Acaban de regalarte una hora. Una hora de más, de menos. Te preguntas qué hacer con ella. Si por ti fuera, te la guardarías en el bolsillo y ya la irías gastando noche a noche, un poquito más. Cuando vieras que va a empezar a tiritar una luz como de alba, esa luz que te dice que ya es hora de cama y sueño, la sacas, la hora, una porción de hora y dices: diez minutos más, por favor, diez minutos más. Por ejemplo. Aunque ya hace tiempo de todas esas noches. O, quizá, querrías gastarla entera con cualquiera de esos despertadores horrendos, ruidosos, aborrecibles como son todos los despertadores. Que suene el despertador y entonces sacar la hora y ponerla como de almohadilla entre el ruido y tu sueño. O colocarla justo antes de la hora de empezar a trabajar. Usarla para llenar una tarde, para que la gente llegue a sus mesas un poco, una hora después. No sabes qué hacer con ella, esa es la verdad. Es que no te lo esperabas. Quizá una hora en blanco. Cama y música boca arriba. Pero para eso no necesitas una hora de regalo, esas horas quietas nacen solas. Además, una hora pasa tan rápido, que temes no saber sacarla en el momento justo. Se te ocurre guardarla para una despedida. Cuando el tren ya se va a ir, cuando ya os habéis llorado, entonces, justo ahí, sacarla como un último regalo y decir: Toma, nuestra hora. Pero no, quizá eso no valga la pena, y sólo sea hacer más largo algo que debiera ser corto, casi inexistente, te quiero, o te quise, adiós, el tren se va. Un minuto. Menos. No, no sería un buen uso de la hora. Qué podrías hacer con ella... Es que ha sido una sorpresa, una completa sorpresa que ni siquiera has encajado bien al principio. ¿Qué hago yo con esta hora de por medio? Habíamos quedado a ls cinco, no a las seis. Pero... no se puede hacer nada. Te dan una hora y encima tú blasfemas. El piano hace demasiado ruido cuando duermen todos la siesta, no conviene dejar la hora entera para él. Además, el piano ya tiene su propio tiempo. El piano es como un reloj al revés. Te sientas, y luego te levantas y entonces ves que sólo lo has ganado (el tiempo). Sólo ganado. Se te van gastando las ideas y vas mirando el reloj, por si te ayuda en algo. Pero nada. Se te ocurren tantas maneras de dejarla ir, libre, con los minutos corriendo despavoridos, cada uno en una dirección, con sus agujas de niños, de segundo. Se te ocurre eso, dejarla libre, dejarla salir como una paloma hecha de hormigas. Pero entonces se te llenaría el tiempo de cosas, de coger este autobús, de que hemos quedado a tal hora, vamos deprisa que va a llover... No, mejor que no. Los libros también son como el piano, una hora más, una hora menos no se notaría. Seguramente si la dejaras libre, como estás haciendo, si la dejaras correr bolsillo, pantalón abajo, acabaría rota en minutos que no sabrían que hacer. Y seguramente irían todos a mirarse corriendo en el espejo. Y al fin y al cabo, no estás haciendo otra cosa que mirarte en el espejo, pero para adentro, no sabes bien. Te dan una hora y acabas haciéndola letras. Y es que puede que no tengas remedio.
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