diciembre 23, 2006

No temas, pero anoche había que releer el barro

(...)
“Voy a ducharme”, dijo ella. Él levantó un poco la mirada y se colocó bien las gafas. Se estaba durmiendo. “Voy a ducharme”, dijo ella. Y la miró sonriendo un poco, callado, para después ponerse de lado y sujetar el libro con una sola mano.

Mientras se inundaba la bañera, atascada, vieja, se iba poniendo el agua negra y ella se frotaba con fuerza y jabón el pelo para que no quedaran restos. Mientras le corría el agua por los muslos y las piernas, pensaba en qué quería decirle. No sería fácil. Realmente hay cosas que no es tan importante decir, que no es tan importante callar. Pero lo peor es sentir que uno es mentira. No que los demás lo sientan, lo peor es sentirlo en uno mismo. Entonces le costaba acostumbrarse a la aspereza del barro entre los dedos de los pies, acostumbrarse a tocarse la cara si sabía que no era verdad. Y además, cobarde, una cobarde mentira que ahora se subía a la pata coja sobre una báscula de otro tiempo. La aguja inestable por su desequilibrio y finalmente dejar caer el pie en el suelo y apoyarse en la mampara de la bañera y mirarse los pies desde allí. Ni siquiera miró la cifra que marcaba la aguja temblona.
(...)
Dos. El barro.

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