En la sala de fisioterapia a todos les cuelgan el tiempo de un saco de pesas y se las ponen en el cuello, en las manos, o allí donde les duele. O quizá no son tan mayores, pero han tenido un accidente, tienen la rodilla hinchada y ellos mismos se aplican ultrasonidos y calor con una mano mientras con la otra leen el periódico de distribución gratuita que han cogido en el autobús. Tú te recoges el pelo y te pregutan: ¿Accidente? Y tú: no, es dolor. ¿De qué? ¿Desde cuándo? Y tú: No sé, hace unos meses camarera, ahora exámenes. Así que tú no tienes una rodilla hinchada ni las manos arrugadas, de fondo siempre KissFM y cuatro o cinco fisioterapeutas hablándole como se les habla a los niños a algunos viejos tumbados en camillas que se quejan con la respiración cuando suben el brazo. Tú siempre miras al suelo cuando te ven mirar. Te recolocas un poco en la silla y te concentras en el calor del cuello.
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