febrero 10, 2008

Decepción

"(...) porque soy capaz de caminar una hora bajo el agua si en algún barrio que no conozco pasan Potemkin y hay que verlo aunque se caiga el mundo, Rocamadour, porque el mundo ya no importa si uno no tiene fuerzas para seguir eligiendo algo verdadero, si uno se ordena como un cajón de la cómoda y te pone a ti de un lado, el domingo del otro, el amor de la madre, el juguete nuevo, la gare de Montparnasse, el tren, la visita que hay que hacer."
Julio Cortázar. Rayuela.

Si yo pudiera escribirte ahora, Rocamadour, si no fueras ya un bebé hecho ceniza, si yo fuera un poco más la Maga, estaría decepcionada de verdad con el mundo. Te diría que hay algo de fraude en todo esto, en todo, te diría que incluso ver a un ángel blanco caer de espaldas en pleno centro de Londres tiene algo de mentira. Rocamadour, bebé, bebé, te diría yo, la gente engaña, la gente se ordena como un cajón de cómoda y se deja siempre fuera la belleza. Rocamadour, tú no cabrías ahí, la gente se ordena y tiene compartimentos, tiene por ejemplo el trabajo, las horas de tele o de monte y acaba siempre todo en un punto medio que decepciona, en una cosa que no se parece a los libros o al cine y entonces llega alguien que acabo de conocer y me dice: No puedes estar siempre esperando la vida, pensando que es esa cosa que está en cualquier otra parte. No sé, Rocamadour, si yo fuera tú o la Maga, si yo no fuera también otro cajón de cómoda, tendría ahora mismo un enfado terrible con el mundo.

febrero 07, 2008

Querida Ada:



Me pregunto por qué no me escribes. Aquí, algunas tardes son como ésta. Hay un poco de paz, se respira el silencio, y puede uno leer o cortarse las uñas cerca de la ventana. Soy más feliz desde que he cambiado de piso, aunque de allí aún echo de menos cosas. A ti, por ejemplo, regalando flores un sábado por la mañana, fingiendo un abril en el que nadie cree. A mí, Ada, puedes hacerme creer esas cosas: Que es primavera en enero o que viviremos un día en una casa amarilla y sin paredes. Echo de menos cosas. Echo de menos una noche de jueves en que los dos bebíamos de una botella de ron encontrada en la calle, y no había más luz que la de una estufa. Luego, a veces, estabas tú también, con la programación de la filmoteca impresa en papel amarillo o con una chapita azul en la solapa. Y de aquí, de la otra torre, tus cartas son lo que más echo de menos. A lo mejor aún no sabes que ya no más Rayleigh Tower. A lo mejor no sabes que vivo en un tercero, pero en un tercero diferente, que ya no hay barra de seguridad en la ventana de la cocina ni botellas rotas en la moqueta del pasillo. Escríbeme, Ada. Si me escribes a lo mejor te hablo de estas tardes, de que hace unos días que vivo en el vértigo. Cuando era pequeña, a veces, me gustaba pensar en la velocidad de la tierra. Entonces me agarraba a la mesa del salón o al grifo del lavabo, a cualquier elemento sólido que estuviera a mi alcance. Me gustaba pensar eso, sentir el vértigo. Y hace unos días que sin quererlo vivo en ese vértigo, como a los lados del eje o en un punto muy alto de la estratosfera. No me gusta ese vértigo. Entonces me tumbo de lado, me pregunto, Ada, por qué no me escribes, y escucho canciones que son más de allí que de aquí: Patience

febrero 05, 2008

Forever Away


Forever Away

"En español, añoranza proviene del verbo añorar, que proviene a su vez del catalán enyorar, derivado del verbo latino ignorare (ignorar, no saber de algo). A la luz de esta etimología, la nostalgia se nos revela como el dolor de la ignorancia. Estás lejos, y no sé qué es de ti."
Milan Kundera. La Ignorancia.

A menudo uno cree, una creía, no ser de ninguna parte. Nowhere man. Y eso es bueno, pero a veces no es verdad. Y lo pienso tomando el avión de vuelta, me digo: Qué bueno sería no ser de ninguna parte, no abrazar a la gente como si me viera abrazarlos ya desde su ausencia, no llorar en los bares que echo de menos o por una canción que hacía tanto que no sonaba en ningún lugar público. Pero es cierto, y recuerdo entonces a gente de aquí, gente que lee en bibliotecas de cemento y habla a veces de George Orwell, con el llanto en los ojos y acodada en la mesa: Lo peor es no sentirse parte de nada. Y es cierto. Eso que una creía lo mejor, ese desapego, esa huida, ese no saludar a la gente del barrio ni dar que hablar en las peluquerías, ese no valorar lo propio, no guardarle cariño a esas calles, no querer quedarse, decir muchas veces: Lo que sea menos quedarme, de repente se vuelve en contra, se te rebela, se impone y tú lo respetas, te ríes de bromas que has oído ya, no te molesta tanto el ruido de los restaurantes y una charanga de carnaval te parece entrañable si es sábado y no estás sola, si hay vida más allá de la ventana con sistema anti-suicidio, si no te echan a las once de los bares, si viniste ayer y te vas mañana, si la gente te pregunta qué haces aquí y a ti sólo se te ocurre algo así como: No sé, es que echaba de menos.

enero 27, 2008

Imposibilidad de vocalizar

Es cierto, sé que no me canso de hablar del ruido. Me obsesiona el ruido, me hiere, me molesta. Es un ruido de música, o de golpes contra la pared, o de botella contra el suelo. Y tú tienes a Umbral, Mortal y rosa, entre las manos, pero el ruido no respeta. El ruido te llega, te agarra por detrás, te invade. Es terrible no poder luchar contra ese ruido. Llorar con las últimas líneas, con estoy oyendo crecer a mi hijo, con el final, el comienzo, y que el ruido no permita ser consciente del propio llanto, ni de esto que estoy escribiendo ahora y que no leo, no oigo.

enero 26, 2008

Eres hermosa, Betty Blue, tan hermosa, pálida de muerte sobre una cama blanca. Tú no sabes que me has hecho llorar tanto, que eres frágil y que me gusta en tus labios la palabra étoile. Betty Blue dando un si bemol disonante sobre acordes de Zorg y el tequila que le queda. Betty Blue visitando a los muertos. Betty Blue, eres graciosa en la playa, y yo adoro el ruido de vencejos y de feria que hace cerca de ti el verano.

enero 20, 2008

Seguramente tú no sabes qué significa papillas de maicena. Es normal cuando eres extranjero y vives en un cuarto de paredes durazno y desconectas el teléfono de su clavija verde. Papillas de maicena es una cosa que tomaba de pequeña en un plato de plástico con el borde azul y se comían con una cuchara blanca que sabía dulce y aquí no existen ni hay nada que se le parezca. Te llamaría ahora y te diría que recuerdo mucho ese sabor y te hablaría de este viento que no me deja dormir y que hay basura en mis pasillos y tres botellas vacías de vodka atascando el fregadero. Te diría que se me pegan al suelo los pies en la cocina y que la palabra sábado no tiene ningún sentido aquí. No sé qué podrías hacer tú por cumplirme ese deseo, por darme ese capricho. Te pega perdonarme, llamarme alguna vez y aparecer una noche con viento con una bolsa de quinientos gramos color plata y decirme en este idioma que no es tuyo con un acento de todas partes: Toma, tus papillas de maicena.

diciembre 05, 2007

"Gasping

but somehow still alive."

T.S.












A veces desearía hacer arder este lugar. O demandarlos, demandarlos a todos, no sé a quiénes, a "Ellos" por atentar contra el color y la alegría, por clases subterráneas, por perjuicios a la salud mental, por rejas, por clases subterráneas otra vez, por exceso de viento, por exceso de gris, por contratos de vivienda para no sé cuántos meses, por frío, por dedos ateridos, pies mojados. Por todo eso y no sé a quién hay que dirigirse, dónde puedo presentar mis quejas, mi denuncia.

diciembre 04, 2007

"¿Qué puedo hacer si no puedo hacer nada?"

Ahora entiendo el tope de las ventanas, la madera de seguridad entre mi cuerpo y el abismo. Ahora entiendo los carteles de look after your mental health, de la línea nocturna y los samaritanos por si te encuentras frágil que alguien te escuche antes de lanzarte del número quince de la torre Keynes o la Rayleigh, los de mantenimiento entrando al cuarto una vez al mes - aunque estés durmiendo, o vistiéndote, o descalza sentada en la cama - buscando objetos punzantes o cortantes y confiscándote un tenedor y una cuerda de tender. Ahora entiendo. No soy yo. Aquí llora todo el mundo, lloramos encerrados en cuartos de las mismas dimensiones y del mismo verde en las peredes. Lloramos y luego salimos con fuerza a los escasos metros de campus y clases subterráneas y nos cruzamos por los pasillos o a la altura de la lavandería y tenemos siempre mala cara. Ya no nos los decimos, pero al principio nos gustaba preguntarnos: ¿Qué tal? Y alguien optimista: Yo ya veo la luz... Podríamos ir al teatro del pueblo o una tarde al cine en Londres. Ahora ya no lo intentamos. Ahora ya todos sabemos lo que salva y lo que no y lo vacío que se ha quedado todo. A partir de las cuatro de la tarde, cuando está ya tan oscuro, hay una tristeza general que nos cubre los ojos a todos los no nacidos aquí, y se nos nota al andar y vagamos buscando algo con frío y con pérdida y al principio decíamos: Esto es sólo el principio, algo tiene que cambiar. Ahora no decimos nada o decimos, solamente: A lo mejor se arregla todo en primavera.

http://youtube.com/watch?v=mDMLuW9TE7Q