Lo que promete el verano casi nunca se cumple. Ahora debería ser el aire acondicionado del arqueológico, debería ser una sala pequeña del de bellas artes y mi nombre escrito en mayúsculas en la solapa del uniforme. "Seis líquidos la hora", dijo él. Ahora debería ser eso y hoy la tienda de campaña, los conciertos sobre la gravilla, playas nudistas y la cena del sábado con mucha más gente y mucho más vino del que habrá. Sin embargo el verano lo acaba desnudando todo, dejándolo a medias o sin cumplir. Es día uno de agosto y no hay uniformes ni mi nombre en la solapa, hay repetir las frases en francés que suenan en los auriculares, hay decir muchas veces: Pouvez-vous me faire lever le petit dejeuner demain matin? Repetirlo como si significara algo y pasarse las horas en una cama deshecha con las manos en el pecho viendo pasar la tarde. A veces soñar un poco. Soñar siempre la misma playa, el mismo acantilado, que a veces mis pies saben volar, vuelan como si nadasen y te acabo encontrando todas las veces muy cerca de la orilla, cubierto el cuerpo de barro o arena y yo diciendo, sin sospechar que estás sordo de mi voz: Rescue me. Nunca miras. Lo repito mil veces, a susurros, a veces llorando: Rescue me, rescue me, rescue me. Pero me despierto siempre antes de que mires. Y me levanto sabiendo que es cierto, que te has hecho sordo a mi voz.
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