septiembre 30, 2006

La tarde que fui ciega

Al despertar no me podía mover. No sabía que aún no estaba despierta. Tú habías vuelto de Berlín y nos encontrábamos en un sitio con agua. Luego la vista al suelo, el blanco (gracias, Saramago) en los ojos y ya sólo llantos y blanco, ya sólo querer moverme, querer gritar.

2 comentarios:

Alejandro Palizada dijo...

-nombre con forma de M a quien no le gusta que la confundan con,,,...

ceguera: es que te hace falta la vista para ver lo que hay más allá?
"para verte como yo quería era necesario empezar por cerrar los ojos"...
vale, por aquí nos estamos leyendo. me ha gustado mucho lo que escribes (y suena trillado pero sí. O no, pero igual te estaré leyendo).

M dijo...

Para que no me confundan con.
Ahora ya es(tá) lejos todo ese sueño. Ahora te leo y sólo pienso en que esta tarde viene el casero, y el perro, y el piso. Me gustan las respuestas, tener respuestas, pero hoy no. Casi siempre no. Gracias por pasearte por ciertos espacios.
¿Con quién?