abril 16, 2008

A veces recuerdo esas tardes como si fueran todas de invierno. No lo eran. Pero las recuerdo así. Recuerdo una, sobre todo una. Me quedaba recogiendo porque lo sabía en la puerta, esperando en el coche blanco, diciéndole a él: ¿Qué tal, hijo, la clase de hoy? Lo sabía en la puerta y yo ordenaba las tizas por colores, me soplaba las manos, cambiaba de sitio las sillas una vez más. Entonces apagaba las luces, recorría el colegio a oscuras, desierto, a las seis o las siete de la tarde, no lo sé, y lo sabía en la puerta. Echaba el candado dándole la espalda, sabiendo sus ojos sobre mi espalda, y entonces llovía, esa tarde llovía. Procuré no mirar, me pedía no mirar, pero lo sabía ahí. Era él. No la madre, ni la hermana, ni la prima mayor, era el padre, era él. Y desde el carril de enfrente el claxon, yo temblando al echar la llave y desde el otro lado el claxon. Y él: ¿Te llevo? Y yo sin mirar, con los libros contra mí, negando con la cabeza. Y él: Vamos, mujer, que llueve mucho. Y el niño: Sí, seño, porfa, ven. Y sonreír, con vergüenza, sonreír, acercarme a ellos mojada, entrar por el otro lado, sentir la calma de esa casa que seguramente aún hoy habitan, aún habitáis. El sonido a ratos del limpiaparabrisas, la aguja tenue del marcador de velocidad, la distancia tan corta, sus manos en el volante. Y afuera la gente con lluvia, casi nadie y la lluvia. Dentro vosotros, el niño tocándome el pelo, de fondo la radio. Y verte conducir. Verlo conducir. El tiempo en los semáforos, los atascos, la gente, las luces, todo tras esa lluvia menos el coche por dentro, la calma por dentro. Mirarle las manos, de reojo, la radio y el ritmo del limpiaparabrisas. Luego llegó el verano, supongo, aunque no lo recuerde, luego tan solo cruzármelo en la calle, alguna vez, preguntarle por el hijo, contarle cuánto llueve en un campus al norte de Londres. Y nada más.

- una vez algo más, pero sólo una vez -

Y esta tarde estaba. Era como una de esas tardes de colegio y de volver sola, negándome a escuchar en su boca mi nombre, a escucharlo llamarme con la ventanilla bajada. Esta tarde yo sentada en un banco y él vigilando al hijo desde el banco de enfrente. El hijo ha olvidado mi cara, o eso creo. El padre mirándome y yo miope, yo sin saber qué decirle, si decirle o hacer como que no, como cuando no lo oía llamarme desde la carretera y quedarme pensando, nada más, en esas tardes de volver sin luz y la calma de ese coche por dentro y lo tranquilo y cálido que imaginé siempre el lugar en que vivíais, en que creo que vivís.

1 comentario:

Anónimo dijo...

De nuevo aquí en mi mundo es madrugada Eme...es madrugada y es preciso informarte que yo siempre vengo...y nunca sé que decir, nunca...nunca...sólo lo amo todo y asi mismo espero a mi voz que hable, que ya no sólo piense "necesidad de..." sino que lo grite. Aquí no llueve desde hace mucho, me he bajado música con sonido de lluvia, a ver si cerrando mis ojos y escuchandola algo surge desde el silencio...hace falta suponer, que del lado de allá alguien se da un minuto para contarme de la fiebre.

Ahora me voy, pues lo he echado a perder todo como siempre, pero yo vengo...te juro que siempre vengo...siempre...aún en el nunca y el quizá, en las tardes donde se espera quién sabe qué, mientras el sol está muriendo arañando el horizonte...

M. Waltz.