enero 22, 2007

Lo que nunca pasó esa noche de este enero

Take me out tonight. Take me anywhere, I don’t care, I don’t care, I don’t care.
The Smiths. There is a light that never goes out

Podía haber sido una noche normal, cualquier noche, pero en lugar de eso rompí una copa de vino en mitad del bar y me ardió la cara. En esos días aquello era suficiente para una explosión. Escupir mi ira incontenible a borrachos y amigos, sólo por eso, porque le tiré la copa encima, porque le manché el jersey. Podía haber sido una noche normal, incluso ahí podía haberlo arreglado, haberme reído y seguir bebiendo hasta llegar a cualquier punto en el que todo me importara menos. Pero no. En lugar de eso, me puse el abrigo por encima de los hombros, cogí el bolso sin colgármelo, pagué todo lo que había en la mesa y me fui sin despedirme. Cuando llegué aún estaba furiosa, contenida, extraña. Me temblaba la voz cuando me hablaba en voz baja y no estaba tan triste o tan dentro de mí, imagino, como para poder llorar. Me gustan los balcones. Me gusta hacerme una tila con menta y que me arda en las manos y que el humo me haga cosquillas en la nariz mientras jugueteo con la cuchara y las bolsitas de ese papel extraño, que siempre he imaginado lleno de insectos descuartizados. Pero juego, me gusta jugar con ellas, y el humo, y apoyarme en la barandilla desde la oscuridad que hay en los balcones que dan a un patio interior. No sé por qué me encendí el cigarro. Era un paquete olvidado, perdido, que llevaba no sé cuánto tiempo entre la ropa interior del primer cajón de la cómoda. Me acordé y lo busqué, y volví al balcón a mirar el patio y todas las ventanas con luz que daban a él, y el vaso estaba ya un poco más frío y no supe si beber o fumar primero o cómo hacerlo mejor. El humo casi siempre me da náuseas. Sobre todo si no he comido nada, si me tiembla la tila en la mano, pero me produce un placer visual, verlo arder, dándole apenas tres caladas en toda su vida y que me brille la brasa encendida arriba y abajo del balcón, pensando que quizá alguien pueda verme, que ojalá me vean. Y entonces tuve frío. Tienes frío si es enero y llevas la piel de los hombros descubierta, y estás fumando en un balcón. Tienes frío y es posible que te sientas hermosa. O sola. Las demás ventanas, casi todas a oscuras, me daban algo parecido a la lástima, o la pena, no lo sé muy bien. Sin embargo, encontraba consuelo en todas las que había encendidas. En el cielo no quedaba casi nada: Luces de ciudad en el aura sin estrellas que desprende la polución. Miraba el cigarro, que era lo único que veía, eso y el fondo oscuro y enorme de un patio que compartían cuatro edificios. No vi la brasa encendida al caer. A lo mejor porque estaba demasiado lejos, a lo mejor porque no miré al sitio adecuado. Luego sólo me quedaba el vaso y ver al beber el azúcar en el fondo, al trasluz, cuando le daban las luces de la calle y nosotros tan a oscuras. Se me había quedado olor a humo entre los dedos. Y era el último trago. Y pensé entonces en lo hermoso que sería que salieran todos, una rebelión en las ventanas, que se llenara todo de figuras en sombra, que alguien me preguntara: ¿Tú fumas? Y entonces poder contestarle: No, sólo cuando se ha puesto todo tan triste. Y entonces deseé que alguien me supiera cerca, allí arriba, o allí abajo, que alguien se asomara y me viera las manos caídas sobre la barandilla, o el azúcar que me quedaba en los labios, el ruido que hacía, entre tanto silencio, la cuchara en el cristal. Pero no. Miré una vez más todas las luces que quedaban abiertas, encendidas, cualquier noche en vela, un descuido o una fiesta de lejos. Yo apenas veía algo en el balcón. Sólo eso, la luz del vaso, el azúcar, la oscuridad de los dedos en su transparencia. Así que quise soltarlo, dejarlo ir, y lo oí, más que verlo, lo oí estrellarse allí en el fondo del patio interior con un ruido roto que se me quedó dando tumbos en la memoria hasta mucho después de entrar al salón, recorrer la casa sin encender la luz, con la mano en las paredes, y por fin, llegar a la cama.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lápiz:
En parte porque siempre dices que nunca o en parte porque parece que siempre, o porque nunca es nunca y siempre es siempre. Y puede que luego te diga, la razón es que no sé por qué lo hago. Y entonces sea como aquella viñeta de la que una vez te hablé, pero distinto, diciendo: primero te escribiré, ya te daré argumentos de por qué lo hago (o porque lo hago).
Y es cierto, en parte es porque siempre dices que nunca. Y comienzo a cansarme de los adverbios temporales. Y sólo quiero perforarlos, como si fuera posible tapar al tiempo después del tiempo. O porque nunca es nunca y siempre es siempre.