marzo 29, 2009

El mundo parecía distribuido de otra forma en el camino de vuelta. Distinto en algo, no sé exactamente en qué. He pensado que era, a lo mejor, la lluvia. Al llegar empapada, tan tarde, me he secado el pelo, he agradecido la ropa seca, el olor a vainilla que quedaba en el cuarto. Y la he visto ahí. En el techo, dormida en su sueño de insecto, simétrico. Me ha turbado esa presencia extraña en la habitación. Un ser de alas en el ocre suave de la pared, en mis espacios. Oscura, paralela, inmóvil. He recordado el miedo que les tuve de niña, que oí decir que las cubría un polvo para que pudieran volar y temía que me sobrevolaran, a mí o a mi comida, por si me rociaban con algo y de repente yo me convertía también en una criatura de alturas y de vuelos. Así que la he mirado, quieta, la he dejado ahí. Aunque sé que esa presencia extraña, esa intrusión, puede costarme una noche (esta noche) de insomnio.

1 comentario:

Anónimo dijo...

http://www.publico.es/culturas/216798/caras/tristes/cortazar