diciembre 21, 2009

la duda


"I was six when I saw that everything was God, and my hair stood up, and all that," Teddy said. "It was on a Sunday, I remember. My sister was only a very tiny child then, and she was drinking her milk, and all of a sudden I saw that she was God and the milk was God. I mean, all she was doing was pouring God into God, if you know what I mean."
J. D. Salinger. Teddy. De Nine Stories.

Te miras los pies como forma pública de cerrar los ojos, de multiplicar sonido y tacto. Fuera ya de la música oyes entonces a la niña sentada en la silla de al lado susurrar al oído de la madre: "Mamá, entonces... ¿Al final todo eso de Dios es verdad o no?"

diciembre 14, 2009

Usted está (otra vez) aquí


De Baran queda una huella y toda esa lluvia encima. Latif la mira marcharse con la paz en el rostro del que ama por nada. No sé quién dijo dolor. A lo mejor también dolor, pero sobre todo la paz. Amar por nada, amar gratis aunque nadie, y me dirijo a ti, con tus propias palabras, sepa qué es postular. Me preguntas si tanto me absorbe hacer eso, besar unas manos, mirar a un derviche giróvago, tener ojos como los insectos. Y a lo mejor no me absorbe y en realidad lo que ocurre es que me alejo hacia atrás. A lo mejor lo que yo creía la línea recta hacia el rostro tranquilo de Latif viendo a Baran marcharse no es más que otro de esos bucles en el aire que no llevan a nada, no es más que la falsa sensación de geometría perfecta (y me dirijo ahora a ti con esto) que fingen en el suelo los pasos de peatones. Quiero decir que uno cree en esa linealidad aprendida en un lugar que no es éste, cree en las líneas rectas que se abren siempre hacia delante y un día, sólo porque llueve o porque la cota de nieve está a doscientos metros o porque "se me fue al fuego el borsch que había hecho para Horacio", o porque al abrir el armario del desayuno descubres que olvidaste comprar café, o porque del baño y los espejos no se va esa sensación de sucio aunque todo huela a desinfectante, te das cuenta del estatismo absoluto, de que todo es un punto en el suelo, una cosa quieta que no avanza, que a lo mejor ese amar gratis tampoco significa crecer, que a lo mejor no hay linealidad hacia el gesto en paz de Latif, sino que guerra y paz al mismo tiempo, que cada afirmación contiene su opuesta, que todo se multiplica en direcciones contrarias como en las raíces trilíteras de los verbos árabes. Escucho Songs for sad women sabiendo que me regalaste esa música sólo para regalarme un título, para decirme "alguien escribió música para ti y yo la he encontrado". Dudo. Creo que todo es culpa de las noches, y en los días retrocedo, vuelvo, involuciono.

noviembre 20, 2009


"Elle a perdu des hommes
mais là elle perd l'amour."
de Orly. Jacques Brel



Has fumado esta noche escuchando a Nick Drake. Lo sé porque yo también he estado fumando. He mirado el patio del colegio desierto y los focos de la pista monstruosos y apagados. He mirado mucho la geometría blanca de los pasos de cebra y el dibujo que hacen desde arriba los lados de la calle. Tengo un agujero, esa "llaga abierta", cortada la palabra, como dijiste tú. Tes yeux à 10 cm des miens qui me coupent la parole. Si estuvieras aquí ahora te diría que lo recuerdo todo, incluso el día en que me dijiste lo de los ojos que cortan. Tú dirías como dices siempre que tiene que ser pesado, doloroso, recordarlo todo, no ser capaz de olvidar. Y luego callarías un rato mirando el techo y te prometerías dejar de fumar mañana. No entiendo hoy de qué sirve prometerse marchar para que queden aún hombres buenos en la tierra, de qué puede servir si entonces me llegan las letras que escribiste sin luz en un teclado azerty para decirme: "J'arrive.", para que yo entendiera que venías. Y parecía entonces que estaría ya siempre sonando Majâz y que la luz no cambiaría nunca, que seguiría el amarillo de la pantalla reflejado en los cristales del octavo que reflejaban a la vez todo lo que no era nuestro, el exterior del balcón, la cuidad desde lo alto. La ciudad sin río, ni agua, ni puentes. O con río y puentes, pero otros distintos de los que nos conocieron. Y luego no era verdad que Majâz fuera a sonar siempre y que el vino no se iba a acabar nunca, ni que el rojo de la habitación era más suave con el ocre de tus sábanas en el colchón del suelo. Desde entonces me siento habitar un bucle de kilómetros. Pero no son los kilómetros que soñamos hacer. Son otros, son kilómetros sin gracia ni sentido. Treinta y cinco kilómetros al norte, cinco al oeste y luego cinco al este y treinta y cinco al sur. Así vivo desde entonces. Miro como si fuera tus ojos (y soy tus ojos) la vegetación que tú abrazaste, que tú tocaste con una mano pálida para decirme: "Ça n'existe pas chez moi." Y en las palabras "chez moi" hay una calidez, un terreno reconocido, un territorio a medias. En tu boca "chez moi" se convertía en algo mío, imagino que también tuyo, pero sobre todo mío. No sabría explicarte lo que pienso mientras hago esos kilómetros. No te lo puedo explicar porque lo pienso sin palabras y porque la última promesa firme fue la de nunca prometernos nada. La promesa del andén veintinueve y la puerta cerrándose y yo pensando en cómo sería callar, no decirte nunca: "Se va, se está yendo." Aunque lo viste, a lo mejor leíste en mi cara que lo veía irse sin ti y por eso te giraste y levantaste el brazo y corriste detrás. No lo sé pero pienso mucho durante todos esos kilómetros y me pregunto qué me impide hacerlos todos hacia el norte, colocar en el mapa una equis justo ahí donde dice "chez moi" y empezar a conducir despacio, esta noche hoy mismo, empezar desde ahora a buscarte. Pero luego comprendo que es la certeza, por una vez la certeza, de bien y de mal y que contra esa certeza no se puede nada. Así que recorro otra vez los kilómetros en espirales sin fondo, sin equis al lado, los kilómetros que no llevan a ningún sitio, como mucho a pensar con toda esa intensidad durante una hora y media al día lo lejos que ha quedado "chez moi".

noviembre 06, 2009

Derviche

No sé cómo explicarlo porque empezar a explicarlo es ya dejar un poco de entenderlo, de estar dentro, tan cerca. Detenerse y sentarse, hacerlo verbo, tinta, es ya volverse del lado equivocado. Aunque supongo que es inevitable, por la falsa esperanza (y sabes bien que falsa, por eso no entiendes seguir) de que dure aún un poco, de fijarlo, de dejarlo quieto. Mirarlo danzar, girar, girar sabiendo que él está en un punto justo del infinito que tú no conoces, que a lo mejor casi nadie conoce. Saber que él está ahí y que no está ahí. Verlo danzar y olvidar el propio cuerpo, y recordarlo tan solo porque hay algo caliente que te arde en la mejilla y que te baja a los labios y sientes el sabor a sal como si fuera el sabor primero de la tierra. Es imposible explicarlo. Explicarlo es casi hacerlo mentira, negar la belleza del rito. Pero cómo guardarse dentro el blanco de su ropa plegándose en el aire, casi empezando el vuelo. Cómo es posible haberlo visto y sentido la sal, escuchado la música en los poros, y llegar a la cama sin haber intentado antes hacer que aún dure un poco, que no se te olvide la paz de la danza, la claridad que tú sabías del lado de sus ojos, que a veces conseguías confundir con los tuyos.

octubre 24, 2009




"And I still remember thinking how lovely it could be
to hold you for an eternity
or at least until you fall asleep."
I still remember.
MPH

Es como si hubiéramos estado cerca o muy dentro, como si hubiéramos, casi, podido tocarlo con alguna porción de la epidermis, como si se hubiera hecho un día verdad la calma, la fe, y entendiéramos las palabras que nombraban los místicos. Bastaba con sentarse con las piernas colgando sobre el negro del río. Bastaba solamente con pasear una iglesia por dentro y un roce de las manos. Nos gustaba irnos al café de la estación donde no había más que esa gente sórdida y extraña que hay en las estaciones. Gente con bolsas de plástico o la camisa sucia y los cordones sin atar. Señoras que en lugar de los labios se pintan el contorno de la boca de un carmín muy vivo. Y nos bastaba así. Nos bastaba con eso y caminábamos como nunca nadie ha caminado hasta entonces. Creíamos esos días que era el secreto más grande de la Tierra. Creíamos por fin entenderlo todo. "Nous sommes tous morts." Y eso bastaba. Darle vueltas despacio a algo que se calienta al fuego. Mirar el humo saliéndonos de las bocas. Desayunar muy tarde y en pijama. Saltarnos horas en la oficina. Ponerme tu jersey tantas tallas más grande. Esperarlos a ellos. Verlos venir. Amar la casa. Habitar la casa. Mirarla a ella cuidar la casa. Arrancar una fruta del jardín y sin lavar, llevársela a la boca. Sentir en la boca el tacto de la tierra. El gusto de la tierra. Entenderlo todo. El silencio de haberlo entendido todo. La incapacidad, esos días, de la palabra. Y no entiendo cómo es posible que ahora sea todo aquello un lugar intocable. Un lugar al que nunca se podrá ya volver. Cómo basta con hacer una cola de muy pocos minutos y subirse a un avión de seis de la mañana. Y recordar ahora con un dolor desconocido los minutos que pasaban en un pasado exacto. Hacer sin parar cálculos temporales hacia un futuro inverso. Decir: Si ahora fuera ayer, exactamente ayer a estas horas, estaría en el desván con las piernas colgando sobre el vacío del Sambre. Pensar: Hace una semana estábamos en una sala de cine llorando frente a Chaplin. Y así sucesivamente. Recorrerlo todo al revés, desde justo aquí hacia atrás, sabiendo que es un recorrido insano, doloroso, un remedio efímero, finito, que tarde o temprano habrá que detener.

octubre 07, 2009

"Now that the dreams have given all they had to lend
I want to know do I stay or do I go"
Nico. The Fairest of the Seasons.

Me voy para que aún queden hombres buenos en la tierra. Me voy porque hemos escuchado demasiadas veces Cat Power diciendo "I will miss your heart so tender". Me voy, abandono la casa, el río, los puentes, a la madre de Magritte y con la bici ponerme la primera en los semáforos. Abandono la Place d'Armes, la rue du Pont, el café Novo en Bruselas. Las visitas. Se acabó tenerte enfrente en terrazas de Europa y verte acercar una magdalena al té caliente de la taza. Ya has venido, te has ido, ya conoces mis espacios. Poco a poco no para de llover y de vaciarse la ciudad poco a poco. No para de llover. Te dejé en el aeropuerto y desde entonces está lloviendo siempre. Llueve en los cines, en el Sambre, en las bocas del metro. Me resguardo en la música de las tiendas de ropa. Llueve mucho y estamos siempre mojados y hablamos menos. Así que he decidido irme. Es mentira que haya decidido irme. Tengo que irme. Pero me voy para que aún queden hombres buenos en la tierra, para que Nico no suene ya nunca como anoche en el salón, para amar de lejos "this love forever."




septiembre 29, 2009

Noordzee


El concierto empieza un poco más tarde de las cuatro. Te preguntas la química que compone la luz. Ese rayo exacto da en el centro justo de la H de Yamaha del piano de Annelies. Ella sonríe. Te preguntas qué química compone la materia de la que está hecha la boca con la que Annelies sonríe. Jessica al otro lado. Hace falta mirarla durante poco tiempo para darse cuenta de cómo tiembla sobre las cuerdas la carne tierna de sus manos. Han cubierto las ventanas con una cortina negra. Pero eso no impide la luz. Ese rayo exacto atraviesa el único lugar de la ventana que no ha cubierto nadie, que alguien ha dejado olvidado. Esa porción solar que tú percibes como si viniera de un universo que nadie ha conocido todavía. Jessica está nerviosa y no sabe que en menos de dos horas se acercará a pediros salir con vosotros en una foto porque "you look so happy". Es la primera vez que alguien se acerca diciendo que pareces feliz, que parecéis felices, los tres así sentados, con el vaso en la mano y en los brazos y la boca el recuerdo de la sal. Jessica no sabe que quizá estáis tan limpios, casi puros, porque hace unas horas el Mar del Norte, porque habéis purgado algo en el agua fría del Mar del Norte. Algo que nadie ha dicho pero los tres sabéis y que os late en silencio y ahora respira en calma gracias al agua fría de ese mar. Jessica es la única de toda la sala que se da cuenta de eso y que no sabe cómo nombrar así que dice: "You look so happy." Y es cierto. Le pides que te deje ver la foto y es cierto. Sonreís sin euforia, sonreís con el recuerdo de la arena y la sal. Sonreís como pensando el recorrido preciso que hace esta tarde la luz para acabar en el centro de la H de Yamaha del piano de Annelies.

septiembre 17, 2009

Rentrée

APRIL is the cruellest month, breeding
Lilacs out of the dead land, mixing
Memory and desire, stirring
Dull roots with spring rain. (...)
T.S. Eliot. The Burial of the Dead

Se ha dicho ya de todos los meses que son el mes más cruel. Pero hoy yo creo que es septiembre. O no. Cruel no es la palabra. Llueve siempre el 1 de septiembre. En los parques hay ahora el silencio nada más. Son las 8 de la mañana a este lado del Sambre y hay más coches y más lluvia y se ha quedado el mundo como una feria cerrada, abandonada en el barro, con la suciedad de una gasolinera, o esa atmósfera triste que cubre todas las estaciones de servicio. Los niños hacen cola en las escuelas públicas. El verano se da oficialmente por muerto. Y llueve para recordarnos que el verano, la extensión inabarcable del verano, también se acaba. Y hace frío en los ojos y en los pies y hay que taparse bien la boca con un panuelo de cuadros y cubrir con el impermeable el asiento de la bicicleta. Ocurre todo eso, y aunque no se vea, se nota en las horas y en la luz. Los estudiantes han vuelto. Hay gente en algunos cafés a las once de la noche. Tienen exámenes y celebran sin alegría los aprobados en el barrio universitario. Todo eso pasa y se nota mucho septiembre, se nos nota en las caras y en los gestos, en la manera en que ahora movemos las manos o la lengua. Todo es distinto en septiembre. Septiembre recuerda con lluvia e insistencia que la extensión inabarcable del verano, eso que parecía sin fin a principios de junio, se acaba también

septiembre 06, 2009


"New York is cold but I like where I'm living."
L. Cohen

La casa entera huele a café. Es completamente domingo en la casa. Él fabrica algo con las manos cerca de la luz. Un dibujo, una carta o un cigarro. Ella hace mermelada en la cocina. El cuerpo del gato sobre mi propio cuerpo. El vinilo de Brassens amplificado por sus cuatro altavoces de alta calidad. Cerrar los ojos y escuchar es estar en el centro del domingo. No tenemos hambre. No comemos. Él dibuja y bebemos café. El gato respira con una tranquilidad casi humana. Lo noto vibrar sobre las piernas, darme calor. A veces todo cobra esa fuerza. La música va más allá de la música y pienso que esta calma se parece al silencio. Sé que el tiempo existe todavía porque a ratos me llegan las campanas. La catedral cubierta de nubes, la cúpula verde de la catedral es lo único que recuerda que el tiempo existe todavía. Él termina el dibujo y abandona la luz. El gato sigue respirando como si él también lo notara, como si para él también fuera de esa forma domingo y lo supiera y respirara así tranquilo en su existencia y en las erres de Brassens.

septiembre 02, 2009

Múm


No sé por qué, me sentía como si nunca hubiéramos estado más vivos. Ni yo, ni ninguno de los demás, de todos los que llenábamos ayer a las 8 de la tarde el Botanique de Bruselas. El concierto estaba acabando y de repente la música se convertía en ruido. Era imposible existir fuera de ese ruido. La mitad del público se tapaba los oídos con las manos. La otra mitad no. La otra mitad disfrutaba con el casi dolor que producía en las membranas. Yo pensaba que no habíamos estado más vivos nunca. No sé por qué. No sólo yo (yo estaba convencida de no haber sido hasta ese momento totalmente consciente de la palabra existencia), sino todos los demás. Era como si todos el mismo cuerpo. Parecía así. Mi piel encajaba exactamente con la del desconocido que tenía detrás y con la de la chica de delante. Encajábamos todos con una precisión celular. Éramos. Daban ganas de sobrevolar ese conjunto de átomos y acariciarlo desde arriba. A veces se aparece la belleza, se hace carne. Y esa carne era nuestra. Lo sentía bien cuando notaba las respiraciones como una sola, cuando entendía perfectamente el movimiento de la gente con la que mi cuerpo limitaba, no limitaba, era el mismo cuerpo. Y recordé en ese momento al pueblo de Orphalese y El Profeta de Gibran: "Pero vosotros sois la eternidad, y vosotros sois el espejo." Y durante unos pocos instantes en que la música fue perfecta todo eso Existía y era así, parecía así, y nosotros éramos la eternidad y nosotros éramos el espejo.

agosto 18, 2009



La luz ha recorrido ya todos los puntos cardinales. Y yo la he visto. No sé cuántas horas de sesenta minutos puede un hombre corriente, no entrenado, permanecer sin dormir. Cuánto tarda en enloquecer o empezar a temer la ceguera en mitad de un aeropuerto. Y ya aquí huele a lo mismo a lo que olía entonces toda la Gran Bretaña, y ya aquí me pregunto qué estoy haciendo aquí, volviendo a lugares a los que nunca deseé volver y temiendo la ceguera en mitad de un aeropuerto. En mitad de ese olor. Porque aquí huele a lo mismo a lo que olía Rayleigh Tower, no sé si a la moqueta o a tanto alcohol en todas partes, pero este olor coincide exactamente con el olor de aquellos días. Entonces salir de ahí eran nada más los noventa minutos de lavandería a una libra y veinte peniques cada jueves. Era sentarse en el interior del hexágono del Campus Norte y mirar el agua y el suavizante dar vueltas. Era por un instante disolver ese olor, ahogarlo en un baño de ropa limpia y secadora. El resto del tiempo el olor permanecía, era siempre el mismo, no cambiaba nunca. Como ahora en mitad del aeropuerto.

julio 18, 2009

Segway o la madre de Magritte

Monsieur C. aparca en la zona privada del aparcamiento, me abre la puerta y yo me bajo del land rover de monsieur C. con náuseas. No sé por qué aquí tan pronto la náusea. Hace calor. Recorremos el muelle. Siento que todo el mundo nos mira y se pregunta algo. A la entrada del restaurante hay un piano Pearl River que suena solo. Me parece siniestro ese movimiento de teclas inhumano. Otra vez la náusea. Una camarera joven nos pregunta, bonnesoirée, si hemos reservado mesa. M. C. dice que no, que venimos a ver al chef. Nos hacen esperar. Otro camarero se acerca y le dice a la joven que él nos acompaña, que el chef está enterado y nos recibe. Recorremos el restaurante, que está lleno a estas horas, entre saludos y reverencias de los camareros. Llegamos al despacho. El chef habla por teléfono, nos dice que esperemos con un gesto de la mano libre. Se despide, brusco, y se levanta con los brazos abiertos. M. C. y él se abrazan, se dan golpes en la espalda y el beso belga de costumbre. A mí me coge la mano, me llama madame y me la besa. Entonces levanta un trapo que cubre un bulto duro, un bulto que rompe con el equilibrio contemporáneo del despacho. Voilà ! dice, y en seguida se monta y da ridículas vueltas por el despacho subido en esa máquina. Salimos al jardín. M. C. me pregunta si quiero probarlo. Yo digo que no. Un no claro, poco nasal, muy español. Insisten. El chef, Benoît, me dice que tenga cuidado, madame, c'est dangereux. Me subo, aunque al principio me niego a moverme. Me alejo para que no me toquen, para no caer sobre ellos si llego a caer. No soporto la escena. Me bajo y entonces M. C. empieza a dar vueltas por el jardín. El chef, Benoît, no me habla, ni siquiera me mira. Se nota que las mujeres existen muy poco o casi nada para él. O que existen mucho, pero en otros aspectos, no cuando quiere enseñarle su juguete nuevo a M. C. Hay gente del otro lado del río que nos mira. Las plantas nos ocultan de los clientes que cenan en el muelle, pero los oigo y también me siento como si nos miraran. M. C. deja el segway en su sitio. Benoît lo enchufa a la luz, lo vuelve a cubrir con la sábana. Me fijo en que el restaurante está lleno de aparatos que seguro él compró con el mismo entusiasmo, que seguro que también cubrió con una sábana durante los primeros días. Sofás de relax, velas que cambian de color, el Pearl River que toca solo. Benoît le da a M. C. una tarjeta con el número del vendedor del segway. Dice: 5000 euros, oferta especial. Di que vas de mi parte. M. C. la guarda en la cartera. Salimos por la puerta del jardín. Volvemos a recorrer el muelle. En el coche, M. C. me pregunta si estoy bien. Yo le sonrío para no tener que contestar. Cruzamos el Mosa, llegamos al Sambre. Quiero bajarme ahí. M. C. vuelve a preguntarme si estoy bien, y que en qué pienso. "à la maman de Magritte", le digo. Pero creo que no me entiende o no me ha oído. Puede que en realidad no haya dicho nada. Hace calor para ser Bélgica y para ser las 7 de la tarde y para estar en la citadelle. Miro la luz que recorre el Sambre y es verdad que pienso en eso, en la madre de Magritte, y que no puedo pensar en otra cosa.

julio 12, 2009

Aquí también hay vencejos. Después de cuatro días de lluvia incesante, de oír los aviones despegar y no encontrarlos en esa masa gris que había ahí donde debería estar el cielo, ha parado de llover. Ha sido poco a poco. En realidad no sé bien cómo ha sido. Sé que de repente un calor en la nuca, un reflejo en la pantalla, cierta alegría desconocida. Y abrir las ventanas y dejar que entre el aire con olor a mojado, a tierra mojada, a los puentes mojados, a la Meuse mojada. Y entonces ese sonido familiar, acogedor, reconocible. Ese sonido sencillo y de verano, como si aquí hubiese llegado alguna vez el verano. Los vencejos. Me gustaría explicarlo pero no sé. Sólo sé que los vencejos.

julio 10, 2009

On soupe ?

El norte está dispuesto de manera hostil. Las ciudades se alargan y aquí da igual que te mojes bajo la lluvia y se te arrugue el plano y acabes en el fin de todo en lugar de en la estación central. La boca, la lengua tan torpe, apenas pronunciando palabras que en otro tiempo supiste pronunciar. Y a lo mejor no es hostil, a lo mejor no es todo esto, es sólo tu torpeza, tu acabar de llegar, tu timidez. En realidad puede que la gente te sonría, que alguien te mire a los ojos al cruzar el Pont de l'Eveche, que el beso en la mejilla que te dio ayer la cónsul tuviera toda la fuerza que ella quiso ponerle. No sé. Entonces te rindes y aparecen señales. Frente a ti, también en el centro justo de la lluvia, un cartel de cine en el que lees Inland Empire. Apuntas la dirección del cine (qué importa si Lynch, si tantas veces temer a Lynch, no entender a Lynch, si ahora Inland Empire se convierte en el único vínculo, en la única realidad reconocible). Recorres metros y llueve, pero no te molesta esta lluvia. Lo encuentras y está desierto, vacío, y en la puerta escrito a mano: Cerrado hasta octubre. Te das cuenta de que has venido a una ciudad en vacaciones. Puede que todo esté cerrado hasta octubre, hasta el día justo de tu marcha. Y ahí ya sí te rindes un poco. No te rindes, descansas. Te vuelves a casa por el camino más corto, bordeas la citadelle sin mirarla, te molesta el frío en el pecho y la lluvia en los pies. Y entonces que llamen a la puerta, tú con el cepillo de dientes en la mano, confundida, equivocada de idioma, y que sea él, padre, recién llegado del trabajo, él que recoge a los hijos de actividades de agua, él que acampa en los fiordos noruegos y compra libros persas y ahora viene y te dice: On soupe ? Y basta así, basta con eso, con la sílaba átona de su interrogación, te basta.

junio 29, 2009

Deconstrucción

En el salón hay doce bolsas de basura perfumadas llenas de ropa y libros y cartas y más libros. Hace calor en el salón y en las paredes. Hemos quitado las cortinas. Hemos devuelto la luz a los lugares de la luz. Todo está como estaba, aunque los colores se ven de otra manera. Se trata del calor y de deshacerlo todo. Es sólo eso, invertir el camino y otra vez no recordar dónde hay que estar. A lo mejor debería estar subrayando en rojo y bajo un flexo de luz blanca un artículo de Wolfgang Iser. Sin embargo sólo el calor y el verbo deconstruir.

junio 16, 2009

Bellis perennis



El calor se parece al viento y al ruido. Es lo mismo, ataca a esa misma parte cansada de la materia gris. Hace calor de agosto en mitad de junio. La planta estaba muerta en el balcón. La planta significaba tanto que he puesto una canción para llorarla o hacerle duelo. La planta muerta de sed y de olvido y de exceso de luz. No, de olvido no, es mentira que de olvido. La planta tenía nombre pero no puedo nombrarlo. Los nombres matan, delimitan, acaban. No me gustan los nombres. Le he arrancado las flores y las hojas. Ha quedado nada más que la raíz, que imagino cubierta de lombrices de tierra. La planta estaba viva y ahora, por algún cambio irreversible en su química o su savia, ya no lo está más. He deseado fumar para sentarme a su lado y estar fumando. Hay más plantas en el balcón, pero esa era la única con nombre. Tú sabes qué nombre. Un día era marzo y ya habían cerrado las tiendas y salían todos los alumnos oliendo a aguarrás o a pintura de la escuela de arte. Era el mismo camino desde diferentes lados. Un día era un paso de cebra y los semáforos. Era desviarse sin saber que aquello no se podía llamar desvío. En el cartel decía: Bellis, 1,50. Y él me dijo: "Estábamos a punto de cerrar. " Y: "Transplántala en seguida." Bellis no significa nada. Bellis se llaman todas las margaritas del mundo. Recuerdo que le pensaba un nombre y que hice el camino contrario mientras todos salían de la escuela de arte. La intersección. La luz en rojo. Que a lo lejos (y no es cierto que lejos, en realidad entre una línea y otra de ese paso de cebra) alguien pronuncie tu nombre. Está muerta y juré no contar que le di un nombre que pronuncié como si rezara al regarla, al ponerla al sol, al guardarla en la sombra. En realidad busco entre la tierra con los dedos y aparece una porción de verde, de brotes o de raíces vivas, y me juro no nombrarla ya más para que a partir de ahora, y si sobrevive, no signifique tanto.

Hondura

José Antonio Antón Pacheco
de El pozo y la estrella

Sabemos que toda tierra tiene su cielo, y que en el fondo de la espesura late un centro de claridad, pues en lo éxtimo reposa lo íntimo. De igual forma, bajo el tren que el aire corta se esconde otro, su doble, invisible, y al viajero exterior corresponde el interior.

junio 15, 2009

El Inmaduro

Manuel Vilas

De Resurrección

"Me pasa siempre, y duele, y confunde. Debe ser algo relacionado con la desesperación de vivir. Si estoy en Barcelona, me gustaría estar en Madrid.

Si estoy en Zaragoza, me gustaría estar en La Coruña. Si estoy en La Coruña, me gustaría estar en la cima del Aneto, comiendo setas venenosas bajo el cielo helado. Si voy al cine, en mitad de la película me entran unas ganas revolucionarias de estar en mi casa viendo la televisión. Si estoy sentado en el sofá viendo la televisión, me gustaría estar muerto y enterrado en el cementerio, contando los días que faltasen para la resurrección de la carne.

Todo me persigue, ciudades, cines, casas, cementerios. Si estoy con amigos, preferiría estar con amigas. Si estoy con amigas, me gustaría estar con enemigas. Si estoy con enemigas, me gustaría estar en casa durmiendo la siesta. Si me compro unos zapatos con cordones, en que salgo de la tienda y ando por la calle empiezo a envidiar a todos aquellos que llevan zapatos sin cordones. Y también me pasa con las camisas, las cazadoras, los pijamas, y las sandalias en el verano. Y también con las vidas: Si me pienso abogado, preferiría ser médico. Si médico, sacerdote. Si sacerdote, hombre casado y con siete hijos. Si casado, soltero. Si soltero, viudo muy apenado. Si viudo, monje. Si monje, matador de toros. Estés donde estés, no has acertado por completo. Siempre hay algo más barato y mejor por ahí. Siempre hay vistas desconocidas en el acantilado de la vida. Me está matando esto de vivir una sola vida. La gran muerte de vivir en una sola forma."



mayo 20, 2009


Me pides que te explique la casa y está mal que me pidas eso. Yo creo que la casa nuestra ya no existe más ni existió nunca o si existió fue tan solo a ratos en los que la creí posible. Yo creo que la casa soy yo (porque tú no venías y me decías a veces: Perdona, pero yo no sé aparecer). En la primera casa yo te esperaba y no llegabas nunca. La primera casa estaba hecha de fiebre y los lugares se llamaban: Uno (o llegar a la casa). Cinco (o buscarte en el hambre). Seis (o los días sin número). Así iba creciendo la casa sin que estuvieras dentro. En realidad nunca estuviste y por eso siempre se repetía en las paredes:

Y me abandonas, cómo de fuerte me abandonas, me abandonas con la misma fuerza con la que yo te espero y sé, cada vez sé mejor, que ya no vas a venir.

Había muchas cosas escritas con barro o ceniza en las paredes. Ahora no puedo decirte todo lo que había escrito. La otra casa era distinta. Una casa en el norte y sin lluvia, al menos sin esa lluvia interior. Tenía menos que ver conmigo y nada que ver contigo. En realidad era completamente él, Ανδρέας (quiero decir que él o el primer hombre). Era hablar de sus manos construyendo la casa y de cómo no llovía y de lo hermosa que habría sido para engendrar y empezar de nuevo la especie. Algo así. Creo que no era más que mi fascinación por sus manos y la brevedad de sus manos. Y eso no tiene nada que ver contigo ni con la fiebre ni la lluvia. En realidad tú nunca nadaste en línea recta desde el Atlántico ni sé si alguna vez de verdad quisiste que existiera la casa.

mayo 17, 2009

"La lluvia

como una lengua de prensiles musgos
parece recorrerme, buscarme la cerviz, bajar,
lamer el eje vertical,
contar el número de vértebras que me separan
de tu cuerpo ausente.
[...]"
José Ángel Valente. De El temblor

Que te velen la fiebre, el insomnio y la fiebre. Cuando se sueña así se sueña más intenso y crees de verdad que un perro te devora las manos. Sudas como si eso pasara o como si fuera cierto que recorro el camino que hay de mi casa a la tuya y te busco para que me veles la fiebre. Es mentira que recorro ese camino, ni siquiera existe un camino así (no como el del sueño, lleno de sol y delirios y erupciones de asfalto y cielos rosas). Pero en la fiebre era claro, nítido, cada paso que daba, la conciencia de buscarte, la forma en que llamaba a tu timbre (¿2ºC? No recuerdo si en realidad 2ºC, pero se superpone el sueño, la nitidez del sueño y ya no importa si 2ºC o un piso distinto). De fondo sonaba All Alright mientras yo iba a buscarte y Jónsi pronunciando I'm singin' with you, singing in silence. Yo quería explicarte algo así, algo que a lo mejor coincidía exactamente con todas esas sílabas. No lo sé. Tenía fiebre en tu escalera, buscando desde abajo tu balcón y era como si sólo quisiera decirte (la canción demasiado fuerte, vibrando en el tímpano izquierdo, que es un tímpano herido desde anoche) algo así como I'm singin' with you o let's sing into the years. Y ahora escribo como si no supiera que estoy despierta. Como si siguiera recorriendo ese asfalto y buscándote y pensando en que me veles la fiebre o el insomnio. Escribo sin saber qué hora es en la calle o en tu barrio o en tu 2ºC y si no será verdad que he recorrido ese espacio y te he buscado y al otro lado no había nada.

mayo 03, 2009

Festival

El exceso y la música. Bajo todos los cuerpos, esos miles de cuerpos, los mismos órganos vibrando con la fuerza repetida que mueve los altavoces. Sentirse parte de esa masa que grita y que es joven y es bella y que levanta los brazos. Todos los brazos el mismo brazo, sincronizado y perfecto, la música que nos vibra en los ojos y en los tímpanos hecha carne. La búsqueda. Un instinto tribal y de tambores, alcanzar el éxtasis. Cerrar los ojos y el éxtasis, moverse como se mueve un solo cuerpo y ser todos parte anónima y excesivamente igual de esa masa que respira y que salta y que jadea.

mayo 01, 2009

Escribí al volver: "A. huele bien y lleva zapatillas azules y pronuncia la palabra escafandra." Yo llevo restos de ceniza y alcohol en los zapatos. Me produce náusea mirar hoy los zapatos y recuerdo al llegar abrir el Libro y que el Libro dijera: "Sí, pero quién nos curará del fuego sordo, del fuego sin color que corre al anochecer por la rue de la Huchette, saliendo de los portales carcomidos, de los parvos zaguanes, del fuego sin imagen que lame las piedras y acecha en los vanos de las puertas, cómo haremos para lavarnos de su quemadura dulce que prosigue, que se aposenta para durar aliada al tiempo y al recuerdo, a las sustancias pegajosas que nos retienen de este lado, y que nos arderá dulcemente hasta calcinarnos." Y entonces tenía que soñar la casa, esa casa que escribí para ti. En la casa te esperaba siempre en lugares horizontales, escuchaba tu música, leía tus libros para esperarte. No venías pero tenía la certeza de que ibas a llegar. Recuerdo un tranvía francés y toda la música de la casa. Esperarte en la casa. Levantarse con la paz de esperarte en la casa. En el sueño te pedía perdón por haber escrito en un papel: "A. huele bien y lleva zapatillas azules y pronuncia la palabra escafandra." Te explicaba que ese olor era un olor a química y nada más, que tomé esas notas para convencerme de que hay mundo más allá de tu cuerpo y eso es todo. Te contaba todo eso mientras te esperaba en la casa y tu presencia era sutil y apenas física. No quería levantarme después de soñarte así, de volver a verte, y ahora recojo las botellas del salón y escucho esa música que duele y te escribo a modo de exorcismo, como último intento de sacarte de aquí. Y no funciona.

abril 26, 2009

B.S.O.


1. So Broken. Björk
2. Viorar Vel Til Loftarasa. Sigur Ros
3. Beautiful Boys. CocoRosie
4. Crown of Love. The Arcade Fire
5. Blanca. Nacho Vegas.
6. Seems So Long Ago, Nancy. Leonard Cohen
7. And I Love Her. The Beatles
8. The Court Of The Crimson King. King Crimson
9. Remordimientos. Sr. Chinarro
10. Vanishing Act. Lou Reed
11. I'll Be Your Mirror. Velvet Underground & Nico
12. Rey Sombra. Los Planetas
13. Atmosphere. Joy Division
14. Asleep. The Smiths

abril 24, 2009

The girl with the thorn in her side


Es verdad que existen espinas en un costado. En el costado izquierdo (no sé por qué la mía está ahí) y tiene tu olor y siento ahora que no se me olvidará nunca que lo último que dijiste fue que no sabías qué decir (y luego te vi bajar corriendo la escalera y esperé a que salieras del todo para empezar a darme cuenta de lo que pasaba). Nunca vi en una persona tan grande (tus manos enormes, tu pecho enorme) una tristeza así. Ahora no sirve de nada la lista de puntos a recordar para no dejarse caer que me hice cuando volví y cuando pensaba que tú volverías conmigo. Leo sin convicción: Punto número 1) Existe Tiergarten y el sol sobre la mejilla izquierda. 2) El perfil perfecto de un joven con gafas en Alexanderplatz. 3) La luz en las ventanas de Christinenstraβe. 4) Kann ich helfen? 5) Las bombillas en la terraza del Gorky Park. Y así hasta diez puntos que ya no sirven de nada porque los escribí un poco para ti que ya no estás y que me aseguras que no volverás a estar, me lo dices hasta que te quedas sin palabras y dices: Me voy porque no sé qué decir. Así te vas. Creo que eres la primera persona en mi vida que se va así. Creo que la espina ha nacido por eso. Y que por eso también me ha acudido la fiebre. Ahora todo significa lo mismo y que te alejas y que esta vez no te veré volver. No me ha dado tiempo a contarte que te traje de ese lugar de aromas una bolsita de especias ni que escribí veintidós páginas explicando tus manos, describiendo cada uno de los movimientos de tus manos y lo que haces con ellas y cómo nunca había visto a nadie tocar la vida así, manipular los objetos, lo tangible, de esa manera en la que tú lo haces. No me ha dado tiempo a nada y cuando he querido detenerte eran ya nada más que tus pasos por toda la calle. Sin vida la calle un jueves a las dos de la mañana. Y no voy a detenerte. Pienso nada más que en mi dolor de costado y sacarlo y hacer como que no es mío y exponerlo aquí es una solución fácil, temporal, que ayuda mucho a sobrellevar la noche. La primera noche.

abril 08, 2009

06.04.09

Hay una sala aquí que llaman showroom. Parece un lugar desierto, derruido. Es, sin embargo, una sala que hasta hace unas horas estaba llena de luces y de risas, de humor barato y caspa. Esta sala me produce una náusea diferente al resto de lugares que me producen eso. Tiene una tristeza añadida, no sé cual. A lo mejor que el Egeo tan cercano, a lo mejor las luces que dan a esta hora en la Cubierta 10 y sin embargo la gente aquí, y mucho ruido, y alguien barriendo el confeti que ha quedado en la moqueta. Sin embargo busco esa náusea, me vengo aquí no sé bien a qué cuando ya ha acabado todo y miro el dorado de las cortinas y las lámparas recargadas y el exceso de luz artificial. No queda nadie. Se los llevaron a la habitación contigua a jugar al bingo o a las cartas. El barco se mueve y es extraño, casi siniestro, estar aquí abajo a estas horas de nada, mirar las escaleras, los focos apagados. Una sala enorme, desierta, que parece estar recuperándose de una tristeza cósmica. Entonces lo veo a él y lo reconozco en seguida. Mi mente lo nombra: Tadzio, puede que incluso más joven que Tadzio. Está solo y aunque él no lo sabe, yo creo que no lo sabe, busca en la showroom desierta esa misma sensación que busco yo. Tiene un papel pequeño en las manos y lo arruga y lo desdobla y pinta algo sobre él con lápiz de punta fina. No encuentro nada que dibujar en toda la sala, pero él dibuja. Le miro los rasgos. Es Tadzio y no quiero que hable, ni que se dé cuenta de que estoy, ni que me mire directamente a los ojos. Es Tadzio y produce inmediatamente ganas de morir en Venecia, tiene esa belleza sin sexo, indiscutible, y me cura sin saberlo la tristeza que produce que existan en el mundo tantos lugares como este sitio al que llaman showroom.

05.04.09

Estamos solos en la cubierta 10, cada uno inclinado sobre su porción de barandilla. De fondo el perfil redondeado de la ciudad. Nos miramos a ratos, somos tímidos bajo las gafas de sol. Me pregunto tu edad y te veo entre las manos poemas de Salinas. Se me mueve algo por dentro. "Entre cincuenta y sesenta", pienso. Al rato te acercas un poco, sonríes un poco, y sin hablar comprendo que compartimos la misma impresión sobre este sitio, sobre este barco, la idea de crucero, las cortinas de los camarotes y las salas de espectáculos. Te sonrío también yo y bajo la escalera. Se oyen las campanas de una iglesia ortodoxa y gaviotas conforme nos alejamos del puerto. No me olvido de ti ya en toda la tarde y leo yo también a tus poetas, seguro que tus poetas, como antídoto a la fealdad de un jacuzzi, las colas del buffet, el altavoz comunicando en tres idiomas que la Santa Misa será oficiada por el padre Parra a las 7 en punto de la tarde en el salón Broadway. Por la noche te encuentro en el comedor, en la mesa de al lado, y nos sonreímos, otra vez, aunque ahora ya de otra manera, ahora ya casi solamente con los ojos. Yo te miro cenar desde mi mesa de ruido, llena de estudiantes y cerveza. Tú desde la tuya, frente a una esposa que no habla y te mira distante, cargada de joyas y de pieles. Y me pregunto qué nos lleva siempre o casi siempre a agruparnos así, de esta forma sencilla y equivocada.

abril 07, 2009

04.04.09

"Dicen que hay vientos del sur capaces de hacer
que el hombre más cuerdo en la Tierra llegue a enloquecer."
De Con amor y absurdidad. Nacho Vegas

No sé por qué se oían a esa hora - tan temprano - de la tarde los vencejos. Pero sonaban con fuerza en una de las calles de la isla. Yo delante de una tienda de cuero y él ahí, hermoso, su rostro de belleza clásica, ojos claros, diciéndome: "Las hice yo." Imaginé entonces sus manos trabajando ese cuero, y a lo mejor lo notó - yo creo que lo notó - porque agachó la mirada. A ratos anulaba los vencejos un viento marino, de calle estrecha, de tienda de cuero en una calle escondida de Rodas. Me ruborizaba, no sé por qué, la existencia de esas sandalias, la presencia cercana de sus manos. Me sonrió tímido y deseé volver a escuchar algo de su boca y de su acento. Pero no habló. Yo miraba mis pies, los imaginaba desnudos, ciñéndose al cuero negro que sus manos hermosas habían cortado, cosido, en definitiva tocado. El viento no me dejaba pensar, no me permitía oírme, me desordenaba la ropa y el pelo y a él no lo tocaba. Fijé la mirada otra vez en los zapatos, cada vez más suyos, más bellos, que cada vez yo deseaba más. Me turbó ese exceso de deseo. Y en ese instante me fui, sin mirarlo me fui. No sé por qué, pero tuve ya toda la tarde, toda la noche, su imagen entre los ojos y un sabor en la boca - no sé por qué - como el que deja la culpa o el arrepentimiento.

02.04.09

Globalization is a weapon of mass destruction.

Parafraseando a Faithless

Tras el mármol de Éfeso, entre las casas blancas, más allá de la playa y las mezquitas, se ve a esta hora de la tarde y desde aquí una M monstruosa de McDonalds iluminada por luces que recuerdan la feria y se adivina también, en el interior de la ciudad, un Starbucks y un anuncio Vodafone y otros cientos de sitios con nombres internacionales, cercanos, reconocibles, para que se sienta uno siempre como si estuviera en casa.

30.03.09

Llegar a Estambul y que atardezca - 7.39 de la tarde - mientras a contraluz cientos de agujas - minaretes - y la radio en ese idioma sibilante y nubes de jóvenes, niños, cargados de dulces y de flores, rodeando con voces, cierta música, un coche detenido en un semáforo.

marzo 29, 2009

El mundo parecía distribuido de otra forma en el camino de vuelta. Distinto en algo, no sé exactamente en qué. He pensado que era, a lo mejor, la lluvia. Al llegar empapada, tan tarde, me he secado el pelo, he agradecido la ropa seca, el olor a vainilla que quedaba en el cuarto. Y la he visto ahí. En el techo, dormida en su sueño de insecto, simétrico. Me ha turbado esa presencia extraña en la habitación. Un ser de alas en el ocre suave de la pared, en mis espacios. Oscura, paralela, inmóvil. He recordado el miedo que les tuve de niña, que oí decir que las cubría un polvo para que pudieran volar y temía que me sobrevolaran, a mí o a mi comida, por si me rociaban con algo y de repente yo me convertía también en una criatura de alturas y de vuelos. Así que la he mirado, quieta, la he dejado ahí. Aunque sé que esa presencia extraña, esa intrusión, puede costarme una noche (esta noche) de insomnio.

marzo 14, 2009

Despertares

Si me despierto en medio de la noche,
me basta con tocarte.
A mi lado respira
tu cuerpo de hombre joven
como animal en la naturaleza.

De SI ME DESPIERTO EN MEDIO DE LA NOCHE.
J. A. González-Iglesias

Da igual cuánto tiempo hace que no vengo a la casa. No importa, siempre ocurre lo mismo o casi lo mismo. Me duermo involuntariamente en el sofá. Eso sólo ocurre aquí, esas siestas involuntarias que me inmovilizan durante horas. Cada diez minutos ha sonado el despertador. Cuando no sonaba, yo soñaba que estaba sonando. Cada diez minutos una inmovilización mayor, un dolor como el de llaga abierta de Umbral. No poder, de verdad, salir de esa postura de tristeza. El perro llorando con un llanto casi humano, de niño, porque estamos solos y porque no me reconoce y porque no le gusta que duerma a esas horas del día. A ratos me lame la palma de una mano. Tengo ganas de pedir auxilio, de gritar socorro. Pero hago un esfuerzo y me levanto, dos horas después, y me voy al patio y pongo mi esperanza en el sol. De fondo ruido de tambores y cornetas. Un ruido de infancia y calles a oscuras, de pueblo emocionado y saetas desde la ventana. Pero no lo siento. No siento el sol, quiero decir, ni percibo el sonido con todas las dimensiones que tienen los sonidos. Está el velo entre el mundo y yo otra vez. Detesto esos sueños involuntarios, la inmovilización del cuerpo y del alma a la hora de la siesta. El perro aún llora. En el baño, dejo caer una nube de polvos de talco en mi brazo y los huelo de cerca. Y siento la proximidad irremediable del velo, cómo me cubre, cómo me impide que los polvos de talco huelan a polvos de talco y signifiquen algo más que sólo una inolora sustancia blanca. Se me llena el pecho de una burbuja de aire. El perro llora y lo acaricio. Al perro no le gusta que estemos solos ni que yo me duerma en el sofá. Me dan ganas de juntar mi llanto con el suyo. En lugar de eso, busco algo en la despensa. Pero comer, de golpe, me parece obsceno o me produce náusea. Entonces me acude, sin razón, una frase: Vivre à deux. No como. Me siento en ese escritorio de infancia, de tardes de adolescente resolviendo ecuaciones o versos en latín, y pienso que a lo mejor todo ese consuelo, toda esa cosa que busco y que cura del velo y la campana de Plath puede hallarse nada más que en un à deux, como en los monasterios, en Godard, o en algunos poemas.