diciembre 30, 2008

Paisaje uno. Paisaje dos. Nota.

Hay luces de navidad sobre los centros comerciales del extrarradio. Parpadean para nadie sobre una M gigante de McDonalds que nadie mira. Nadie las ve, pero se encienden y se apagan igual, para nada, para ningún ser humano extraviado en las afueras.

Aunque pueda parecer inventado, en el mundo existe una cosa que se llama Flying superkids, o Superniños voladores - y yo tengo que verlo, dos pases, de cinco a once los Flying superkids, la estridencia, los bailes, las luces de los Flying superkids. La menor tiene siete años y el mayor dieciocho. Hacen acrobacias que intercalan con pedazos de video que muestran la vida diaria de los superniños voladores. Y salen ellos sonriendo y esquiando o sonriendo y jugando al fútbol o sonriendo y montando en un columpio. El público dice un bravo que me da pena muchas veces y al acabar el show - ellos dicen "show" - los niños bajan del escenario y de las luces rojas y azules y dan la mano a los niños del público que les dicen bye bye o les hacen fotos. En el programa decía: "Filosofía del show: Los superniños voladores promueven la alegría de vivir." O algo parecido. No recuerdo exactamente.

Mientras, alguien cena una sopa frente a las noticias de las nueve y un locutor que lee: Más de trescientos muertos. Y luego dice: Presupuestos. Autonomía. Y nadie detiene el mundo entero para contar y llorar las cifras que caben en un "más de", por detener las cifras. Y entonces lo percibo todo, mientras miro luces del extrarradio, como una máquina de hacer morir o enloquecer y nada más.

diciembre 27, 2008

Tunnels

"And if my parents are crying
then I'll dig a tunnel
from my window to yours,
yeah a tunnel from my window to yours."

The Arcade Fire. Neighborhood #1 (tunnels)

Verás. No sé cómo explicarlo. Sé que hay parejas frente a una tienda de muebles. Sé que "la Planitud" de Miguel - Sánchez Robles - existe y que durante minutos, once minutos exactamente, nos separó el peor desfile de Navidad del mundo. Creí todo ese tiempo que no eras verdad, que te inventaba. Son muchos minutos once minutos de pensar que alguien no existe, que es mentira. Sufrí la tristeza de quien lo ha inventado todo. Quizá la tristeza que sienten todos los seres de tierra justo antes del abismo. No lo sé. Hasta que luego eras cierto. Casi cierto. Sobrevivimos, cada uno a un lado de la música, a figuritas disney y reparto de dulces y charanga. Por eso no sé por qué es ahora la casa una extensión de insomnio, excesiva conciencia de construcciones verticales, y una persiana rota.

diciembre 14, 2008

Tomavistas

A veces el mundo traza triánguos extraños. Por ejemplo dan las ocho en una conferencia sobre literatura y periodismo, o algo así, y hay poco público, el de siempre. Él acaba de conestar una entrevista larga, de pie, y luego ha pasado cerca de ella y ha trazado el primer vértice. Y lo lleva consigo hasta el asiento en el escenario, bajo los focos, frente a un micrófono sobre el que pronuncia: Tomavistas, el hombre mira la Tierra, grandes incendios. El fotógrafo llega y ella se remueve un poco en su silla. Se quiebra el vértice primero porque es él, el fotógrafo. A ella se le dispersa la atención, se va como deshilando hasta que encuentra el perfil del fotógrafo de frente, hasta que ve sus ojos enfocar y encuadrar en el visor el rostro de Manuel Vicent, que sigiuiendo una cómoda línea recta, es a ella, sin duda, a quien mira.

diciembre 12, 2008

Él ya me dijo un día: Todo lo que escribes es siempre lo mismo, es siempre el mismo momento de después. Y a lo mejor es verdad, es tan verdad que ni siquiera me espero a que sea después, que ni siquiera dejo que te levantes y te bebas el café que he dejado en la mesilla ni te fumes un cigarro que te he liado yo. Ni siquiera espero a eso. Te digo: Un momento. Y lo escribo como si ya fuera después como si ahora no fuera más ahora y no sonara Closer (tú lo eliges, tú me dices: Joy Division) y no entrara un poco de luz filtrada por el rojo de la cortina. También me dijo: Es increíble cómo te obsesiona ese momento. En ti todo gira alrededor de ese momento. Y a lo mejor es verdad, lo que busco, lo que persigo, son sólo estos minutos de después de todo, de olor a café y tabaco en la habitación, de despertar con poca luz y que todo el mundo haya empezado el día y haber faltado a los lugares en los que deberíamos estar para quedarme y poder contarlo.

diciembre 09, 2008

Le sens de la beauté


"Pueblo de Orphalese, la Belleza es la Vida cuando la Vida levanta el velo de su rostro sagrado.
Pero vosotros sois la Vida, y vosotros sois el velo.
La Belleza es la eternidad contemplándose a sí misma en un espejo.
Pero vosotros sois la eternidad, y vosotros sois el espejo."

de El Profeta. Gibrán Jalil Gibrán


Fotograma de À bout de souffle. Godard.

diciembre 06, 2008

"But remember when I moved in you"

Si pudiera elegir, elegiría domingo por la mañana y la botella de vino a medias al lado del colchón (el colchón enorme, inabarcable en el suelo). Elegiría tú moviéndote sin ruido para buscar a Jeff Buckley y que sonara Hallelujah en tus cuatro altavoces dolby surround. Y despertarme así. Pero no es eso, eso sólo pasa a veces, eso sólo pasa una vez que no sé si recuerdas, si sabes aún que tengo nombre, ansiedades, ganas a veces de que sea otra vez domingo por la mañana y tu país. No suena Jeff Buckley y si sonara me irritaría seguramente, pensaría que esa versión hace cursi cualquier escena humana, que en una película sonaría demasiado fácil. Pero si pudiera elegir sé que elegiría ese momento, irme allí, directamente, a esa botella a medias y el pintalabios marcado en una orilla de la copa, en tu cara, en la almohada. El pintalabios marcando el territorio. Un territorio efímero, que dura un domingo nada más. Si sonara Jeff Buckley es posible que me echara a llorar por la necesidad de ese domingo por la mañana. No por la necesidad de ti, a ti apenas te recuerdo como sé que tú tampoco me recuerdas a mí. Por la necesidad de saber que no hay nada que hacer, que es domingo y es verano y llueve mucho fuera y no hace falta salir. Pero hoy ya no es Jeff Buckley, es un sábado sin promesas y Jota que dice: "Pero no habrá más preguntas porque ahora todos están muertos."

Hallelujah

noviembre 22, 2008

Vuelves, no del todo, pero vuelves, me haces sentir que vuelves. Verte ahí, con ella, veros, oírte de nuevo hablar, nombrar cenizas. Dices: "De mí queda tan solo la estructura de mis células." Y no te creo. Soy feliz de observaros. Me hace feliz observaros, me alivia, suaviza temores, me cura los ataques de tragedia. Vuelves diciendo: "Eres fuerte porque sobreviviste a campos de suicidación". Le sonrío a lo que dices. Hablas igual que haces poesía. Recuerdo tu poesía y me hace feliz que exista y ella sentada a tu lado en un sofá color granate. Ayer fue un poco volver. Fue un poco aterrizar de verdad, ahí donde lo habíamos dejado. Verlo a él, camisa roja, saberlo cerca, vivo, lleno de Borges y nombres de países. Saberlo por dentro. Mirarlas a ellas hablando sentadas, vaso en la mano, señalar una palabra en un libro, reírse juntas. Y verte a ti, ella a tu lado y tú en un sofá color granate. Veros a los dos como el uno que siempre habéis sido. Disfrutar de esa paz, llevo todo el día recordando esa paz, cerrar en el sofá los ojos, bajo la manta, y verla a ella dándote un beso en la mejilla, mirándote con ojos, con boca, con las manos mientras yo recuerdo la pintada de un muro porteño que ya no existe: "Volvé, Julio, qué te cuesta."

noviembre 19, 2008

18/XI



Cumplir, cumplir años, empezar el día, la noche, con una película francesa y recordar otros días dieciocho. Recordar, por ejemplo, a la madre entrando con una cinta vieja de Moustaki diciendo me la regaló tu padre. Tú cogiendo apuntes de instituto, vistiendo ropa de instituto y la madre emocionada con Moustaki a las 7.38 exactamente en el reloj del equipo de música. Entraba toda la luz que podía entrar por los agujeros de la persiana a medio abrir en una habitación aún cargada de ese olor que destilan los que duermen. Y la madre susurrando 17 ans con un francés perfecto. Recordar ese día dieciocho o un dieciocho muchos años atrás en el que lloras en las fotos. Ya no sabes si de verdad recuerdas ese día o lo recuerdas porque tanto lo han contado. Dos velas en lugar de tres, llorar hasta conseguir que quitaran una, que te convencieran de que el tiempo se detenía, de que dos para siempre. Y la gente: ¿Qué años tiene? Y tú: Dos. Orgullosa, con el testimonio irrefutable de las dos velas sobre la tarta, aunque tres: Sólo dos. Recordar otros días dieciocho. Por ejemplo el último dieciocho en París, paseando sus pasos, leyendo a Cortázar en un autobús oscuro, verlo a él fumar sobre la cubierta helada del barco, el frío, la tarta de manzana, el vino y los apartamentos llenos de estanterías. Cumplir un dieciocho en París y luego pasear con resaca el Sena y abrigos largos. Todo eso los días dieciocho. Recordarlo a él diciendo: Enhorabuena, todavía eres escandalosamente joven. Preguntarte qué es ser escandalosamente joven, hasta cuándo se es escandalosamente joven y el vértigo de siempre, la peur du vide, y él ayer a estas horas sobre esta misma cama explicando un agujero negro, algo sobre materia, o átomos, o elipses recorriendo el vacío. Hasta que lo echaste. Los echas, quieres decir, les pides un dieciocho a solas. Te encierras en el cuarto tras una película francesa y te pareces infinitamente niña, escribiendo a base de frases cortas y elipsis, siempre las mismas frases cortas y las mismas elipsis.


noviembre 15, 2008

La última vez que nos vimos, tus manos eran tres veces más grandes que las mías. Recuerdo la dimensión inabarcable de tus manos. La última vez que nos vimos, hace diez años, yo tenía diez años sólo y tú pertenecías a otro mundo. Recuerdo el olor de la escuela de música, el sonido de los pianos viejos, la luz de cinco en punto que entraba a través de balcones de otro siglo y en el silencio, a veces, la carcoma. Recuerdo gente que ensayaba en otras salas. Sonidos de banda de pueblo y tú tratando de hacer de mí algo más, de mis manos de niña de diez años algo más. Nunca pensé en volver a verte. Eras un personaje de infancia, de un pueblo que ya no es mi pueblo ni existe para mí más. Pero los actos - como él los llama, actos - permiten vínculos inexplicables. De repente estás y los saludas a ellos y sé que no reconocerás en mí mis propios genes, que ya no soy las mismas células. Pero ellos te preguntan si te acuerdas de mí y me tiembla la voz cuando vuelvo a ver la dimensión inabarcable de tus manos, cuando me coges por los hombros para saludarme. Huelo la escuela de música, huelo los pianos viejos y mis manos y las tuyas sobre la madera de esos pianos y el sol de cinco en punto de la tarde. El reloj de la iglesia. Lo recuerdo todo y jamás pensé que volverías, que te vería con ojos de otra cosa que ya no es la infancia. Así que después la cena, mirarnos de una mesa a la otra durante toda la noche, verte brindar en la distancia por mí, hacia mí, y encontrarme a mí misma levantando hacia ti una copa. Mucho vino después desear tus manos, solamente tus manos. Te veo moverte, mirarme de reojo, venir definitivamente a mí y decirme: Quiero leerte. Sé que escribes y quiero leerte. Me hablas de signos del zodiaco, de usar tacones, de peinarme así, y me tocas los codos o la cara. A veces, muy pocas veces, también la nuca. Al final me besas. No sé cómo te atreves ni si debería salir corriendo o pedir ayuda o decirle a ellos: Mirad lo que hacen esas manos conmigo. Pero me besas, sutil, en una esquina, un beso 'andeniado' aunque estén todos delante, aunque sea sin duda la más joven de la cena y la más alumna de la cena y tú un profesor de piano de la infancia. Me escribes despacio en un trozo del menú tu número de teléfono. Me propones músicas, que te escriba no sé qué letras, que te llame pronto, y yo no puedo más que pensar en lo inabarcable de tus manos. Había olvidado esa extensión de la infancia, ese terreno irrecuperable. Vuelvo a la mesa y alguien pregunta quién eres y ellos explican, ellos padres, ellos pacientes: Su profesor de piano. Y yo agacho la cabeza porque aún me siento arder en un andén de la boca ese beso furtivo, imperceptible. Y me noto latir en lo profundo del bolso los nueve dígitos de tu número, las letras de tu nombre. No voy a llamarte. Estás loco por besarme 'andeniado' al lado de los padres, por darme tu número, por tocarme los codos y la nuca. Estás completamente loco si esperas que me deje llevar por el recuerdo de unas manos, de sonatas de Bach y tardes larguísimas y ensayar hasta siempre al final para nada. No se juega con niñas de diez años. Estás loco y me turbas y tengo que contarlo a las cuatro antemeridiem para intentar regresar de esa locura.

noviembre 09, 2008

El síndrome de Estocolmo

En estos días que casi llueve, que casi hace frío o parece invierno, recuerdo aquel lugar como si quisiera volver. Recuerdo los días sin clase y subir andando al piso número doce. Me pongo la música que escuchaba esos días. Leo títulos de películas que vi entonces. Recuerdo con nostalgia, sin asco ahora, el color de los envases tesco value y me acuerdo de lo aterido de mis dedos sobre un manillar de bici. Me sorprende el engaño de la memoria. Me sorprende y me consuela decirme a mí misma que lo que me falta es la gente, algunos rostros, y no soy tan estúpida como para añorar ese lugar.

La azafata número 174 del auditorio y centro de congresos víctor villegas llora en lo oscuro, sentada en su silla plegable, si Ana Karenina acaba de venir de Rusia y muere en el escenario envuelta en cintas de ballet y raíles.

octubre 29, 2008

The bell jar(s)

Es verdad que esa campana existe. En la sala de espera hay viejas con la carne apelmazada, mal pintadas, con el esmalte de las uñas a medio quitar. Una de esas viejas dice a veces radiomaría y los pastores y el maná o la leche. Por suerte esa campana existe sólo a ratos, pero soñar contigo y luego verte, olerte la piel tras cuatro años de olvidar tu piel, me ciñe esa campana, me la pega a los ojos, me limita el oxígeno. Y la campana de Plath es el velo. Me di cuenta ayer, the bell jar es el velo amarillo. Gastar un día en nada, en estar dentro, en faltar a todo, en temer la lluvia, en dar vueltas bajo una colcha mientras cambia la luz, poner música de entonces y despertarme para salir, sin saber a dónde, salir y que estés en la puerta precisa en el instante preciso y tener tu piel tan cerca de la mía como si fuera la misma, como si aún estuviera soñando. Es normal, me parece, que aparezca el velo, esa campana, si sueño que existes, que vuelves a existir, y minutos más tarde, casi simultáneamente, no más tarde, estás ahí, paralelo a mi cuerpo, existiendo otra vez y besándome las mejillas, como si alguna vez tú y yo nos hubiéramos besado las mejillas. Es normal el velo y la campana de cristal y acordarse de todo eso con un temblor muy leve en las manos si pasa una hora y media en la sala de espera incorrecta, en un lugar en el que no se quiere estar.

octubre 21, 2008

Leerte así, o verlo irse así, o que alguien te diga no huyas y tú te sepas huyendo. Soñarte escalando kilómetros verticales de algas, o de piel muerta de serpiente. Amarrarse a eso que se desmorona y cae y se hace trizas y sentir el vértigo espalda atrás, nacerte entre las piernas, clavarte los dedos en la vulva o en el cuello. El vértigo ahí en el vértice más alto, más inestable, de una creación extraña, desértica, de algas o pieles muertas. Es lo que ocurre por habitaciones expresionistas, por la persiana rota, porque tú me dices sólo me quieres para que te lea, porque alguien me dice no huyas, por ella yéndose a la salida del cine sin decir adiós. No quiero soñar el vértigo. Despertarse con vértigo es despertarse con náusea, quedarse una hora delante del café, moverse muy poco, dejar que se enfríe y notarse en los ojos algo sucio todo el día. Saber que ellos lo ven, que lo ven y confunden con mala cara o insomnio. Pero no sabes cómo explicar que has vuelto a soñar el vértigo. Y que ya no lo vas a explicar para él.

septiembre 30, 2008

intensidades

Ada, no sé dónde estás ni si a veces me piensas, pero recuerdo ahora una carta tuya en la que me decías: Necesito intensidades. Pues bien, ahora lo pienso y creo que deberías ver lo que es vivir aquí, en la Intensidad. No sé si tiene que ver algo con que no estés. No creo que tenga que ver con nada, pero ocurre que me hace llorar la música en directo, ocurre que ver de nuevo The Dreamers es quedarse toda la noche en vela por un mes imposible, por nostalgia de sitios que no conocimos. Ocurre, Ada, que camino de nuevo la ciudad comprendiendo cada uno de los vértices de la palabra volver. Y adoro esta lluvia, y adoro los nombres de sus calles y te imagino a ti explicándome el sustantivo abstracto intensidad. Intensidad es donde vivo ahora. Es dormir con calma por cómo de fuerte bombea la búsqueda, destinar cada uno de los pasos a la búsqueda sabiendo que aquí el encuentro es posible. Que aquí existen las calles y los barrios y no es lo mismo que habitar un campus frío del este inglés. Que aquí quedan restos de la Maga, cartas a Rocamadour, las erres de Louis Garrel un lunes en una casa - al fin - de paredes ocre. Pero cuando eso ocurre, también el infierno cobra intensidades. Soñarse ciega o con una mota de cianuro bajando por la garganta. Soñar que recorres un bosque - lo recorro - con tan solo una gama de grises, informe, sin límites, imitando la luz. Notar ramas saltar, herir, al borde del sentido del tacto, de la vista. Soñar la miopía multiplicada, la verdadera imposibilidad de ver. Soñar eso o la palabra cianuro y despertar con las sábanas húmedas de esa pasta con la que despiertas cuando sueñas que mueres. Pero de cualquier modo, Ada, habito intensidades. Y eso también significa vértigo.

septiembre 28, 2008

En attendant Godot

Y escribir ahora, sí. Aunque las seis y veintiocho, sólo porque la lluvia hoy se hizo cierta, porque me cansa la música electrónica, el dj ahí tan alto, la lluvia por fin cierta y nosotros ahí, cada uno en un extremo de la barra. Ver a la gente bailar y yo pensando que no entiendo por qué aguantamos - las seis y veintiocho - tantas horas y alcohol a la orilla de una barra.

septiembre 27, 2008

The Pink Tones y Comfortably Numb

El saxofón nos salvó de la lluvia. Agradecías sonriendo que existiera ese saxofón. Convencerse de que no llueve, marcar tu número, despertarte, tal vez despertarte, pero saber que es imposible que esa canción suene sin tus orejas del otro lado. Que esa canción no existe si no la escuchas tú. Luego partir, decir que me voy aunque no quiera decir que me voy y marcharme despacio para oír aún en el camino a casa el sonido que llegaba de altavoces. Pero si suena Comfortably Numb hay que volver. Hay que volver porque hay tardes de agosto en que alguien escribe en el agua, en un mensaje sms o en el envés de una postal: Your lips move but I can't hear what you are saying. Hay que volver, aunque las piernas cansadas, aunque sepas que te esperan, que tienes que irte, hay que volver corriendo, pasar sin mirar a los de seguridad, apretar el bolso contra ti, convencerte de que no llueve - y es que no llueve - y escuchar Comfortably Numb de cerca, con las cuerdas vibrándote pecho adentro, con los decibelios naciendo del altavoz para ti, recorriéndote el tímpano y el umbral de audición, vibrándote en la lengua y en la boca. Hay que escuchar Comfortably Numb así de cerca, como si acabaran de inventarla, y gritar para dentro, como si le estuvieras preguntando a él: Can you show me where it hurts?

septiembre 26, 2008

Anoche sentía envidia de cuatro hombres que fuman y hablan con vehemencia de política en la cola del baño. Los veía firmes sobre alguna cosa, convencidos, creyendo en eso, con la fuerza y las ganas de hablar así de política y del valor del euro en los países del norte. También hay gente que cree mucho en la escalada o en el caniche toy y escribe en un foro de Internet sobre eso sin puntuación y con faltas de ortografía. Y creen. Creen y yo los miro, los oigo, les presto atención y pienso qué envidia. Y me fascina mirarla a ella, por ejemplo, sentada paralela a mí en una silla marrón, frente al espejo de la peluquería, mirándose con ese cuidado las uñas, poniéndose en su sitio el reloj, quitándose de la falda una mota de algo que tan solo ella ve. Y me fascina mirarle las piernas depiladas, perfectamente depiladas, y el algodón de la camiseta rosa ceñírsele perfectamente al pecho. A veces habla, sin cuidado, y dice cosas como "sus partes íntimas" o "y un pijo" pero me fascina el tiempo que ha dedicado al color de sus uñas, a perfilarse los labios y elegir la ropa y el bolso. A veces me fascina mirarlos, siento envidia, ganas de pertenecer a algo, de hacerme del club de los amigos de algo, cualquier cosa, de discutir de política en la puerta de los baños públicos, de política o de cualquier cosa en la que crea, me sienta firme, y dejar de pensar que qué envidia.

septiembre 19, 2008


Me voy. Me oigo decir que me voy, me lo digo a mí misma, me recreo en la lengua, el idioma propio y me digo que me voy. Abandono esta casa, el parqué, la luz amarilla y cuadros de Buda en las paredes del baño. Ella hace el amor con alguien que no es él. Luego sale ágil, sin ruido, lo despide en la calle y me busca en la ventana para explicármelo todo. Explicármelo a mí como explicándoselo a ella misma. El niño me besa desnudo y huele a zumo o jarabe. Ella habla, habla como si yo entendiera y a veces dice cosas sin voz para que el niño no oiga. Me voy. Six heures et demie, le digo. Le matin. Tengo sueño y no sé si me voy triste. Sé que ella hace el amor por las tardes y me lo explica después. No entiendo eso, mientras hago la maleta y me digo que me voy no comprendo nada. No sé si me voy triste. Si pienso en tu casa, en un poco más al norte, entonces sí que un poco triste. Pero sólo por eso, sólo porque nos vi en el espejo de Le Champagne, sólo por ese concierto insufrible y nosotros en el espejo, riéndonos, mirando de muy cerca una foto de Ian Curtis. Me voy triste si pienso en nosotros en ese espejo, en que nosotros ya nunca más allí. Si pienso en los colores de los Jacobinos y en ti diciendo 'ahora' para que abriera los ojos. Sólo si pienso en eso me voy triste. Y entonces me consuelan las doce horas de tren, la posibilidad de evocarte, de recordar, como mínimo, que una vez llovía cerca del canal y tú me esperabas a la salida del cine de la calle Montardy, cansado y con paraguas, cubierto entero por la gabardina oscura. Que luego cogimos el metro, caminamos callados, nos dormimos sin querer en el sofá de la funda roja. Me entretiene pensar eso mientras hago la maleta y me digo que me voy y que no sé si me voy triste.

septiembre 15, 2008

septiembre 08, 2008


Mirarte y la imposibilidad de la lengua. El sentido universal de la sonrisa. Buscarte los ojos tras las gafas de sol. Toda la tarde el silencio, el ruido de una mano contra el muslo, de mi mano contra mi propio muslo, una señal con los dedos que significa voy al agua, y tú levantándote como si quisieras hacerme desaparecer. Entonces yo deseando eso mismo, caminando detrás como queriendo existir poco, leve, no clavar en la arena los pasos, no obstruirte el aire que te llegaba en las rocas. Querer llorar, pensarse estúpida, mirarte tanto y la imposibilidad de la lengua. Verte ahí arriba abrazándote las rodillas, sabiendo que no hay idiomas entre el tuyo y el mío. Querer llorar y huir y mirarte volver, hacerte fotos sin que lo sepas volviendo, buscarte sobre las rocas, coger juntas el autobús de vuelta y a mi lado esa señora un poco demente que chilla en todas las paradas de tren, cantándome coplas todo el camino, llorando y diciendo: "Ay, la patria, mi Gerona", y luego mirarnos a las dos para decir: "Es verdad. Los hombres son malos. Si te besa alguno te pones la mano aquí." Y me tapaba la boca con una mano que olía a humo o a almendras amargas. Y yo pensar en él diciendo: "Like light for moths, you are for these crazy people like light for moths". Aunque no me gustaba que utilizara crazy. Entonces ha sido bajar, la calle, el tranvía, todo lleno de gente en un lunes de retrasos y calor y ver de lejos cómo corrías para llegar a tiempo. Decirte ven con la mano, pensar que estás, montarme en el tranvía pensando que estás, segura de que estás, de que te encontraré en el vagón de la cabina, de que caminaré agarrada a las barras, como si hubiese mucho viento en contra, y al final serías tú. Pero no. No. Me he quedado perdida, más silencio, sin saber en qué parada bajarme. Al final Corum y caminar a la casa sin posibilidad de ti. Y ahora tengo nada más que una foto tuya sobre las rocas.

septiembre 07, 2008

Vive la jeunesse


Ocurre, por ejemplo, que una va en dirección Sant Guilhem, que es algún minuto de entre las ocho y las nueve, que llueve a ratos, que el suelo resbala. Ocurre que la gente camina como sin pisar, con el paraguas en la mano y maletines o una carpeta y de repente un señor de lejos te mira muchos metros allá, y te sigue mirando, y tú lo miras a él y en su mirada hay algo que no hay en las otras, algo así como años de aprender a mirar así, o haber nacido muy inteligente. Y detrás de las gafas, bajo el flequillo gris, empezando por los ojos, te sonríe. Y entonces se detiene algo que no sabes si es la lluvia o el flujo sanguíneo y le devuelves la sonrisa y dices merci si te ofrecen un periódico gratuito y amas a la gente que camina como sin pisar. También es posible que hables con ella un inglés rápido, práctico, necesario , en la puerta de una escuela y haya un atasco en la calle, y el señor del coche a tu altura diga algo así como te observo porque me gusta mirarte hablar, y que luego te explique no sé qué del subjuntivo y que el camión que le impedía el paso se vaya con ruido y él, con la mano en la palanca de marchas, se marche diciendo que vive la jeunesse. O es posible que sean las tres pm en el Musée Fabre y te aburran por no entenderlos los cuadros de Courbet hasta que el hombre desesperado y lo mires durante minutos en que la gente pasa, se queda cerca, o detrás de ti, y se va sin imaginar que tú no puedes moverte, que recuerdas el Síndrome de Stendhal y te preguntas qué es eso que te palpita de los ojos a la garganta, algo que se parece al sueño o las ganas de llorar. Y después eso es todo. Caminar de vuelta toda la Avenida Jean Jaurès pisándote la sombra, sonreír en los bares o en la Rue Les ecoles laiques, coger un tren y mirarse la sombra. Llegar temprano a las luces naranjas y descubrirse una pestaña en la mejilla o un mosquito en el hombro.

septiembre 04, 2008

Ich bin nicht aus Zucker


A veces no comprendo el verbo ser. A veces hay una tormenta de verano y mediterránea en un pueblo llamado Castelnau Le Nez. Y llueve sobre las cosas, sobre el tranvía, sobre el cristal que me cubre, sobre el agua, sobre los coches, sobre unas bragas color rosa pálido olvidadas en el patio de esta casa sin puertas. A veces llueve así y me encierro en un cuarto de parqué y luces naranjas y conjugo de memoria el verbo ser. Y me digo: Yo soy. Y no comprendo los límites, ni los viajes al norte, ni trenes de doce horas. O a lo mejor le digo a ella, tan nueva, ojos azules, que me cuente la lluvia en Austria y ella dice: Ich bin nicht aus Zucker. Y me convenzo de eso, también de eso, de que la lluvia no nos deshace ni transforma, mientras ella lo explica en idiomas que entiendo a medias. Pero eso luego da igual, a las veintidós y cuarentaycuatro de un algo de septiembre, si llueve y el día dura exactamente doce coma cinco horas, si hay esta tormenta y la sacudida de un trueno y conjugo el verbo ser mientras me lavo los dientes o busco las zapatillas. Da igual.

agosto 30, 2008

Dice él que querer es "la exasperación y la fiebre". Y a lo mejor es cierto. A lo mejor esta fiebre, temblar frente a una maleta a medias es nada más que querer. Los días de imsomnio, mirar así el tiempo, escuchar a Nick Drake, es nada más que eso, que la exasperación y la fiebre.

agosto 28, 2008

Dormir es imposible. No importa tres bolsitas de tila en un poco de agua caliente, no importa química blanca no sé cuántos miligramos. No se puede. Lo que era agradable hasta hace poco se hace repetitivo, demasiado, insufrible, insoportable. Nueva visita a la casa de una oreja a la otra. Y él: Y que no existieras nunca más. Y que no existieras más o algo parecido. Nunca se le entiende y menos a las tres y treinta y siete de no sé qué día de agosto y de calor. Imposible dormir. Miro fotos de lejos, no tan lejos, de un lugar que ahora parece de otra vida. Estás. Estáis. Ahora sois seres habitando otra franja horaria. O trabajando en un canal de deportes en televisión. Qué nos va a pasar de una oreja a la otra. Me pregunto algo inquieta qué nos va a pasar. Recuerdo una noche de allí, también de insomnio. Recuerdo esa canción o cualquier otra. Yo creo que era cualquier otra. Yo creo que Pink Floyd, Hey you, o cualquier otra, puede que cualquier otra. Recuerdo que entonces miraba fotos de este lado. El insomnio es terrible. El insomnio es sueño en todas partes menos en la cabeza. Se te cansan los ojos, los dedos, la garganta, pero la cabeza nunca. Sí, ahora estoy segura, Hey you, out there on your own, sitting naked by the phone, would you touch me? Sí, estoy segura, recuerdo: Would you touch me? Es el sueño en todas partes. Me lo noto en los dedos, en los ojos, en la lengua. Miro fotos de hace poco y en una esquina estás tú. Tú no sabes que estás, ni siquiera sabes que esa foto existe, que ahora habitamos otras franjas horarias y hay quien trabaja para un canal deportivo. Tú que tanto hablabas del hemisferio Sur y de Date Lines y de pasar la vida en una línea para no morir, para no envejecer. Ya no andén treinta y algo, no recuerdo. Ya no hay esperas, aunque las haya. Estás. Estáis. En una foto, en una esquina tú. Y multiplican el insomnio esas fotos de lejos, no tan lejos.

agosto 25, 2008

"The grass was greener

the light was brighter"
P.F.

Varias veces estos días he sentido la nostalgia como si ya estuviera fuera. Quiero decir, he mirado una playa convencida de que esos días en los que la hierba era más verde y la luz brillaba más eran exactamente esos. He tenido conciencia al llegar a un camping y escuchar a uno de esos pájaros que en Grecia creen que dice: Dieciocho, dieciocho, para recordar a una niña los panes que comió y ocultó a su madre. He tenido conciencia al verte correr, camisa blanca, a través de un campo que amanecía. Y al verte caer sobre un montón de tierra, al lado una puerta rota, que parecía llevar a otro mundo, tierra abajo, pero era sólo una puerta abandonada debajo de un árbol. O al verla a ella, desnuda, sacudir una esterilla de colores y dos niños franceses en la arena mordiéndose los puños al ver aquello volar, retorcerse, ir y venir a golpe de viento. Lo supe también el día que tú buceabas, al otro lado de las rocas, y yo veía a ratos tus pies moverse, tu rostro salir a por aire, mientras me decía, cantaba por dentro a la sombra de una montaña enorme, virgen, blanca: "The grass was greener, the light was brighter."



agosto 13, 2008

Cabañuelas


Parece que va a llover. Sólo parece. No recuerdo la última vez que hubo este olor a tormenta, aquí. Por primera vez en mucho tiempo - a lo mejor desde la última lluvia - esta casa vuelve a escuchar a Silvio. Después de tanto tiempo, Silvio. Y a este silencio, a los límites de la casa, llega siempre un ruido de voces que sube del bar de abajo, de la ventana de enfrente, y que es como un bullir de chicharras, unos ecos de fondo, que dicen siempre lo mismo y apenas significan. Pero hoy, después de todo ese tiempo - a lo mejor desde la última lluvia o desde la última vez que Silvio - he tenido conciencia de barrio. He sabido que existe, que están, y lo simple que hace un barrio la rutina. La he oído gritar a ella, que es sorda y habla con su marido inmóvil: "Las cabañuelas, ya están aquí las cabañuelas." Y ha cerrado la ventana con un golpe de viento. Ha resonado en la calle, en los límites de esta casa, esa explosión de cristal y metal. Luego he salido de aquí, he olido a tormenta, he escuchado un trueno de lejos y al volver estaba él, él todo el barrio, sentado y viejo en el bar de la esquina. Yo buscaba las llaves, sujetaba la bici, yo mirándome en el bolso y él gritando lo de siempre, exactamente lo de siempre: "Ven aquí, Ojicosdegato, ven, que te voy a enseñar yo lo que no te enseña un joven. Ojicosdegato, mírame un poco y dame una alegría, anda, que nunca vienes." Y ya desde dentro, desde la casa, desde Silvio otra vez, aún lo oigo gritar: "Los jovenes no saben nada, Ojos de gato, déjame a mí que te enseñe y verás." Y después más cerveza - imagino por el silencio - y volver a hablar para decir: "Bienaventurados los perseguidos por la justicia porque ellos serán los perseguidores. ¿Me has oído, Ojos de gato? ¿Eh? No, ya no me oye."

agosto 12, 2008

Perseidas

Imagino la escena como si no la hubiera vivido. Estamos tumbados, a oscuras, yo carne de vuestra carne, entre los dos. Es como jugar a ser niños por un fenómeno celeste. Es distinto habitar esa casa sin luz, con colchones en el suelo, en el verdadero suelo, y metidos los tres debajo de un edredón con olor a humedad. Sagitario cayendo monte abajo y nosotros ahí, tapados como niños, mirando al cielo como niños, callados como niños. Hasta que de repente tú dijiste 'materia'. Debí advertirte: No me gusta la palabra materia. Sé que es estúpido, tú piensas que es estúpido, mi miedo a la materia. Ella en silencio, sin embargo. Y mientras, tú llamándome muy serio por mi nombre, diciendo algo de dios o el universo y yo llorando a oscuras, pidiéndote: Para. Me haces llorar a oscuras. Y tú sin detenerte, decías todo eso de materia, de big-bang, de millones de galaxias, de acabar con esos miedos, de vivir con los pies no sé dónde. Yo puse cara de notar la velocidad de la Tierra y fui a acostarme. Y ella: Son sólo las cuatro, ¿qué hacemos con el desayuno? Y yo sin oír, ya con el velo, queriendo nada más que pisar firme, huir a la cama.

agosto 06, 2008

Quedarse

Ahora ya no es ese lugar con agua que tenías entonces. Ahora es un sexto piso con vistas al cemento y calor en las ventanas. Ahora es tu habitación azul, las luces, Le Chat Noir coronando el salón. Te digo que tus espacios se parecen mucho a los míos. Jugamos a hacer memoria. A veces duele hacer memoria y nos callamos un rato mirando fijamente el té. A veces dices lo siento y yo no te miro, ni me atrevo a tocarte. Otras veces no duele y recordamos la playa, una canción, muchos días de agua que nos parecen todos verano desde este agosto. Por la mañana es ya como si no hubiera pasado el tiempo, como si el nombre del periódico en el que ahora escribes fuera el mismo de antes, como si aún leyeras el libro que leías aquel verano, ese verano de lejos, de los primeros dos mil. Destierro el sonido de despertador de lo que estoy soñando - y estoy soñando contigo. Sé que es a ti a quien tiene que despertar. Oigo el ruido de ducha, el ruido de café, de vestirte a mi lado y oler a nuevo y a limpio. Te oigo llamar a la redacción y decir en voz baja que llegas tarde, te oigo besarme un hombro, te oigo decir: Quédate si quieres. Yo no abro los ojos. Me muerdo algo por dentro y te oigo irte, cerrar sin ruido la puerta, oigo llegar el ascensor. Entonces me levanto. Recorro descalza la totalidad de tus espacios. Toco las paredes, su color, busco fotos de entonces y es así como te recuerdo. No me gustan tus libros. Me apetece algo de música, pero tampoco me gusta tu música. Bebo un café distraída, tras haber mirado mucho dentro de tu frigo, tus armarios. Se me ocurre una nota, pero no. En lugar de eso pienso en "quedarse", hasta dónde los límites de "quedarse", de ese "quédate si quieres", o "te puedes quedar". Hasta dónde. Me pregunto si hasta que salgas de la redacción, me pregunto si hasta la cena, o si otra noche, o si quedarse significa de verdad quedarse. Me imagino quedándome mientras recojo mis cosas. Me pregunto qué significa quedarse, dónde acaba ese quedarse, mientras apuro el café, mientras me ducho en la ducha en que tú te has duchado, mientras guardo en el bolso los libros, mientras camino bajo estos grados centígrados a la estación, y entonces entiendo que el sustantivo "estación" es el extremo opuesto del verbo "quédate".

agosto 01, 2008

Rescue me


Lo que promete el verano casi nunca se cumple. Ahora debería ser el aire acondicionado del arqueológico, debería ser una sala pequeña del de bellas artes y mi nombre escrito en mayúsculas en la solapa del uniforme. "Seis líquidos la hora", dijo él. Ahora debería ser eso y hoy la tienda de campaña, los conciertos sobre la gravilla, playas nudistas y la cena del sábado con mucha más gente y mucho más vino del que habrá. Sin embargo el verano lo acaba desnudando todo, dejándolo a medias o sin cumplir. Es día uno de agosto y no hay uniformes ni mi nombre en la solapa, hay repetir las frases en francés que suenan en los auriculares, hay decir muchas veces: Pouvez-vous me faire lever le petit dejeuner demain matin? Repetirlo como si significara algo y pasarse las horas en una cama deshecha con las manos en el pecho viendo pasar la tarde. A veces soñar un poco. Soñar siempre la misma playa, el mismo acantilado, que a veces mis pies saben volar, vuelan como si nadasen y te acabo encontrando todas las veces muy cerca de la orilla, cubierto el cuerpo de barro o arena y yo diciendo, sin sospechar que estás sordo de mi voz: Rescue me. Nunca miras. Lo repito mil veces, a susurros, a veces llorando: Rescue me, rescue me, rescue me. Pero me despierto siempre antes de que mires. Y me levanto sabiendo que es cierto, que te has hecho sordo a mi voz.

julio 22, 2008

Día a día

los televisores adelgazan como las damas

para quedarse con sólo su esencia: la imagen

para que así se cumpla la profecía

de la caverna mientras florece la rosa

al otro lado de la ventana.

En la pantalla un niño acaba su silbato

de madera, toma aire y sopla

qué bonito eso es todo señoras

y señores. Se les olvidó lo más importante

que es que el árbol

salió por fin de su silencio de años

para imitar el canto del pájaro

que el pájaro quiso regresar a la rama.

El tiempo como el polvo en las esquinas

acaba adoptando la forma de espiral

Arrastra el caracol su galaxia y la respuesta

a su pregunta es un rastro de baba

Extendemos el dedo y se pliega el fondo

en su forma calcárea

Hay conchas en los alféizares de las ventanas

pero un caracol desnudo apenas se demora

en volver al polvo de donde vino

Saussure decía que el signo posee dos caras

Cuando observamos ciertos sistemas estelares

detectamos que sus componentes parecieran moverse

a velocidades no correspondidas

por las leyes de la física

Lezama que el poema es un caracol

en un rectángulo de agua.

Tu imagen ocupa exactamente 984 Kb

en este archivo. La calidad es excelente y usando

el zoom puedo aproximarme a tu rostro como

cuando te beso, dilatar el horizonte

que dibujan tus párpados (ya no se ve pero recuerdo

que en tus labios había una sonrisa) hasta el negro abisal

de la pupila. Y ahí acaba todo

y empiezas tú desbordando

píxels y pronombres.

Javier Moreno

julio 14, 2008

Hay días en que quisiera estar al margen. No pertenecer. No oír, sin querer oírlos, anuncios en la televisión que dicen envía politono no sé qué a tal número de teléfono. Completamente al margen. No ser parte. No oír la música que sale de las tiendas de ropa o de los supermercados. No encontrarme un folleto de Corporación Dermoestética entre las manos cada vez que cruzo la Gran Vía. No escuchar la conversación que tengo detrás en el autobús. No oír ciertos gritos, no leer decepciones. Acostarme hasta que se me pase la angustia y estar mientras tanto fuera, sin sentir que quiera o no pertenezco, que soy parte.

julio 08, 2008

'Tracy's face'


Fotograma de Manhattan. Woody Allen. 1979

En verano resulta más difícil, a mí me parece más difícil. El mundo parece condenado a algo sin nombre. Había estado concentrada hasta ahora en esquivar los grados centígrados, en encontrar un hogar, en hacer colas y mirar la cartelera vacía de los cines. Eso basta a veces si acabas de aterrizar y necesitas la vida, el calor, este sol y tomar helado en las plazas. No me importaba que el calor matara algunas palomas en vuelo o que los perros se refugiaran en el blanco de los pasos de cebra. Entonces dormirse involuntariamente, todo empieza cuando uno se duerme involuntariamente y luego se levanta manchado de algo, esa tristeza, ese calor, los sueños de mitad del día. De fondo Manhattan, al menos Manhattan, y recuerdas esa escena final y favorita, y piensas que tú también necesitas, que te está haciendo falta, algo así como Tracy's face.

julio 01, 2008

No sé por qué una pepita marrón dentro de la vulva había de matarte. No lo sé pero sufrías y había en todo el aire el mismo aire que hay en las películas de Lynch. Yo cubría tu cuerpo frágil con mi cuerpo, que en esas calles parecía más fuerte. Yo te llevaba de la mano, te hacía caminar rápido, te protegía de las balas y la sangre. Aunque yo cojeando, aunque mi mano en el cuello recogiendo algo húmedo y tibio que nacía de una mordida de bala que escocía y concentraba todo el dolor y el miedo ahí. Te suplicaba con ganas de llorar pero sin llorar: Amor mío, no te mueras, amor mío. De todos los balcones brotaba un líquido rojo y espeso que caía ante nosotras, detrás de nosotras, sobre nosotras. Y yo gritando cuando te sentía desfallecer, tu cintura sin peso caer sobre mis brazos: Amor mío, no, no por favor, amor mío. Y el sonido de balas y la voz del culpable de esa muerte, de esa pepita asesina dentro de ti rodeándolo todo. He despertado con las manos dormidas, de apretar tanto tu cuerpo, y he tenido miedo de ser yo la que ha acabado contigo cuando yo quería nada más que salvarte.

junio 30, 2008

junio 27, 2008


El veintisiete era otra de esas fechas que nunca van a llegar. No sé qué hacer con las sábanas. Le pregunto a él y me dice que las tire o que las queme. Hay eco en el cuarto, un eco de pared vacía, de toda la ropa en cajas de treinta por treinta por treinta, de una váscula color azul. Desde la cocina me llega el olor a arepas. Ya las últimas. Hay un silencio nuevo en el pasillo. A veces alguien llora un poco, sin mucho ruido. Es un llanto casi dulce, un llanto esperado, un llanto de día veintisiete de junio, Stansted Airport, de vuelo a las siete de la tarde. Nadie habla. Y es distinto esta vez a los países que nos separaron entonces. Ya no es Escocia, ni Francia, ni Suiza, ni Alemania otra vez. Ahora es distinto. Ni siquiera le he dejado decir adiós, le he tapado la boca, le he dicho que no muchas veces con la cabeza. No sé por qué no lo he dejado decir adiós, si es verdad que adiós, no sé por qué no lo dejé marcharse entre sueños, como él quería, en una huida silenciosa de amanecida y cuatro de la mañana. Y en lugar de eso hoy, el eco del cuarto, la cama desnuda, el olor a comida atlántica y taparle la boca cuando iba a decir, sé que iba a decir, adiós.

junio 21, 2008

La noche más corta

Fotografía: dW


Y aquí estuvimos encerrados

todo el verano sin salir
Los Planetas. La casa

Yo te hubiese ofrecido mi verano. Era lo único que podía ofrecerte y tampoco creo que nos hubiera quedado tiempo para más. Yo aún tenía esperanza en el verano. Tú habrías elegido la ciudad, yo los balcones. Para el idioma ya teníamos solución, no sé si lo recuerdas. Y bueno, es verdad que el trabajo, que cansarse, el calor, pero vendrías a tiempo de dar un paseo de última luz en la playa y a mí me olerían las manos a pan. Luego dormir con las ventanas abiertas, sin sábanas, sin ropa, y esa brisa de noche en agosto. Sin embargo nos hemos quedado aquí. Tú nos condenas. Nos hemos quedado aquí. Aquí no se nota el tiempo, ni las horas. Aquí hay una luz eterna y siempre igual de tres de la mañana a casi once de la noche. Sin embargo no hay luz. Hay esa luz, pero no hay la luz. Sólo un día hizo calor y había esa brisa que no pertenece a este norte y dormimos con todo abierto y sin sábanas. Sólo una vez. Y parecía el comienzo de algo, pero no. Resulta que eso era todo. Eso era ese algo: La breve felicidad de pensar un verano en lo que dura un ascensor bajando nueve pisos. No queda más remedio que maletas, que empaquetar las fotos, decirle a alguien si quiere esta lámpara, soñar un lugar con balcones que ya nunca va a llegar. Ha sido extraño verte de lejos y sin poder tocarte. Tú nos condenas. No me atrevo a decírtelo, pero tú nos condenas. Ha sido extraño ese bar sin la libertad de sentarme en tu mesa, de tocarte el pelo o los párpados. Estabas ahí, al alcance de mi mano, de mi voz, unas sillas atrás. Y sin embargo nada. Te he dejado pasar, salir, sin detenerte, sin mirarte a los ojos y pedirte un porqué desesperado. No. Te he dejado pasar y entretengo mi cama, la lleno de otras cosas, de libros, de pañuelos, de cualquier materia que no se parezca a ti, que no me recuerde que deberías estar. Menos mal que él tiene un refugio. Menos mal que él cierra las cortinas para huir de esta luz sin gracia y oye a través de sus cuatro altavoces en estéreo la voz de Deleuze diciendo algo que sólo él entiende. Menos mal que él no me pregunta por qué lloras, que él tiene un refugio y me deja entrar sin hacer preguntas y se hace a un lado en la cama para que llore ahí. Su habitación parece otro mundo, sin esa luz, con una voz en francés de fondo. Y basta quedarse ahí dentro para olvidarlo todo, ese juego del solsticio, las hogueras, los sitios en los que yo creía que teníamos que estar. Basta su refugio, su calma, la oscuridad y la voz en los altavoces. Y siempre se me olvida decirle cuánto se lo agradezco.

junio 16, 2008

Ha sido el primer sueño dulce en mucho tiempo. El ambiente era el mismo que el de algunas pesadillas, pero no era una pesadilla. Sé que había oscuridad y construcciones verticales y puertas estrechas que daban a lugares de luces tenues donde servían batidos y había serrín en el suelo. Sé que era una ciudad francesa y que me emocionaba la presencia de algunos rostros conocidos. Los abrazaba, nos mirábamos a los ojos de cerca, y era un bar español, demasiado español, en mitad de un país extranjero. Más serrín en los pies y voces muy altas retumbando en un techo bajo, los tubos fluorescentes, un olor a carne y humo. Y entonces una de esas personas a las que quiero y hace tiempo que no veo me decía: Vendremos a verte a partir de ahora todos los fines de semana. Me llenaba de una ilusión nueva, olvidada o desconocida. Y salía con esa ilusión a una calle en cuesta, estrecha, oscura como las calles de algunos malos sueños pero sin que fuera un mal sueño. Entonces lo veía a él, en lo alto de una de esas calles. Montaba una bici como la montan los niños. No viajaba en ella, jugaba con ella. Le divertía pedalear y mirarse los pies, y las manos, y sonreía y me decía hola desde lejos. Me monté en la bici con él, que ya no era más una bici, ahora era una moto que conducía yo. Sentía el calor de sus manos agarrarse a mis dos lados del vientre. Justo ahí, donde tenía un tibio dolor de ovarios toda la noche, él dejaba sus manos y hacía una presión leve, cálida, que me hacía feliz. Y en mi vista las calles, sólo cuestas. El vértigo de bajar, no temer el abismo. Era un sueño oscuro pero sin miedo. Estaban sus manos y estaba llevarlo ahí, agarrado a mí, sentirlo niño, saberlo sonriendo y que de repente me besara la nuca. Con ese tacto en la nuca he despertado. Hacía calor en la habitación y el sol ya daba en la mancha que hay en la moqueta desde que llegué. He querido buscarlo, pero dónde. Y decido conformarme con eso, evocar ese tacto, ese calor, ese beso suave, casi de niño, sobre mí conduciendo en una ciudad hecha de calles cuesta abajo.

junio 11, 2008

swaynes house nivel dos

Querida Ada:
Vengo de escribirte una carta intangible. En realidad - perdóname - no la escribí para ti, pero tu nombre es el único que puedo nombrar. Te la he escrito en el lago, diciendo muchas veces querida Ada dos puntos - aunque no la escribía para ti. Lo he paseado descalza y hace la noche perfecta y ha sido insensato o imprudente pisar a oscuras las cenizas, el barro, los restos de un día de sol y fiesta que no me ha pertenecido, pero era tan triste ensuciar así los zapatos nuevos, y ha sido tan dulce, después, pisar el asfalto caliente, tierra firme, seca, sin escarcha. He visto, Ada, un montón de estrellas que aquí no tienen nombre. Sus nombres pertenecen a otro tiempo, a otros veranos, a una mano de padre sobre el hombro, explicando constelaciones, intentando convencerte de que no hay por qué temerle al universo. Me ha molestado verlas aquí - las estrellas, digo. Era como una intrusión, una cosa de otro espacio y en todo ese tiempo no he hecho más que preguntarme: ¿Estás borracha? Y no lo sé, Ada. De todas formas, me digo, el césped húmedo y los pies descalzos lo habrán curado ya todo. Un vino blanco de Mosel y un rosado de nombre ridículo que durante un momento sin tensión nos ha hecho reír de verdad. No sé si recuerdas, Ada, una camiseta negra, muy larga, con flores. Para mí esa camiseta significaba el verano. Ahora está rota, Ada. Tiene un tirante roto y no me ha importado nada ese tirante al pasear descalza y a oscuras entre los dos lagos. A veces creo que a la vida le gustaría vernos enloquecer. Le gustaría vernos pasear solos y a oscuras una dimensión de césped y cenizas con las sandalias colgando de dos dedos, el pantalón doblado hasta encima del tobillo y una camiseta que quería decir verano con el tirante roto, colgando espalda abajo. Me pregunto por qué pasan a veces esas cosas, pero he sonreído al pensarlo, al pensarlo en el lago, desde fuera, con el tirante roto y los pies en el césped. Una foto escondida, las cortinas echadas, la luz del flexo, todo el vino. Aún me pregunto: ¿Estás borracha? Y yo creo que no, yo me digo que no. Quizá un poco aturdida, quizá un poco pies mojados, quizá un poco mirando desde el lago las pocas luces que quedan en la torre. No sé, Ada. Te lo explicaré algún día, te lo contaré bien. Recuérdame que te hable de Bach y los silencios y una palabra que se escribe Wasserränder, o algo así. Ahora no lo entiendo del todo, pero a ratos sonrío y transcribo para ti esta carta intangible, la que te he escrito en el lago, aunque - perdóname - no la haya escrito del todo pensando tu nombre.

junio 08, 2008

Aeropuerto


Tengo frente a mí toda la tristeza que hay en un bar de aeropuerto. Y hay quioscos, y banderas, y no imagino la rutina de los empleados aquí ni me gusta no saber en qué punto del mapa de Europa estoy. Me produce este lugar un sentimiento como el que produce lo aséptico o lo maquinal o lo excesivamente poco humano. Vengo de ti y ahora no concibo el vino en un vaso de plástico, los vigilantes armados, el cordón de seguridad. Dice una de esas pantallas que dieciséis grados en Londres y cielos parcialmente cubiertos. Detrás de mí alguien pronuncia palabras alemanas y una señora de pelo blanco compra un par de calcetines grises duty-free. Me conmueven los verbos en las bocas de los niños. El camarero mira jugar al tenis en una pantalla de plasma. Y no viene nadie. Alguien se mueve un poco, hay cierto ruido de ruedas, pero no viene nadie.

junio 07, 2008

Ne rien chercher


Ellos no lo entienden. Ni siquiera les ha gustado el queso que elegimos. Este país no entiende nada. Tú sí. Tú sabes tener una habitación con vistas al pasto y al ganado, tú sabes caminar el Sena, Línea 1, encontrar la tumba número veinticinco del cementerio de Montparnasse. Y una foto en el suelo, y los reflejos, en todas partes los reflejos y tú, sobre todo tú, estos días han sido sobre todo tú. Contigo no hace falta buscar nada, contigo Ionesco y la lluvia y el Barrio Latino, contigo se puede contestar cuando preguntan: Qu'est-ce que vous cherchez? Rien.

mayo 30, 2008

'Adiós gotas. Adiós.'

Llueve. Y eso que ya lo hemos intentado todo para que mayo se parezca en algo a mayo.




Aplastamiento de las gotas

mayo 29, 2008


(...) en los espejos entran sustancias
corporales y arden palomas. Tú dibujas juicios y tempestades
y lamentos.

A. Gamoneda

mayo 25, 2008

Outré


'Don't leave me now (...)
I must confess I find the world aggressive'

M.P.H.

Sé que llegaste tarde y que no te dejaron entrar, o que ni siquiera querías ir y eso fue sólo una excusa para cuando me enfadé por teléfono. Yo también llegué tarde - y no estabas. Me entretuve mucho en mirar los carteles de advertencia - por si venías. Decían algo de loud, algo de smoke, que nadie tuviera miedo. Y sonreí pensando que en este país lo advierten todo: wet floor, mind the gap, mind your head y cuidado con la obra, puede ser demasiado fuerte para sus oídos. Y no lo era, no, en realidad eso no era para tanto, pero había algo que sí perturbaba ahí dentro. No sé si porque a cada lado tenía una butaca vacía. No sé si porque me emociona el sonido de rumba en este país o porque estaba todo a oscuras y llegaban del escenario extrañas ondas de luz. Sé que hubo un momento en que tuve la sensación de que iba a despertarme, de que algo de todo eso no podía ser real. Pero no pasó nada y encendieron las luces. Y pensé: Deberían advertir esto en los carteles y no el humo ni la música. Quise huir, irme corriendo, sin saludarla a ella que me hacía gestos con la mano desde una grada más baja, ni a la otra ella que subía con prisa las escaleras para decirme: You alright? Huí. Encontré difícil encajar de nuevo en la gabardina negra. Fui por el camino contrario al cemento, pisando la hierba húmeda y viendo de lejos la parte de atrás de la torre. Al día siguiente se tiene resaca de algo y apetece nada más despertarse tarde - y no con ese sol de cinco a.m. - y ver llover desde la cama, poner muy suave la música y esperar a que se vaya el día o la perturbación, con el Requiem de fondo - que una vez me enviaste tú - y alguien diciendo fuera: M'hijo, te espero en misa que se nos hizo tarde. Y m'hijo: Órale.

Outré. Darren Johnston.

mayo 23, 2008


No me gusta tener ese dolor y que lleve tu nombre. Buscarte entre las caras. Te esperé, me preguntó él: ¿Ya? Y yo: No, espera un poco. Y esperamos. Eran exactamente las 18.38 en mi reloj cuando dije que sí, que bueno, que si quieres ya. Pensaba tanto si estarías que ni siquiera escuché los primeros acordes. Sólo pensaba: ¿Estará? A veces perdía la atención si me parecía que alguien eras tú. Pero nadie eras tú. Estaban todos, me miraban sonriendo, alguien grababa un vídeo y me decían, alguien me dijo: ¿Lloras? Y yo pensé que a lo mejor eso quería decir que estaba llorando. Luego bebimos hasta tarde, hemos dormido con ropa sobre la moqueta de la habitación uno, he montado en bicicleta, ha salido el sol cerca del lago y me duele, no me duele tanto el dolor como que tenga tanto que ver contigo.

mayo 20, 2008

Extenuating circumstances


Fotograma de Vivre sa vie (Jean-Luc Godard)


El examen era al principio nada más que una fecha muy de lejos. Luego horas en la Abert Sloman mirando sin ver apuntes incomprensibles sobre hercios y megahercios. Café después de cada comida, la esperanza de recuperar la atención, el interés justo a tiempo, justo antes del día veinte de mayo a las nueve cero cero asiento cientoveinte en el Lecture Hall. Pero te cansa ese inglés físico, los gráficos, la frecuencia de vibración de las cuerdas vocales y te dices: Una siesta breve, nada más. Luego despertar perdida, con miedo de las sombras, con la sensación de que alguien te disparará por la espalda. Caminas descalza la moqueta del pasillo, buscando con la mano las luces, preguntándote si de verdad son ya las ocho de la tarde y golpeas suave, sin oírte, la puerta de la habitación número uno. Él te abre, aburrido también de sus Middle Ages y de lo que quiera que sea en lo que gasta su tiempo - la mesa, la cama, la alfombra, todo lleno de libros. Y se lo dices, así, sin avisarlo, le preguntas, nombras su nombre y le preguntas: ¿Existo? Y él duda un instante, te mira desde arriba, te toca la frente y hace que sí muchas veces con la cabeza. Y entonces insistes: ¿Y tú? ¿Existes tú? Y se queda en silencio, sólo ha hecho quedarse en silencio. Le explicas que desde aquella película te dan miedo ciertos interruptores. Y te quedas un rato tirada en su cama mientras él sigue preguntándose cuánto de él existe y cuánto no. Luego te vas pero no estudias, ya no te importa estudiar, ya sólo te miras las manos buscándote ahí y te arrepientes infinitamente de esos minutos de siesta que te han hecho un agujero, no sabes aún dónde pero sabes que un agujero. Miras a veces hacia atrás, por si hay alguien, por esa sensación de peligro, de balas, de muerte de cerca que no sabes de dónde sale. Y sonríes un poco al preguntarte si una tristeza así, ese vacío, contará en el examen como extenuating circumstances.

mayo 12, 2008


La cocina se ha quedado sin nadie. Hay nada más que algún plato de postre con helado ya muy líquido, chocolate reseco, un cenicero francés y algunos vasos de vino a medias. Ella ha quitado la música. Tú has apurado tu vaso y te has ido después de decir: Me voy. Y es verdad que te vas. No sabes cuánto te vas. Quince horas de vuelo. Y ya no estará más 'esa ausencia tuya y voluntaria'. Te vas, ya casi te has ido. Te veo como si ya fuera mañana a las dos de la tarde y no te viera, no pudiera verte. O como memorizándote, no sé. Pero te miro mucho, todos te miramos mucho, y apuras tu vaso y dices: See you tomorrow como si fuera cierto y te vemos caminar por el pasillo de camino a la cama, encogiéndote bajo la chaqueta, mirándote los pies y sin mirar atrás ni siquiera cuando pensamos tan fuerte tu nombre.

mayo 06, 2008

She's lost control


Escribirte no se parece en nada a verte, pero lo intento, pienso que tal vez así. No sé si debería darle forma al verbo, multiplicar los 'wollen', contar hacia arriba ciento treinta y cuatro peldaños. Eso o pedir perdón, decir que lo siento, 'I've lost control again'. Es como verte, creo que escribirte es casi como verte, como trazar una línea recta hacia arriba, y saberte en un escritorio paralelo, en una habitación igual, las mismas vistas, los mismos ruidos. Mañana, creo, vuelas a Barcelona. Me recuerdo una noche pidiéndote una postal del agua. Yo siempre pido una postal del agua. Es difícil que lo recuerdes, incluso a mí me cuesta. A mí, que memorizo el número de escalones, las veces que te ríes, los minutos que tardamos en ver una película. Llevo días haciendo un ejercicio: Trato de desear todo lo que no eres tú. Voy a un concierto de jazz y me concentro en desear mucho al bajista. Luego ella pasa una noche conmigo y deseo su cuerpo también mientras dejo salir cerca de su boca el humo que nos huele a marihuana. Y cosas así. Entonces llego y son las cuatro y a lo mejor tengo problemas con el equilibrio o el sentido de la dirección. Ya no sé si tu escritorio queda arriba, o si existes, si tienes mañana un vuelo a alguna parte. Entonces escribo tu nombre, con una letra redonda, legible, no propia de mí escribo veinte o cincuenta veces tu nombre. Después me concentro en hacerlo desaparecer. Agarro un boli negro como quien coge un estilete y lo paso por cada uno de los huecos que hacen en el papel tus letras. Así hasta que no puede verse. Luego me despierto con sueño y como si llevara toda la noche luchando contigo, o cualquier cosa contigo.

mayo 05, 2008

Metáfora

Gracias a ti, que estuviste una vez, y me dejaste ese idioma que adoro y ese libro que adoro también y esa frase que dice que l'amour peut naître d'une seule métaphore. Me recuerda a otras tardes. Y a ti, sobre todo a ti. Así que llevo todo el día buscando una metáfora. Y sin embargo encuentro nada más que there has been a tendency over the past thirty years of study of morphology in generative grammar to concentrate on the study of derivational types and not to study the more abstract notions of derivational categories.

mayo 04, 2008

Es cierto que


'Fue aquella noche cuando me di cuenta de que mi estancia en la ciudad de Oxford sería seguramente, cuando terminara, la historia de una perturbación; y de que cuanto allí se iniciara o aconteciera estaría tocado o teñido por esa perturbación global y condenado, por tanto, a no ser nada en el conjunto de mi vida, que no está perturbada: a disiparse y quedar olvidado como lo que las novelas cuentan o como casi todos los sueños.'

Javier Marías. De Todas las almas.