas. De repente todo te parece necesario, incluso cosas que no usas aquí. Decides hacerte una tila y tomarla mientras escuchas música boca arriba. Tiempo para pensar. No necesitas casi nada. Entonces temes encontrarte sola, encontrarte lejos, encontrarte mal. Y te da ese retortijón de viaje, de siempre. Dudas de tu capacidad de conocer gente, dudas de ti y temes que tu estilo, que tu ropa, tus libros... Libros, muchos libros, muchos más de los que te daría tiempo a leer aunque estuvieras en casa sin hacer nada. Pero es necesario. Como la música. Nunca se sabe lo que puede apetecerle a uno cuando está lejos. Y eso que sabes que los libros en albergues, en sitios así, viajes así, se abandonan por una charla con desconocidos o un paseo por la ciudad que aún no has visitado. Lo sabes, pero aún así los tratas de meter a presión y te da vergüenza llevar una maleta muy grande. Zapatos. Qué importantes los zapatos. Hay días en los que no apetece enseñar el pie. Hay otros en los que te encantaría ir descalza y lo más parecido a eso son las sandalias de cuero, casi piel, casi descalza. No sabes qué va a apetecerte. Y tienes que elegir, y te duele un poco la cabeza, por todo lo de anoche, y el espacio se te va haciendo pequeño. Así que ahora, la maleta destripada sobre la cama. Cuelgan algunas prendas que no sabes si, no sabes bien... El suelo lleno de zapatos entre los que hay que elegir, los CD's repartidos sobre mesas y demás muebles. Una moneda de cincuenta peniques que te habla de otro mes, otro viaje. Entonces sabes que en realidad no hace falta nada, casi nada. Paseo de agosto, paseo de noche y la maleta abierta sobre mis sábanas (mañana la acabo, aún quedan unas horas, mañana por la mañana, en un ratito). Ya la quitaré al venir.

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