Te he visto durmiendo en el sofá. La tele encendida golpeándote de luz la cara. Hay nubes. Aún no has quitado la mesa y te entra ese sueño que noto que a mí, a esta edad, ya se me contagia. Hacía tiempo que no hablábamos, que no me duchaba aquí. Aún no he deshecho la maleta. Para qué si mañana me voy. Y lo sabes, pero duermes delante de la tele y en la ducha he visto colgado tu pijama. No entiendo qué hace ahí. Pero lo descuelgo, lo doblo, lo dejo en su sitio y entonces recuerdo un olor. El vaso de leche caliente, y siempe llegaba tarde a la escuela, y me llevabas de la mano, y corríamos y me preguntabas: ¿el camino del cine o el de los coches? Y yo casi siempre, el del cine. Era más marrón - lo recuerdo marrón. En el de los coches, a veces, tenía que soltarte la mano. No me gustaba. Entonces me dejabas en la puerta. Todo el mundo había entrado - siempre -, y teníamos que llamar al timbre - tenías, yo no llegaba. Salía el conserje enfadado y tú antes de irte me limpiabas con la mano la boca. Entonces un olor. Porque a veces chupabas un poco uno de esos pañuelos con dibujos que hace años que no veo - no recuerdo - y ese olor, medio dulce, ese olor a saliva de mañana, de nubes, como hoy, y me lo pasabas por debajo de la nariz, y me dejabas - tu olor - de la mano del conserje y yo me iba, a veces gorro, abrigo rosa - qué horteras los niños de los noventa - e ir quitándome las manoplas blancas con las manos pequeñas - tan pequeñas - de camino a clase.
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