noviembre 25, 2006

Al Norte de Nacho

Yo había tenido que correr. Vosotros ya me habías comprado el billete cuando llegué con la ropa un poco húmeda del sudor de invierno - este invierno que no es. Dos horas de autobús y los paseos entre palmeras. Comer a las cinco y sufrir mosquitos y río. Cuando el concierto iba a empezar - y no empezó - llevábamos ya seis horas de viaje, de esperas, y las puertas aún cerradas. Yo os dije que no recordaba haber sentido tanta impaciencia, ganas por algo, desde hacía mucho tiempo. No recordaba. Vosotros igual. Entonces entrar, entonces tan cerca, entonces él ojos cerrados, y tú sentada a mi lado, recordando noches en Eastbourne, lo que fue la única música en algunas playas. Un verano entero, tú y tus cosas, por suerte él a tu otro lado. Yo pensando en Berlín y tanta ausencia, lo que fue el coletazo de un verano a medias, medio vivo, medio muerto. Cómo me abofeteó septiembre, incluso octubre, y por eso Nacho. Porque Nacho siempre cuando apenas queda algo. Pero lloré y tú no querías tocarme, querías dejarme ahí - se oía tan mal - donde no importaba el sonido. Le dabas a él la mano y yo os sonreía, a veces - o pensaba en sonreíros, creo que no lo hice. A veces se me perdía su cara en esa niebla que dan las lágrimas. La vista turbia, y tú en medio de tanta agua. En medio, torcido, un poco deforme por cómo se ve a través del llanto, y sólo cuando conseguía encuadrarte ahí, justo ahí, abrías los ojos. Y los tenías cerrados, siempre, pero cuando te metía en mitad de mi verano, de lo que fuiste en mí, entonces lograba verlos abiertos. Aunque no. Abiertos. Le dije a ella - te dije a ti - Me siento despreciada. Nos desprecia. Nos canta como la chuparía una puta. Y tú me pusiste una mano en el muslo - ella, quiero decir - y me tocaste una mejilla, o los ojos, no sé muy bien. Luego habló un poco y ya no os miré más. Os dejé en vuestros besos, de vez en cuando, en cómo os dabais la mano. Quise estar sola con él. Quise que supiera que estaba enfadada, que me oyera quejarme por todo lo que hizo, por cómo nos despedimos antes del avión él y yo en mi cama, y Nacho de fondo, de lejos, sin saberlo, mientras él y yo en mi cama sabiendo que no, que esta vez no. Porque no sabe de cómo tú en Barcelona y yo llamadas a medias, ahora sí, ahora no
y ahora que te oigo llorar en lugar de ir hacia ti me vuelvo a anestesiar
No sé si te gustó esa letra. Yo lloraba cada vez que sonaba sin ti. No sabe nada, ni tiene que saberlo. Luego fuimos al Beat después del plano y la tristeza, huir de un concierto como de una pena, aunque más llenos.
me levanté hoy tan poco inspirada que aún no entiendo qué hago aquí
Y entonces luces de camerino en el aseo y vosotros en los taburetes negros y yo escribiendo notas en una servilleta.
Nacho vendrá luego.
Decían todos.
Nacho va a venir.
No te esperaba, Nacho. No estaba esperándote, por eso me fui, nos fuimos. Por eso tiré la servilleta al suelo, en medio de la acera, en el camino que seguiría minutos después la aspiradora gigante, peluda y negra que iba escupiendo, tragando agua dos calles más atrás. Ya la oía cuando solté el papel. Ya podía oírla.
Entonces el autobús de tres de la mañana. Ella y yo nos dormirmos escuchando Nice dream, creo. Le dije que no me apetecía Nacho. Demasiado reciente. Ahora no, te dije. Él roncaba dos asientos más allá y tú lo mirabas. Yo llevaba toda la noche echando de menos.

No hay comentarios: