A Ítaca le cambiaron el nombre y el lugar. La confunden con otras ciudades, otras islas, tal vez. Ítaca es un buen sitio para Penélope. En Ítaca dan las cañas a un euro y el baño es unisex. Cuando hace mucho calor, cuando es la hora de marcharse, suben la música y apagan las luces. Tertulia no. Ítaca sí. Penélope tiene una mesa vacía, reservada, frente al espejo, para ser más ella. Un espejo donde se escriben las notas etílicas, las notas de dos palabras, que luego algún impulso escatológico dejará cerca del baño, abandonará sobre la mano que asoma bajo una manga, la mano, la poca luz, la poca memoria. Y cómo no va a dolerle la memoria, a Penélope, en el centro justo del espejo, en mitad de la isla Ítaca. Cómo no, si hasta las mejores tarjetas de presentación acaban hechas fuego, o pedazos. Cómo no, si a base de cristales y silencios de coche quedó muda. Cristal de espejo turbio entre humos. Ítaca es un buen lugar para esperar. Esperar es lo que hacen todos los cobardes.
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