agosto 13, 2008

Cabañuelas


Parece que va a llover. Sólo parece. No recuerdo la última vez que hubo este olor a tormenta, aquí. Por primera vez en mucho tiempo - a lo mejor desde la última lluvia - esta casa vuelve a escuchar a Silvio. Después de tanto tiempo, Silvio. Y a este silencio, a los límites de la casa, llega siempre un ruido de voces que sube del bar de abajo, de la ventana de enfrente, y que es como un bullir de chicharras, unos ecos de fondo, que dicen siempre lo mismo y apenas significan. Pero hoy, después de todo ese tiempo - a lo mejor desde la última lluvia o desde la última vez que Silvio - he tenido conciencia de barrio. He sabido que existe, que están, y lo simple que hace un barrio la rutina. La he oído gritar a ella, que es sorda y habla con su marido inmóvil: "Las cabañuelas, ya están aquí las cabañuelas." Y ha cerrado la ventana con un golpe de viento. Ha resonado en la calle, en los límites de esta casa, esa explosión de cristal y metal. Luego he salido de aquí, he olido a tormenta, he escuchado un trueno de lejos y al volver estaba él, él todo el barrio, sentado y viejo en el bar de la esquina. Yo buscaba las llaves, sujetaba la bici, yo mirándome en el bolso y él gritando lo de siempre, exactamente lo de siempre: "Ven aquí, Ojicosdegato, ven, que te voy a enseñar yo lo que no te enseña un joven. Ojicosdegato, mírame un poco y dame una alegría, anda, que nunca vienes." Y ya desde dentro, desde la casa, desde Silvio otra vez, aún lo oigo gritar: "Los jovenes no saben nada, Ojos de gato, déjame a mí que te enseñe y verás." Y después más cerveza - imagino por el silencio - y volver a hablar para decir: "Bienaventurados los perseguidos por la justicia porque ellos serán los perseguidores. ¿Me has oído, Ojos de gato? ¿Eh? No, ya no me oye."

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bueno, yo nunca me fui.

Has de saber, lo has de presentir.

Te lee, Waltz.

Hasta que sea posible.