Imagino la escena como si no la hubiera vivido. Estamos tumbados, a oscuras, yo carne de vuestra carne, entre los dos. Es como jugar a ser niños por un fenómeno celeste. Es distinto habitar esa casa sin luz, con colchones en el suelo, en el verdadero suelo, y metidos los tres debajo de un edredón con olor a humedad. Sagitario cayendo monte abajo y nosotros ahí, tapados como niños, mirando al cielo como niños, callados como niños. Hasta que de repente tú dijiste 'materia'. Debí advertirte: No me gusta la palabra materia. Sé que es estúpido, tú piensas que es estúpido, mi miedo a la materia. Ella en silencio, sin embargo. Y mientras, tú llamándome muy serio por mi nombre, diciendo algo de dios o el universo y yo llorando a oscuras, pidiéndote: Para. Me haces llorar a oscuras. Y tú sin detenerte, decías todo eso de materia, de big-bang, de millones de galaxias, de acabar con esos miedos, de vivir con los pies no sé dónde. Yo puse cara de notar la velocidad de la Tierra y fui a acostarme. Y ella: Son sólo las cuatro, ¿qué hacemos con el desayuno? Y yo sin oír, ya con el velo, queriendo nada más que pisar firme, huir a la cama.
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