diciembre 29, 2006

Bigmouth strikes again

No sé qué ha pasado. No sé qué he hecho, o qué quiero decirte ahora. Supongo que tenía tantas ganas de escucharla, cantarla o gritarla, y al fin he podido, pero estoy sin ti, y te guardo algo así como rabia, rencor o un amor inmenso, nunca lo sé. Creo que se me olvida que tengo más vino en el estómago que en la sangre. Un vino sin después. Creo que ahora no es el momento.

diciembre 26, 2006

Sé que te gusta esta foto

aunque yo no entienda por qué, aunque siempre te diga que las gafas me sacan de quicio los ojos, que esa no es mi mano. Sé que te gusta esta foto,
aunque yo siga sin entenderlo.

Me gusta el verde

Mi querido Lápiz:
esta entrada es para ti. Haces que sienta que soy más grande de lo que soy. Los dos sabemos que no es nada. Quesito amarillo. Haces que sienta ganas de colgar la foto de un puente y una mañana de paseos con aire en el pecho. Aire dentro del pecho, no sé si recuerdas. Ahora me encuentro casi igual, pero estoy en casa, y hay luz (porque cosen, dices, aunque ya no cosan), y calefacción, y a los dolores de cuello ya estoy acostumbrada. Iba a escribirte hoy. Correo privado, convencional. Iba a hacerlo para hablarte de revistas, materiales, impresión. Tengo que enseñarte algo que me han publicado un poco lejos. Quiero que lo veas porque tú harás que sienta que es bueno, aunque no lo sea. Gracias por Lil y Gago. Gracias por leer todo lo que lees como si fuera algo de verdad. Hoy estuvimos jugando al billar como si supiéramos. Entonces yo me acordé de Newman y Cruise. Luego me he sentido mal, quizá por la cafeína, y he querido estar en casa. Y ahora estoy en casa. Y entonces me siento mal, quizá por la cafeína. Y no sé dónde quiero estar.
Nunca he entendido la imperfección aunque supongo que creo que tiene algo que ver con la muerte. Pero nunca he entendido
Perdón
Nunca has entendido que se caigan copas de vino y quede roto el cristal y él le saque una foto de luces amarillas y te quede un vidrio roto entre labio y labio y te lo quites mirándote mucho el dedo, extrañada del vino, preguntando por sangre. Nunca has entendido que las cosas estallen en mil pedazos o que te salgan ojeras si tienes gripe. Nunca has entendido que la belleza sea frágil, bastante difícil es creer en la belleza, la leve sensación, a veces, de poseerla o crearla, o haberla hallado, en bruto, en medio de un libro, un fotograma, algún acorde. Por eso no entiendes que se rompan botellas en los suelos de los bares y se te resbale un pie ebrio y pise allí donde estaba el salto, el agua etílica, ese charco de barro y pies sucios, y caer entonces más con las manos que con otra cosa y recogerte a ti misma y quitarte el cristal del meñique y comprobar la movilidad de la muñeca y pasarte ya la noche llorando. Y que nadie comprenda por qué tú no puedes entender que la gente tropieza, la gente cae, las cosas se rompen y la belleza es más efímera que frágil. Era sólo eso.

Una carta

The hand that wrote this letter
Sweeps the pillow clean
So rest your head and read a treasured dream
I care for no one else but you
I tear my soul to cease the pain
I think maybe you feel the same
What can we do?
I'm not quite sure what we're supposed to do
So I've been writing just for you

They say your life is going very well
They say you sparkle like a different girl
But something tells me that you hide
When all the world is warm and tired
You cry a little in the dark
Well so do I
I'm not quite sure what you're supposed to say
But I can see it's not okay

He makes you laugh
He brings you out in style
He treats you well
And makes you up real fine
And when he's strong
He's strong for you
And when you kiss
It's something new
But did you ever call my name
Just by mistake?
I'm not quite sure what I'm supposed to do
So I'll just write some love to you

David Bowie

diciembre 23, 2006

Concierto para violín y piano (o ellos: dos)

Ellos


Disculpad.

No temas, pero anoche había que releer el barro

(...)
“Voy a ducharme”, dijo ella. Él levantó un poco la mirada y se colocó bien las gafas. Se estaba durmiendo. “Voy a ducharme”, dijo ella. Y la miró sonriendo un poco, callado, para después ponerse de lado y sujetar el libro con una sola mano.

Mientras se inundaba la bañera, atascada, vieja, se iba poniendo el agua negra y ella se frotaba con fuerza y jabón el pelo para que no quedaran restos. Mientras le corría el agua por los muslos y las piernas, pensaba en qué quería decirle. No sería fácil. Realmente hay cosas que no es tan importante decir, que no es tan importante callar. Pero lo peor es sentir que uno es mentira. No que los demás lo sientan, lo peor es sentirlo en uno mismo. Entonces le costaba acostumbrarse a la aspereza del barro entre los dedos de los pies, acostumbrarse a tocarse la cara si sabía que no era verdad. Y además, cobarde, una cobarde mentira que ahora se subía a la pata coja sobre una báscula de otro tiempo. La aguja inestable por su desequilibrio y finalmente dejar caer el pie en el suelo y apoyarse en la mampara de la bañera y mirarse los pies desde allí. Ni siquiera miró la cifra que marcaba la aguja temblona.
(...)
Dos. El barro.

9ºC

Me emocionó que sonara esto en el coche. No sé bien por qué. Quizá por el frío o la resaca. Ahora la escucho, la leo y pienso en ti.

LA PLAYA
El verano que estuviste en la playa,
y yo estaba solo en casa
sin saber lo que pasaba,
y no me llamaste ni una sola vez.
Y me preguntaba que estarías haciendo,
y me mataban los celos
cada vez que alguno de estos
me decía cualquier cosa sobre ti
Y me fui hasta la playa
para ver lo que pasaba
y te estuve persiguiendo
comprobando si era cierto
lo que todos me decían sobre ti.
Un verano que fue una pesadilla,
Si me acuerdo,me duele todavía
Y pensaba en destrozarte todo el tiempo.
hasta que te oí diciendo,
cuánto me echaste de menos
y que no te habías podido despedir
Porque nunca pasa nada
nada como esperaba
Cada vez que intento hacerlo
apereces justo en medio,
y salta por los aires
cuanto planeé.
Intentando olvidarme cada día
y acordándome el resto de mi vida
un verano que fue una pesadilla,
si me acuerdo me duele todavía
Me duele todavía.
Los Planetas

Tantas cosas

Últimamente vivimos en casas sin luz, pero estamos allí porque podemos ser juntos. Comemos sólo hasta quitarnos el hambre y guardamos los restos hasta la noche
o el día siguiente
entonces no salimos jamás de lo oscuro, de ese salón de luces tibias
y a veces tan de hielo
y a mí se me llenan las horas de un tiempo sin tiempo, un tiempo a medias, un tiempo encogido, de átomos, lleno de días sin comer, o comiendo sólo para quitarnos el hambre, vamos a los bares por el precio y no por la música ni la calidad del alcohol, sólo a los bares que parecen tabernas, y botellas de vino en vasos de otro tiempo, o sólo bares donde sale a un euro la caña y podemos jugar al ajedrez
- estoy harta de perder sin ver más allá de lo que muevo -
y entonces nosotros paseando en lugares sin precio, o yo haciendo fotos de río y jurando que no volveré al marco del espejo y pidiéndote perdón y recordándote en esa sala de espera y lo frías que tenías las manos y cómo nos rompimos y cómo te dije
amor, dos puntos,
y cómo todo lo demás, y esta semana ha sido así, todo lleno de horas y llantos que no esperábamos, y las mandíbulas tan apretadas, y tu cama distinta, y todo distinto, y no es el mejor momento
- qué resaca -
sé que no es el mejor momento para hablar aquí, para hablar de todo, sé que debería dormir
- o callar -
sé que debería maldecir la Navidad y sus horas, sus nieves, el crepitar de una chimenea de infancia y una silla en la que ya jamás podré volver a sentarme
- no es nostalgia, no te enfades -
no te enfades nunca, no te enfades hoy, no te enfades anoche porque me pierdo y crees que me he ido para no volver
- sólo estábamos jugando al ajedrez, pero no del modo en que jugamos tú y yo, era mucho menos que eso -
no te enfades el miércoles por la noche cuando temo y te lloro y tú me traes a mí con los labios en mis sienes
no te enfades mañana cuando leas esto, o el día en que puedas leer sin dolor, no te enfades porque verte así, ojos pequeños, manos heladas, bufanda hasta más abajo de la cintura, no te enfades porque verte así me pone triste
- tan triste -
y ahora no tengo el cuerpo para tristezas, me lo dicen los ojos medio cerrados, la torpeza de las teclas, dudar de alguna tilde o si esta palabra o mejor la otra, ser consciente de que no, no lo estoy haciendo bien, ni estoy escribiendo bonito, pero
amor, dos puntos, esta semana ha tenido tantas noches
no te dejes convencer por mis ausencias, no dejes que tema ese temor que alimentas entre los ojos
- se te ponen tan pequeños -
no te dejes temer, no te permitas dudar, y sé que debería decírtelo, seguramente, más tarde, en otro sitio, y no hacer de esto un trozo de letras, lo que hago siempre, tú ya sabes que si ahora pudiera pensar, si no tuviera que respirar con la boca abierta, estaría muy enfadada
enfadada como para subirme a la barra
- y no a esa mesa llena de botellas y vasos a la que me subí -
subirme a la barra y patalear como sólo tú me has visto patalear a veces, y tirar cristales, como los que rompimos, ya no me acuerdo dónde, sé que todos nos miraban, como cuando meamos
- y tú no measte, tú siempre mejor, menos vergüenza, más discreto -
como cuando meamos en mitad del bar lleno de tunos y botellas que me metía en el bolso
- creo que las perdí -
y todo se hizo un charquito de orines nuestros, de los tres y sus sombras del otro lado de la puerta, y vosotros haciendo una barrera para que nadie me viera, para que no supieran que eso no se hace, que para algo están los baños, que parece mentira que hayas trabajado en bares
- sé que no había que hacerlo -
pero estaría enfadada como cuando me enfado de verdad y golpeo tu mesa blanca y tiro al suelo la carpeta azul, o doy con el puño en tus cristales y después me tiro a tu almohada para recuperar la calma, enfadada como para subirme a esa barra sucia en la que todo se puso feo, en la que tú creíste perder, y gritarle a todos que dónde, joder, dónde coño está mi novio, que quiero respirar, que necesito balcones, o alturas, me hubiese subido a la barra y hubiese tirado cristales, botellas hasta que todos se apartaran y entonces sólo quedaras tú, en esa esquina invisible, aislado y prohibido como tú sentías que estaba yo
y todo el mundo mirándome como cuando me miras tú, como cuando te pregunto si piensas que estoy loca y entonces me siento fatal y me derrumbo y respiro cerca de tu cuello para poder volver a respirar, exhausta
- cansada de mí -
pero no te enfades así, no te enfades como me habría enfadado yo, no lo odies a él como yo la hubiese odiado a ella, ni me llores a mí como te hubiese llorado yo, no me hagas que te explique cómo fue todo, no me preguntes, no me pongas los labios en los míos y me digas justo eso que te pedí que no dijeras
- tienes derecho, tanto derecho -
pero ojalá entiendas que sólo tú
amor, dos puntos, sólo tú porque estos días, estas noches, han sido tan extraños, que ojalá entiendas que yo contigo, tú hablándome de sentir y yo sintiendo en ti, o no en ti, no importa, y después las canciones de siempre y querer volver a cuando todo estaba bien
- sé que hay días en los que todo está bien y no me levanto como me levanté hoy -
sé que hay días en los que no sueño feo ni te tiemblo entre las piernas, sé que hay días en los que todo es más que nunca, más que antes y entonces sabemos volver, y esos días son anoche, anoche tú hermoso, tú ojos tristes y luego grandes, tu cuerpo y el colchón, sé que no sabes bien ahora si estás enfadado o triste, pero sé que nada de eso vale la pena.
Ahora tu ausencia.
Ahora estos días entre tú y yo, a presión. Días entre nosotros que no deberían estar
y te estará echando de menos esta luz, y te estaré echando de menos en noches que ya no espero extrañas
- no tan extrañas, por favor -
y que no pueden ser iguales si no comemos del mismo aire, si no habitamos las mismas casas, esos espacios oscuros, que a veces huelen a fruta, y en los que siempre parece de noche, siempre de noche, quizá por eso a veces pierdo los días,
te estaré echando de menos.
Y es tan cierto que sólo tú...

diciembre 10, 2006

Vosotros



Es cierto que venir aquí me pone, a menudo, un poco triste. Me pasa siempre que vengo y siempre es demasiadas veces. Pasa que a veces estamos juntos, juntas, y noto que todo está a la fuerza. Que compartimos, algunas, una infancia, y después borracheras, humos de bar y estas calles de pueblo. Pero este pueblo es dos. Es festival de jazz y obra de teatro, y a veces calles llenas, y casas con calefacción y olor a ropa limpia. Y luego este pueblo es sábado y todo plagado de perfumes de sábado, de ropas de sábado que ninguna de las que lucen piernas y escote a bajo cero habrá comprado a menos de treinta kilómetros de aquí, tan poca ropa aunque este frío. Y nosotras bebiendo en los mismos parques de aquellas noches, y todas lejos, me pasa a veces, siempre que estamos juntas. Y hoy yo miraba la pizza medio con hambre, medio con asco. Me preocupaba de hacerle gestos a la camarera para que acertara con el momento de la tarta, y las chicas del cumpleaños y su sorpresa y cómo yo miraba el plato y a veces vuestras caras, ya un poco rojas por el vino - ¿hoy no bebes? no, no tengo ganas - y luego la calle, y miraros los pies y no reconocer vuestros zapatos viejos, y quedarme un poco atrás y que alguna preguntara dónde he estado este tiempo, y luego no sé de qué hablábamos, tal vez de viajes, no recuerdo, pero ya no he podido más y he hecho algo que no había hecho nunca antes - supongo que porque normalmente estás tú, está ella, trozo de infancia mía, suya, que ayudas tanto a que me ría de todo esto, a que finjamos que cantamos blues con caras de gato o a improvisar noches cualquier lunes en mitad de algunas huertas con lobos, o lo que creíamos que eran lobos, carricoches y cerveza. Pero hoy tú en Cádiz y cuánto lo noto. Hacía tiempo que no estaba aquí sin ti. Y cuánto lo he notado hoy... Cuánto lo noto. Entonces ha sido la huida. Ha sido sacarme unas monedas del bolso y decir que iba a hacer una llamada. Quedarme algunos minutos delante de la cabina y ensayar, sin monedas, un par de veces, el número de socorro. Al final lo he hecho y he vuelto a casa sin despedirme. Menos de las doce. Por suerte ellos, un hogar, en los sillones y la calefacción, el olor a ropa limpia y cualquier película en blanco y negro en la tele. Os he sonreído. Me he sentado, hemos hablado. Por suerte eso, y yo buscando las zapatillas viejas, la ropa que me queda en esta casa, debajo de la cama, con la espalda al aire allí donde no llegaba el pantalón y ese frío del suelo tocándome el centro de los riñones. Faltaba una. Entonces alguien ha tirado una piedra a la ventana. Entonces yo me he quedado ahí, cerca del suelo, de la tierra, del frío de la losa y las marañas de pelusas, de no barrer. Otra piedra. He apretado los ojos y me he quedado quieta. Que nadie viera el movimiento. Se han ido. No sé quién era, pero se han ido. Me he tirado en el colchón y me he sentido mal por la huida. Pero es que tan lejos... Ahora tan lejos... y os he sabido rojos de vino, en la puerta de algún bar, bebiendo bebida traída de casa. Y os he sabido ahí y me he alegrado de mi cama, las cortinas, una zapatilla solo - y yo corriendo descalza tras la otra en la boca de esa bola mamífera de pelo y babas que me ladraba jugando. Cama y teclas. O teclas y cama. Y no importa si es sábado, o me duele el frío en los huesos, o ellos se preocupan porque llego muy temprano a casa. No importa. El cuarto huele a sábana limpia y me da sueño el calor lento, amarillo, que despide el radiador.

diciembre 09, 2006

Gatos


Llevo siglos buscando un regalo para ti. Tú no lo sabes. Hoy tu voz estaba triste. Tenías tapones en las orejas y seguro que alguna lágrima. No me oías. Tú decías que sí. Pero no me oías. Yo hablándote de lechugas, o campos yermos, y tú perdida en algunas memorias. Preocupada por la memoria. He querido darte un abrazo, porque estabas lejos, y anoche me llamabas preguntándome por revistas, literatura o algo parecido a lo que nos gusta hacer. Y hoy tu voz triste y tú tapones en los oídos. Llevo siglos buscando un regalo que no encuentro. Hoy recorrí entero un mercadillo de esos con cuero y colgantes que a ti y a mí no nos gusta ponernos. Y no sé por qué, busqué un gato. Creo que alguna vez me llamaste gato cuando todavía me llamabas cosas sin temer que todo se convirtiera en distancia. Esta distancia. Pero tú hoy estás preocupada por la memoria. No vamos a hablar de lo demás, de lo feo, los enfados y algunas noches de agresividad y tu mano golpeando o tu voz gritándome cosas que jamás fueron verdad. Y lo sabes. Lo sabemos. Así que ahora no se me ocurre qué te puedo dar. No encontré el gato que andaba buscando. Quizá un gato que sólo parezca gato si lo miras tú. Quizá un trozo de madera negra con rayitas verdes, azules, de un lado a otro de ese cuerpo semi-tallado. Quizá. No lo sé. La aritsta eres tú. La que se acerca al arte. Pero no lo he encontrado al final. Y me he enfadado conmigo cuando he oído que tu voz estaba triste. Y sé que hoy no soy yo. Hoy no es nada de esto, pero aún así, pídele perdón de mi parte.

Te escribí

Me huele (y puse duele) la ropa a eso que huele cuando has estado en bares. Mañana sonará el despertador y lo iré poniendo de cinco en cinco hasta que pase una hora. O más. Luego me despierto, ya culpable, y rezongo insultos, maldiciones, mientras tomo el desayuno. No oigo bien por el oído izquierdo esta noche. Será el frío. Como si se me hubiera metido un poco de viento. Luego las manos moradas y la bufanda al cuello. Enfadarse con ciertas sombras, pesadillas. Era un barco de tres pisos y Electra mordiéndome las manos. Electra es el bulldog que vive conmigo. No entiendo de perros. Pero había sangre en algunos sitios y ella, ellas lloraban. Alguien se había lanzado por la borda a un futuro de agua. Yo quería tomarla - a ella - por los hombros y se escapaba como se escapa en la vida, en algunas calles, como si no me viera. Entonces suenan Los Planetas (yo no tengo la culpa de que te duela el alma...) y hablan de plata como si no doliera. Y últimamente en mis sueños suena casi todo. Escalpelo con ele, escalpelo con erre, o Parade diciendo tengo veintidós años y este es mi primer contacto. Me despierto como si llegara de lejos, de correr, de un perro en las manos, de algo con sangre, algo que me hace pesada la respiración y los ojos. Entonces venir aquí, o a cualquier lugar con luz para dejar que los dedos tiemblen solos. Y ya no frío. Ya no lo de antes.

diciembre 05, 2006

Lo siento

No sé por qué, quizá por haber perdido, no sé por qué lo he hecho. Ha sido un accidente más que un enfado. Ha sido la reina blanca y la torre cayendo balcón abajo, girando en este aire del invierno que aún no es. Ha sido eso, sólo eso. No estaba enfadada, lo juro. Si hubiera sido eso - tal vez por haber perdido - si hubiera sido eso no hubiera bajado corriendo, descalza, pisando con los calcetines de rayas el asfalto sucio, mojado, escupido. No sé por qué lo he hecho. Perdona. Pero es que siempre ganas. No estaba enfadada. No lo estoy.

diciembre 01, 2006

Comala o el Escarabajo de Oro


Tengo tantas cosas hoy que no sé cómo empezar, cómo contar. El gato, cómo temblé, las tripas recorriéndole la carretera, el coche y las luces, vosotros esperándome, el recital y la cerveza - gracias, Carlos Vitale - el recital y la cerveza, luego las sombras - eran hermosas, sí -, Las aventuras del príncipe Achmed y nosotros como niños, tú en alemán, yo cerrando a ratos los ojos - de nervios - y las sombras, las luces, el amarillo y el piano de cerca, violonchelo y percusión. Cómo sonó todo. Cine mudo y a la cama. Los sueños, niños gordos que me besan en inglés, arañas de goma, el cuervo en la silla, la ventana abierta, sólo noche, el miedo y las plumas, la cerveza y mi casa, lo que no es mi casa, la tuya y tu luz, lo verde y un lápiz, ropa de otros olores, lo que fueron otros días, los sueños, los malos sueños, temblar despierta toda la noche - y menos mal que tú -, que me beses los ojos y decir que no se acaba el sol, la extrañeza de ya no estar sola - por primera vez, no sola, no sé qué es - y los sueños, otra vez, los malos sueños de infancias, bichos con pico, gatos heridos, casi muertos, eso no fue un sueño, ¿verdad?, no me gusta romperlo todo con una interrogación. Pido disculpas. Episteme es una palabra. Episteme es una palabra que. La entrevista - la no-entrevista. Ababol y la vida en los rincones. Mi madre con libros. El coche. El maletero lleno y yo yéndome. La clase de hoy - je viens de. Dormir hasta las doce. Y la puerta: Son las doce. Y él casi madre, tan tierno, diciendo que son las doce, llamando a la puerte y: Marisa, son las doce. Cómo adoro vuestra casa. Cómo me gusta dormir, desayunar allí. Y que hablemos hasta la hora de comer. Cómo fue un refugio y ahora es casi sola, la única, la casa y vosotros. No sé si hoy salir. Y estoy aquí, y detesto este lugar, les dije en cuanto he llegado. Y mi madre que no hable así, que todo tiene cosas buenas, cosas malas, y yo la mano en los ojos. Quiero ducharme. Hemos comprado luces nuevas. Y quiero Antunes y colchón, quizá David y Claudia, para pensar en ti (o Desorden, ahora es nueva), quizá acostarme recordando la calidez de las tazas del club de lectura - Comala, para mí mejor Comala -, tazas, invierno. Y de nuevo no bajamos de los 15º. Esto no es diciembre. Esto no es un mes. Un mes ya. Un mes ya de luces verdes. Tú me entiendes. Y anoche 13º. Anoche 1.33. Hasta que y 34. Menos mal que y 34. Y tu mano en el hombro - en la cama - y cómo han ido colgando ya las luces. Hemos comprado luces nuevas. Con qué ternura dice Antunes, hace Antunes que diga - él - Iolanda. Y todo el día Iolanda (Yolanda) en la cabeza. Como si fuera sólo una canción. Después Piensa en mí en vuestro pasillo, después del postre, despedirme de vosotros, cómo adoro vuestra casa, ya es hogar, el más hogar, el único hogar. Tantas cosas que no sé cómo empezar. Ducharme. Quizá salir. Aún no lo sé. Pero ya estoy en este sitio. Este estado en el que todo corre más de lo que puede. Y sabemos - yo sé - que eso no es bueno. Que luego viene el grito, y algunas camas incómodas y eso, a veces, no permite respirar.

noviembre 26, 2006

Mes cauchemars



Prefiero no contarlo.

White Rabbit

Para ti.
Aunque ya te dije que no deberías leer esto.

No deberías.

One pill makes you larger
And one pill makes you small
And the ones that mother gives you
Don't do anything at all
Go ask Alice
When she's ten feet tall

And if you go chasing rabbits
And you know you're going to fall
Tell 'em a hookah smoking caterpillar
Has given you the call
Call Alice
When she was just small

When men on the chessboard
Get up and tell you where to go
And you've just had some kind of mushroom
And your mind is moving low
Go ask Alice
I think she'll know

When logic and proportion
Have fallen sloppy dead
And the White Knight is talking backwards
And the Red Queen's "off with her head!"
Remember what the dormouse said:
"Feed your head
Feed your head
Feed your head"

Jefferson Airplane

noviembre 25, 2006

"Does it worry you to be alone?"

Te he visto durmiendo en el sofá. La tele encendida golpeándote de luz la cara. Hay nubes. Aún no has quitado la mesa y te entra ese sueño que noto que a mí, a esta edad, ya se me contagia. Hacía tiempo que no hablábamos, que no me duchaba aquí. Aún no he deshecho la maleta. Para qué si mañana me voy. Y lo sabes, pero duermes delante de la tele y en la ducha he visto colgado tu pijama. No entiendo qué hace ahí. Pero lo descuelgo, lo doblo, lo dejo en su sitio y entonces recuerdo un olor. El vaso de leche caliente, y siempe llegaba tarde a la escuela, y me llevabas de la mano, y corríamos y me preguntabas: ¿el camino del cine o el de los coches? Y yo casi siempre, el del cine. Era más marrón - lo recuerdo marrón. En el de los coches, a veces, tenía que soltarte la mano. No me gustaba. Entonces me dejabas en la puerta. Todo el mundo había entrado - siempre -, y teníamos que llamar al timbre - tenías, yo no llegaba. Salía el conserje enfadado y tú antes de irte me limpiabas con la mano la boca. Entonces un olor. Porque a veces chupabas un poco uno de esos pañuelos con dibujos que hace años que no veo - no recuerdo - y ese olor, medio dulce, ese olor a saliva de mañana, de nubes, como hoy, y me lo pasabas por debajo de la nariz, y me dejabas - tu olor - de la mano del conserje y yo me iba, a veces gorro, abrigo rosa - qué horteras los niños de los noventa - e ir quitándome las manoplas blancas con las manos pequeñas - tan pequeñas - de camino a clase.

Al Norte de Nacho

Yo había tenido que correr. Vosotros ya me habías comprado el billete cuando llegué con la ropa un poco húmeda del sudor de invierno - este invierno que no es. Dos horas de autobús y los paseos entre palmeras. Comer a las cinco y sufrir mosquitos y río. Cuando el concierto iba a empezar - y no empezó - llevábamos ya seis horas de viaje, de esperas, y las puertas aún cerradas. Yo os dije que no recordaba haber sentido tanta impaciencia, ganas por algo, desde hacía mucho tiempo. No recordaba. Vosotros igual. Entonces entrar, entonces tan cerca, entonces él ojos cerrados, y tú sentada a mi lado, recordando noches en Eastbourne, lo que fue la única música en algunas playas. Un verano entero, tú y tus cosas, por suerte él a tu otro lado. Yo pensando en Berlín y tanta ausencia, lo que fue el coletazo de un verano a medias, medio vivo, medio muerto. Cómo me abofeteó septiembre, incluso octubre, y por eso Nacho. Porque Nacho siempre cuando apenas queda algo. Pero lloré y tú no querías tocarme, querías dejarme ahí - se oía tan mal - donde no importaba el sonido. Le dabas a él la mano y yo os sonreía, a veces - o pensaba en sonreíros, creo que no lo hice. A veces se me perdía su cara en esa niebla que dan las lágrimas. La vista turbia, y tú en medio de tanta agua. En medio, torcido, un poco deforme por cómo se ve a través del llanto, y sólo cuando conseguía encuadrarte ahí, justo ahí, abrías los ojos. Y los tenías cerrados, siempre, pero cuando te metía en mitad de mi verano, de lo que fuiste en mí, entonces lograba verlos abiertos. Aunque no. Abiertos. Le dije a ella - te dije a ti - Me siento despreciada. Nos desprecia. Nos canta como la chuparía una puta. Y tú me pusiste una mano en el muslo - ella, quiero decir - y me tocaste una mejilla, o los ojos, no sé muy bien. Luego habló un poco y ya no os miré más. Os dejé en vuestros besos, de vez en cuando, en cómo os dabais la mano. Quise estar sola con él. Quise que supiera que estaba enfadada, que me oyera quejarme por todo lo que hizo, por cómo nos despedimos antes del avión él y yo en mi cama, y Nacho de fondo, de lejos, sin saberlo, mientras él y yo en mi cama sabiendo que no, que esta vez no. Porque no sabe de cómo tú en Barcelona y yo llamadas a medias, ahora sí, ahora no
y ahora que te oigo llorar en lugar de ir hacia ti me vuelvo a anestesiar
No sé si te gustó esa letra. Yo lloraba cada vez que sonaba sin ti. No sabe nada, ni tiene que saberlo. Luego fuimos al Beat después del plano y la tristeza, huir de un concierto como de una pena, aunque más llenos.
me levanté hoy tan poco inspirada que aún no entiendo qué hago aquí
Y entonces luces de camerino en el aseo y vosotros en los taburetes negros y yo escribiendo notas en una servilleta.
Nacho vendrá luego.
Decían todos.
Nacho va a venir.
No te esperaba, Nacho. No estaba esperándote, por eso me fui, nos fuimos. Por eso tiré la servilleta al suelo, en medio de la acera, en el camino que seguiría minutos después la aspiradora gigante, peluda y negra que iba escupiendo, tragando agua dos calles más atrás. Ya la oía cuando solté el papel. Ya podía oírla.
Entonces el autobús de tres de la mañana. Ella y yo nos dormirmos escuchando Nice dream, creo. Le dije que no me apetecía Nacho. Demasiado reciente. Ahora no, te dije. Él roncaba dos asientos más allá y tú lo mirabas. Yo llevaba toda la noche echando de menos.

noviembre 22, 2006

Mes rêves

No sé por qué lo llamo así - quizá por cómo te temblaba el pulso, por cómo me pediste agua. No sé por qué he soñado contigo (con él, no con ella) - Marc-André Grondin, ¿de quién es ese nombre? - quizá por eso de lo que veníamos hablando por mi calle, la acera de mi calle - yo no tengo calles -, casi llegando a mi portal, a mi casa. Quizá por eso me crucé con Marc-André en el sueño, en la acera, una acera de día, una acera de ir yo mirando pasos - no acostumbro a -, de ir yo mirándome los pies, en lugar de los rostros y de repente encontrarlo. Será por eso, por lo que estuvimos hablando antes de irme a dormir. Es muy posible. Pero me crucé con él y yo tarareaba:
Though I'm past one hundred thousand miles
tarareaba y al cruzarme contigo, tú la segunda voz, más agudo, tú y ese gesto que les nace a algunas caras cuando saben, cuando empiezan a cantar.
I'm feeling very still
And I think my spaceship knows which way to go
Tell me wife I love her very much...
she knows,
Me he despertado así... no sé por qué. Me he despertado así, y aún estoy de buen humor.

noviembre 17, 2006

Greenaway es un gilipollas

"¿Sabes? - le dije - . No tiene principio.
Es como pensar en una ópera de Ramones
construida sobre la fuga bemol de un gato.
No tiene principio y no existe un símbolo
que conjugue la macroestructura del silencio
con el diez por ciento de nuestra felicidad.
Aunque quizá tengas razón si crees
que hay algo más que razones políticas
en la caza de gritos y en la guerra
de todos los puntos que componen nuestro aleph:
imagínate, por ejemplo, en un traje amarillo...
Queda claro, así, que respirar es otra forma
de aprender a despertar hacia adentro
y que - como tal clave de interiorización
implica - el sueño nos recuerda y mi ente
cuando concibe el aire como viaje.
Volvamos de nuevo al comienzo. Observa
cómo no es necesario el wendepunkt
ni el "que te follen, tío". Date cuenta
cómo, al hablar del aire, Bachelard
resbala etéreamente y distorsiona
la idealidad innata de los pájaros
en la poesía, cómo es muy fácil
que haya hipopótamos respondiendo a tus preguntas
y cómo se aleja a puñados el infinito
y cómo hay ecos en el estómago afilado
del horizonte y cómo en griego... etc."
Ella dijo: "Se te olvida nombrar a Greenaway."
Andrés García Cerdán

Y el cartel de Greenaway (su nombre, cuántas veces) envolviendo el Sgt. Peppers. Gracias por el vinilo. Ya suena en mi salón. Cuando oí el feliz cumpleaños aún me estaba secando las lágrimas que traía de la calle, de cuando veníamos tú y tú a tu casa para que yo durmiera, para que descansara, para esta (re)presentación del libro, de nuevo, un pueblo. Hoy. 19.30. Aquí. La escritora muleña... la joven escritora... carteles en algunos locales. Lonely hearts. Suenan aquí, en vinilo suenan distinto. Fue divertida la noche, la fiesta, que aún me estuviera secando las lágrimas que traía de la calle cuando oí el felicidades, el sorpresa, tal vez, no lo recuerdo, todo estaba oscuro y tenía una mano - mi mano - en los ojos - secándome los ojos. No esperaba nada, lo juro. Él y yo - tú y yo - veníamos de la calle, tú lo sabes, veníamos de que yo llorara agarrada a una cabina, porque a veces lloro así, yo sé de tu paciencia, pero a veces lloro... Veníamos de que yo llevara la maleta - y tú: déjame llevarla a mí, por favor, y yo tirando de ella aunque me doliera la espalda, aunque pesara, quería llevarla yo, te dije como un bebé enfadado. Déjame que la lleve. Y yo enfadada, furiosa, llorando después de la cabina y tú: por qué, mañana tu libro, el sábado cumpleaños, déjame que te lleve el equipaje. Y entonces llegar a tu casa, y yo decir: No, no me apetece que haya nadie - porque oí voces, fue lo único que oí - y abrir la puerta y cómo se olía a cera, a vino, a vosotros, a todos en el salón con las luces apagadas, a ti se te cayeron las gafas, tú gristaste sorpresa a destiempo, yo venía ya llorando de casa, no fue la emoción, no sé qué fue. Pero gracias por el vinilo, por libros y películas, por Mafalda, por vos-vos, las fotos de Eastbourne, El Extranjero, Camus en el autobús. Tengo frío. Gracias por el vino, por la noche. García Cerdán y vuestras letras del otro lado de Greenaway. Gracias por Octubre - y por noviembre. Tu - mi 19 cumpleaños, decíais. Sí, poeta, me encantó tu dedicatoria. También la tuya, la vuestra. Y Nacho, y las invasiones extraterrestres. Gracias por todo, y el concierto. Es que estoy temblando y ya no sé si es de anoche, de frío. O de los nervios porque faltan dos, tres horas para que.


noviembre 13, 2006

noviembre 05, 2006

Lucio


Lucio (3): //2. Cada uno de los lagunajos que quedan en las marismas al retirarse las aguas.
(Si Alberto me leyera hablando de marismas...)
Lucio es un hombre sin huesos, dices tú mismo, Lucio, creyéndote hombre. Un hombre invertebrado - y esa frase es tuya, Lucio, gracias, Lucio - que me hizo llorar con ciertos versos. Llorar, Lucio, tú que siempre pensaste que sólo tengo sentimientos de papel, de personajes y otros rostros, lloré, Lucio, lloré por mí, por ti en estructura de alambre tendida. Lucio... se me hace tan difícil no llamarte por tu verdadero nombre, el único. Pero no importa. Ya no sé si eres mujer, qué es ser mujer. Es tan difícil que te llames a ti misma, a ti mismo como si fueras otro. Y sí... me causaste acaso un pequeño leve sufrimiento. Hay frases tuyas - no voy a decir Lucio, estás tan lejos llamándote así. Lloré como se llora cuando te duele algo. Y te leí entonces delante del espejo - siempre los espejos. Gracias, - no voy a decir Lucio -, yo no sé qué más decirte.

Domingo

Y todos los días parecen domingo... Te dije.
Y tú me dijiste que Morrisey se me había adelantado.
Everyday is like Sunday,
everyday is silent and grey.

noviembre 04, 2006

Le parapluie


Es tan sucia aquí la lluvia... Se nota en cómo andamos, cómo nos miramos, como si no nos perteneciera. Esta lluvia de nadie, que ha sido, seguro, nacida en otro país - no es nuestra - en otras regiones, otros cielos, y viene a morir aquí, en el sitio más de sed, menos de agua, más de barro. Y cuánto barro. Cuatro días con los pies mojados y el pelo pegado a los ojos, a la cabeza. Siempre olvido el paraguas. Siempre digo que olvido el paraguas porque no quiero llevarlo. Y la gente agarrada a esas alas de hierro, le parapluie, y cómo paseamos por el Sena aunque no era el Sena, aunque apestaba a mugre de espuma y verde, aunque no era el Sena y patos con alas sucias, le parapluie. Tengo los dedos como si no pudieran olvidar ya lo mojado, que fueron de agua, una noche, antes de tocar el timbre y estornudar con los dedos helados mientras pulsaba el dos en el ascensor. Tengo así los dedos, como si temblaran, y no tiemblan. Tienen memoria de lluvia y estos días de nubes a la altura de los ojos, de la nariz y la tos. Cuánto anhelar un invierno. Y el vaso caliente que no llega, que llega, y a veces tu cuarto es un costado del otoño, y otras tortura ese ruido de tan verano, tan de tiempo que no acaba de venir. Y cuaja en el asfalto ese charco de aires, de otros vuelos, cuaja y se hace limo - tu limo - y hieren los pasos como agujas de plata, que brillan a golpe de luz, luz a ras del suelo y el parpadeo lejano de algunos coches en mitad de esta nube de niebla, este blanco que respiramos, en estos días, este blanco más gris, más de otros cielos - eso ya lo he dicho - que de aquí, sobre nuestras cabezas. Qué sucia es aquí la lluvia, a pesar de todo, a pesar de amarla, de querer sorberla y besarle los ojos - a la lluvia - como ella me los besa - besar es una palabra fea - a mí.

noviembre 02, 2006


Tú necesitas que siempre haya alguien observándote. Y me acuerdo de Kundera (cuánto tiempo. Y Kundera y la gravedad, levedad del ser y lo que fuimos). Alguien obsevándote. Willy Ronis aún en Santa Teresa. Cuando he pasado por la puerta camino a la estación no había nadie. Observándome. Willy Ronis. De Santo Domingo a la Circular una masa entera, llena de flores y santos y cervezas en algunas terrazas. Willy Ronis en ese centro, ese lugar de exposiciones... No me acuerdo del nombre. Y yo cruzando gente con una mochila - dos días pegada a una mochila - camino a la estación. He sentido ganas de volver. Tu cuarto verde. Ganas de girar sobre mí misma y dejar de andar en vano, de vuelta, a esta casa que recordaba menos vacía. Tila doble. Eso no sirve de nada, me dices, y yo te hablo de cómo engañarse a uno mismo, de algunos trucos y el vaso caliente, quemando entre mano y mano. Siempre necesitas que haya alguien observándote. El Bessie nunca fue Bessie para mí. Storyville, en todo caso. Nunca Bessie. Me sentía extraña esperando en el portal. Miraba el reloj, el termómetro del jardín de La Fama y pensaba: Si a las 00.43 no está, me voy. Y estuviste. 00.38. Menos mal. Sabes que detesto el tres, amo los ochos. Sabes cómo tenemos que esperar a veces para cruzar la carretera - aunque esté verde el semáforo - hasta que cambie el número enorme, amarillo, de algunos relojes de calle. Entonces cuatro. 4. Entonces cruzar, decidir mejor, incluso tu cuarto - tu cuarto verde, aunque blanco - y pensar sin temer que salga todo mal. Me encontré un puñado de treses hace unos días en la calle. Anoche era tan raro, tan cómodo - 00.43. Ahora, quiero decir. - era tan cómodo - decía - acercarme a la barra, preguntarte con señas si te pido otra y tú enseñándome el vaso aún lleno de cerveza. Date prisa- bebía más rápida ayer - y traerte un vaso nuevo y tú hablándome de cuánto te cuesta negarte a Deep Purple y que si no fuera yo, si fuera otra, si no te importara o no fuera tu amiga, ya te habrías ido a bailar. Me río de ti y tu música y te digo que somos nuevos. Y tú qué lujo que una escritora, el cuento y las sábanas. El puzzle. Kafka, dijiste. A veces me haces llorar, pero somos nuevos. Y era tan cómodo, todo el mundo vestido de otro modo, de ese modo en que viste la gente y nosotros, tú chaqueta enorme, Joy Division, yo camiseta de embarazada - eso me dice mi madre - tú dices no podrías ir más guapa. Camiseta enorme, y ese peinado de andar por casa y recogerse el flequillo para que no se manche, para no mojarlo, llenarlo de cerveza, de jabón. Repetí tu nombre en el baño azul. Cuatro veces. No tres. La cuarta fue sólo para repetir tu nombre. Me asomé al espejo de la pared azul - la del baño - y te dije mientras te sabía fuera y oía algo así como Led Zeppelin gritando babe, I'm gonna leave you. Y yo tu nombre, el espejo, la pared azul... Babe, babe... El cuarto tan verde. Y la foto de Dylan sobre ti. Tú y el rock cristiano, el verbo odiar en tu voz suena extraño. Odiar y yo hablando de Bob como si tuviera algo a favor, sólo porque tú en contra, y luego elefantes que descubren su propia conciencia. Y entonces espera, voy a pedir otra.

I want a perfect body, I want a perfect soul


What the hell am I doing here? I don't belong here.

I wanna have control.

Radiohead

octubre 21, 2006

Perfect Day

No me gusta que la gente vaya por la calle colgada de su música, con los cables saliéndoles de los oídos y esa cara de estar en otra parte. Será que me gustan las calles, pero el otro día no pude evitarlo, porque estaba toda Juan Carlos I anegada en una resaca que me iba de oído a oído. Y me dolían los pies y la lluvia, y no pude evitarlo. Y fue ya casi al final de la Avenida cuando me evadí de ojos y coches, y era Lou Reed, era Perfect Day lo que sonaba y yo sentía que encajaba bien a cada paso, a cada golpe de pie, de brazo, de cabeza y carpeta y libros, y colgándome de un hombro, el bolso. Supe que venías detrás, o lo intuí. Siempre sueño que llega cualquiera, cualquier encuentro, de lugares imposibles u otro tiempo, y me llama por detrás, y es mi nombre en ese instante lo que más poseo, porque me giro y quiero ser yo, que me llamen, que alguien me esté buscando, a mí. Así que intuí que ibas detrás, intuí que eras tú, pero ya no podía oír nada. La calle no me pertenecía, no puede pertenecerte si estás metida en otras músicas, otros lugares. Ni siquiera se ve igual así - la calle, con Perfect Day de oreja a oreja. Así que tarareaba muy bajo la letra de un día que llueve, un día que se me escapaba en la Circular y no quería oír coches, ni semáforos, cruzando esa porción de carretera, de tráfico y media mañana. Las cafeterías llenas de descansos, funcionarios, tostadas y café,
Feed animals in the zoo
y yo pasando por la puerta, viéndolos como si no me vieran, desde mi música.
Oh it's such a perfect day
Así que ando rápida, distraída, y no quiero mirar atrás, porque yo no oigo más que lo que llevo dentro. Me gustaría haber estado fuera, pasear, como siempre, sin música y oírte llamarme, saberte llamándome, poder oír en ti mi nombre y darme la vuelta entonces y después ver lo que hacíamos, quiénes éramos, pero no podía girarme. No te oía.
I'm glad I spend it with you
Y tú insistías, lo sé, pero estabas en otra parte, aún sin saberlo. Tú oyendo los coches, el titilar verde de los últimos segundos, los últimos semáforos. Estabas en otros ruidos. No podías oírme, sólo verme - eso creías. No podía llamarme, aunque lo intentaste y
Marisa en toda la calle, es muy posible, que sonara más allá de la Circular y fue justo ahí, justo al llegar al Tontódromo, fue justo en ese límite
You just keep me hanging on
donde ya nada traspasaba mi música, el silencio en mi cabeza, la canción de vista a olfato, a pies, a lluvia
You just keep me hanging on
fue justo ahí donde yo crucé ya casi en rojo, y tú, tú que venías detrás, tan detrás, ocupado sólo en repetir mis letras, conseguiste al fin que algo llegara también a mi porción de día, a mi porción de oído
Problems all left alone
Y en el último piano, en las últimas letras solas,
You're going to reap just what you sow
justo ahí, me tocaste por un momento la superficie de mi día, con la yema de los dedos, porque en ese instante logré escuchar el claxon - yo había cruzado casi en rojo, cuando tú cruzaste debía ya de ser un prohibido entero - el claxon y cómo frenó el coche, cómo fue de brusco y tú aún mi nombre, distraído, ocupado solo en eso, sin saber que ni siquiera estábamos en la misma calle, que aunque me costó mucho me mantuve en mí y ni siquiera giré la cabeza hacia el frenazo y tú asustado, ya en silencio, comprendiendo, quizá, que aquel no era el mismo día.
Just what you sow...
No lo era.

octubre 20, 2006

Me quiero ir


LA CIUDAD. Constantino Kavafis

Dices «Iré a otra tierra, hacia otro mar
y una ciudad mejor con certeza hallaré.
Pues cada esfuerzo mío está aquí condenado,
y muere mi corazón
lo mismo que mis pensamientos en esta desolada languidez.
Donde vuelvo mis ojos sólo veo
las oscuras ruinas de mi vida
y los muchos años que aquí pasé o destruí».
No hallarás otra tierra ni otra mar.
La ciudad irá en ti siempre. Volverás
a las mismas calles. Y en los mismos suburbios llegará tu vejez;
en la misma casa encanecerás.
Pues la ciudad siempre es la misma. Otra no busques
-no hay-,
ni caminos ni barco para ti.
La vida que aquí perdiste
la has destruido en toda la tierra.


octubre 16, 2006

octubre 15, 2006

Emmenez moi

C.R.A.Z.Y.
Creo que a mí me gustó más que a vosotros, creo que también yo la lloré de otra forma. Tenemos criterios distintos, es verdad. Ahora yo también voy a clases de Introducción al Cine y me da miedo dejar de llorar con
C.R.A.Z.Y.
Y caminas rápida, en sentido contrario al de todos esos borrachos que vuelven ahora a casa, y tú te levantas, te vas, sin equipaje y con los billetes en el bolsillo.
Me gustó por Zac (¿era Zac?) por la música y David Bowie y Pink Floyd y esas letras del Canadá Francés, o francesas pero en Canadá, y cómo todo se ralentizaba a veces. Fue por todo eso.
Y caminas rápida porque tienes prisa, sueño, anoche película y casa, ahora caminas, casi corres en dirección contraria a todos esos jóvenes que se ponen en cola para preguntarte la dirección. Una cola de borrachos a espasmos de alcohol y tú diciendo, oiga, señor borracho, aquel ha llegado antes. Y te preguntan: ¿La plaza de toros está por aquí? ¿Voy bien en esta dirección para llegar al río? ¿A cuánto queda el hospital Rodríguez Mesenger? ¿Morales Meseguer? Sí, Rodríguez Mesenguer. Y una vez organizados, sigues rápida hasta la estación. Algunos aún te miran, con las caras amarillas y ojeras de ocho de la mañana. Tuvo que ser una buena noche. Y tú en casa, en cine, bueno, anoche en casa.
Y lloré en mi butaca por algunas notas, algunos despertares, por esa forma tan reconocible de cantar frente al espejo, por no saber si esto, si lo otro, porque también yo soy una adolescente.
Los billetes seguros en el bolsillo de atrás. Los billetes en la mano. Igual que a veces sacas las llaves una manzana antes de tu portal, igual que a veces sacas el bolígrafo un piso antes de llegar a clase, igual que en ocasiones te preparas las monedas mucho antes de que te las pida la cajera, llevabas los billetes en la mano mucho antes de la estación.
Y esos gritos, y ese faire dodo, y todo ese nuevo idioma que ahora aprendo y esa época que no pude vivir. Ninguno de los tres pudimos, pero no sé por qué yo la añoro más, sé que yo la añoro más.
Y por fin la calle de la estación, tras pasar por las calles sucias, como mojadas, pero llenas de algo que se pega a los pies, al sueño, al pelo mojado tan temprano. Y es que era la primera luz, en realidad (amanece tan tarde estos días). Y Charada Jazz and Coctail más cerrado que nunca. Y la plaza que sólo vive de noche, de tarde, llena de árboles sin luz, aunque luz, prometo que estaban a oscuras.
Los setenta, digo. Setenta y algunas maneras de divertirse que ahora imitamos sabiendo de sobra que no es más que eso, un plagio sucio, ahora hay demasiado plástico, y cables, ahora ya es sólo una copia, aunque a veces confunde, sirve, basta.
Llegué a la ventanilla y la chica de la taquilla leía una revista con fotos en color y noticias de embarazos y divorcios. Embarazos que seguramente deberían estar prohibidos. Cuando digo
Buenos días
no sube la cabeza. Pasa una hoja. Cuando nota que me callo, que sigo ahí, entonces me mira, sin preguntar. Quería devolver estos billetes, por favor. Los coge, los mira mucho, me mira a mí y seguro que piensa que he llorado por eso, por el viaje, el no-viaje.
No sé por qué lloraba, tú me lo preguntaste al salir, pero no sé por qué tuve ese llanto. Ya te he dicho que era como nostalgia, una añoranza extraña, ese tiempo en el que no estuvimos, esa infancia tan distinta, ese decir desesperado, quiero ser como los demás. Y es que en francés todo me sonaba nuevo.
Me devuelve el dinero. Todo, a pesar de que según lo que pone en los billetes habría perdido el 20% por devolverlos dos horas antes de la salida. Pero no importa, ella sigue con la revista. Entonces me marcho, ya más despacio, en la misma dirección que los últimos borrachos. Ya no me preguntan, creen que soy uno de ellos, aunque con el pelo mojado y sin la cara amarilla. Se nota en que yo voy más abrigada, más de día, más en línea recta, pero ellos no lo ven. Así que vagan sin saber a quién preguntarle la dirección.
Quizá también era por el viaje, quizá eran esos vuelos y todo lo que no sea estar aquí, o en cualquiera de los sitios de los que reniego. Quizá sea eso, y no una película, quizá era sólo mi cabeza y la música de fondo. Major Tom y Hier encore. Algunas canciones. Quizá.
No sé cómo fue que fuimos. Aún no lo entiendo. Sólo sé verme en una estación y luego en otra. Y entonces la playa, y los días, y después la vuelta. Ayer la vuelta, una vuelta antes de tiempo y cómo fue que se nos ocurrió ir al final, explícamelo, porque no lo entendía mientras me temblaba el pulso cogiendo el teléfono en la estación de vuelta, arrastrando la maleta a patadas y comiendo a arcadas la primera comida del día, seis de la tarde. Explícamelo porque aún no lo entiendo, no entiendo bien cómo fue toda esta historia. La playa sí, el sur, el viaje, la ciudad de siempre, la misma gente. La estación no, ese llanto no. Me temblaba el pulso de rabia, quizá, y lloré fuerte, como creo que nunca antes había hecho estando sola en una estación. Odio las estaciones. Fui a tomar una manzanilla. Ya sé que no relaja, pero tenía una piedra encima, debajo del ombligo. Me pesaba y me hería aún más el llanto y me quedé sola en la barra, vigilando la maleta, casi sin ropa, sólo un libro enorme en ella, sabes cuál. Tenía los ojos tan hinchados que me costaba ver al camarero sin obligarme a abrirlos, ver bien dónde ponía el azúcar, cómo daba vueltas la cucharilla en la taza, ese ruido que tienen todas las barras. Me costó. Y llegué tarde y sin llaves y no quise decirte nada. No voy a decirte nada aún. Quizá luego. Y no me arrepiento de playas, ni de haber comprado de nuevo los mismos billetes, los mismos que devolví en la taquilla, dos horas antes, revistas y embarazos, esos billetes. Podríamos irnos otra vez.

octubre 07, 2006

Fuegos

El señor que lleva un mes tratando de vendernos los extintores, su Mercedes, él, el pelo como si siempre estuviera mojado, las manos grandes y el olor a tabaco, ha tirado una colilla en las plantas de la escalera. Todo humo. El señor de los extintores le ha metido fuego al plástico de hojas y pétalos. Y se ha ido. Y humo. Y Dios dice que el Limbo no existe, o eso he oído en las noticias.

octubre 05, 2006

Me acuerdo de ti como una niña se acuerda de otra infancia.

septiembre 30, 2006

La tarde que fui ciega

Al despertar no me podía mover. No sabía que aún no estaba despierta. Tú habías vuelto de Berlín y nos encontrábamos en un sitio con agua. Luego la vista al suelo, el blanco (gracias, Saramago) en los ojos y ya sólo llantos y blanco, ya sólo querer moverme, querer gritar.

10.05.06 Penélope y las tarjetas de presentación


A Ítaca le cambiaron el nombre y el lugar. La confunden con otras ciudades, otras islas, tal vez. Ítaca es un buen sitio para Penélope. En Ítaca dan las cañas a un euro y el baño es unisex. Cuando hace mucho calor, cuando es la hora de marcharse, suben la música y apagan las luces. Tertulia no. Ítaca sí. Penélope tiene una mesa vacía, reservada, frente al espejo, para ser más ella. Un espejo donde se escriben las notas etílicas, las notas de dos palabras, que luego algún impulso escatológico dejará cerca del baño, abandonará sobre la mano que asoma bajo una manga, la mano, la poca luz, la poca memoria. Y cómo no va a dolerle la memoria, a Penélope, en el centro justo del espejo, en mitad de la isla Ítaca. Cómo no, si hasta las mejores tarjetas de presentación acaban hechas fuego, o pedazos. Cómo no, si a base de cristales y silencios de coche quedó muda. Cristal de espejo turbio entre humos. Ítaca es un buen lugar para esperar. Esperar es lo que hacen todos los cobardes.

25.09.06


Me parece casi tierno que aún me queden fuerzas para esto. Para deshacerme así, aquí, de los zapatos y ser capaz de andar aún por la casa arrastrando los pies descalzos en busca de medio Myolastan, para desatar este nudo de músculos, de dedos. Me ha parecido casi tierno ver a mi jefe reparándome el corte en el dedo, llamándome por mi nombre y no por mis platos, con la tirita y su nudo en las cejas, y le he visto cara de hombre, persona, amable, que también puede amar. Y agachaba un poco la cabeza para ver el corte mejor, para no manchar los platos, quizás, como ese hilillo estúpido e insignificante que retrasaba mis servicios, pero atento, al fin y al cabo, al brote rojo que iba recorriendo la grasa (cerveza, ensaladilla, jabón) que me quedaba en las manos. Me ha parecido casi tierno y luego me ha hecho gracia, como todas las noches mientras tiramos la basura – pan, y comida, y más pan, y papel, y plásticos, y polvo y agua -, imaginarme la respuesta, su respuesta, si le dijera que podríamos hacer algo con el agua de las botellas de agua que aún no están vacías, o que sería importante empezar a reciclar. Me ha hecho gracia imaginármelo mientras le decía eso, porque no podría decírselo, porque no lo oiría, porque no empieza por: Ponme un plato de, pídeme una con, dile a cocina que. Me ha parecido tierno, triste, imaginar por un momento que pudiera interesarle, importarle, algo así como la ecología. Luego también me he pensado subiendo las escaleras de la terraza a la barra, tratando de memorizar los cafés hasta llegar a la máquina, repitiendo en la cabeza: cortado, bombón, solo, Larios limón, té con whisky, manzanilla, cortado, bombón, solo, Larios limón, té con whisky, manzanilla. Me ha hecho gracia imaginarme así, y plantearme entonces – cortado, bombón, solo, Larios limón, té con whisky, manzanilla – todas esas dudas existenciales que a veces me abruman. Me ha hecho gracia. Y también resultó casi bello, casi cómico, o trágico, ese momento de relax sabiéndome iluminada por fuegos artificiales y sus luces de pueblo, de verbena y cutrez de las fiestas más profundas, fue casi bello, objetivamente bello, que alumbraran esos fuegos la pila de platos sucios sobre la que me apoyaba, e inclinaba con ansiedad la botella de agua hasta mi boca, todo fuegos, todo artificio, para descansar, exhausta, de esa ida y venida a la barra, ahora que todos miraban el cielo, y se habían olvidado del hambre, del plato. Y se habían olvidado de gritarme mis no-nombres, que son tantos, pero que no vale la pena repetir. Así que pudo ser bello aunque no sé si lo fue, porque ahí también estábamos todavía en la nube. Como ahora. Y es que ahora todo está como en invierno. La manta en la cama deshecha, las sandalias llenas de barro, el equipaje en la cabeza. La última noche. La última noche y empezar otra vez. Y tratar de salir de esta nube de bares y cama, cama y bares, que no me deja mirar, ni ver, porque me lloran enseguida los ojos, de humo, o de sueño, de ver amanecer todas las mañanas. Y poder entonces pensar más por dentro, necesitar menos ruido. Como ahora, menos ruido. Y me miro el corte en el dedo, que ya hace rato que dejó de sangrar. Y me acerco la mano a la nariz, y aún me huele a barra y me arden los pies. Sólo queda un día. Y es curioso que éstas sean las mismas manos que luego, que teclas, que sueños, notas de bar, del otro lado del bar, de otras notas sin precios, ni memoria. Otras notas, notas a Quique González, quizá, aquella noche en Ítaca dejarla caer sobre su manga larga y saber que la lee, que la está leyendo, y mirarme mucho en el espejo por miedo a dejar de ser yo. Y notas, y otros sueños. Y ayer, anoche, mientras recorría los kilómetros, las horas de platos y reciclaje antihigiénico de pan, anoche Quique estaba más cerca que nunca y me parecía que todo estaba lejos. Porque es eso, hay que salir de esta nube de bares y cama. Hay que salir, para que se vaya el ruido, para que vuelva Quique, para volver a sentir algo más que un dolor de huesos y ojos, este dolor que no deja llorar. Porque no tengo tiempo.

Teclas


Es que hay veces que no, por mucho que quieras. Está más cerca lo de siempre, el sueño, los ojos, la luna, todas esas cosas que llenan de nada las palabras a base de veces. Y veces, es que hay veces que no. Por mucho que uno, que una se empeñe, no. No se puede. Y se prueba delante del espejo, en voz baja, en la cama, en el sofá, con música, en la calle, en las esquinas, en las terrazas con gente o debajo de las palomas (de las palabras, escribí ahora que no estoy escribiendo, que estoy sin estar, sin pensarlo). Así que debajo de las palabras. Quizá eso sonaría a algo si no estuviéramos ahora en esto que no es nada. Si no estuviera más pendiente de la leche caliente, de mis ojos, del humo, de los olores, que de las teclas o eso que a veces, cruzando pasos de cebra y dando los besos de rigor a escritores que añoro, eso que a veces, cuando no llegan noticias de Berlín y todo se pone extraño y las señales nos engañan, me vuelven loca y aparece esa paranoia de números convertida en treses de rojo repartidos a lo largo de la acera, eso que a veces, cuando él olvida mi nombre, o cuando alguien me embiste con la lengua, eso que tantas veces, me hace llorar (y aquí llorar no duele). Eso y no el vaso de leche caliente, mis ojos, el humo, los olores. Más aquí que allí. Más entre las teclas.

septiembre 29, 2006

Esa luz






Y es que después de la tormenta todo quedó medio amarillo, como de luz, como de agua. Llover es lo mejor que pasa a veces, cuando ruegas que llueva, cuando cruzas los dedos y vas nerviosa de ventana en ventana, esperando algo y respirando a golpe de trueno, los estertores del verano más corto – más amplio. Entonces se te queda esa cosa en la garganta, que no es deseo, no es ansiedad, no sabes bien, es tormenta en tu cuerpo, supones, ese vacío de babas o besos. Y que llueva, pides que llueva, abres del todo el balcón y te gritan de lejos que la corriente, que el frío, que la ropa mojada, que esas cosas que se gritan cuando a uno no se le cuelan en la glotis todas las luces de agua, de tormenta. Y qué le vas a hacer tú, con la cámara de un lado, de este, como si pudieras pararlo, retrasarlo, que se quedara aquí. Y después de la tormenta siempre viene algo. Lo sabes por cómo se te queda el cuerpo mientras luchas con los palillos de la comida china y ves que no vendrá nadie al restaurante, tú y tú, solas, tú y ella, quieres decir, comiendo arroz frito de la casa y bebiendo agua natural. Lo sabes por cómo pides la cuenta, sabes que después del agua, viene algo. Aunque no haya nadie – al final, casi nadie – en las calles, aunque todo esté lleno de charcos y frío y tú andes casi descalza y en manga corta, aunque todo eso, a veces sabes que va a pasar algo, en el último paso, o justo antes de encajar la llave, que llevas ya desde hace tres calles en la mano, apretándola, impaciente, o alejando el miedo a ese silencio donde siempre ha habido pasos, gente, luces sin agua.

septiembre 21, 2006

No sé por qué me empeño en decir algo cuando no puedo, cuando no sé. Y Shine on you crazy diamond... Remember when you were young... y toda esa música que suena, ahora sola, en un baño lleno de espuma y vapores. He tratado con dos duchas de quitarme el sueño y ser capaz antes del trabajo de contarme cómo empieza el otoño. Pero no puedo. Supongo que es difícil después de subir descalza cuesta y escaleras y apretar mucho la llave en los dedos mientras abría la puerta esta mañana, estas seis y media de la mañana. Y como hoy es el mismo día, y como no hemos dormido mucho, y como me siento torpe, lenta, y cometo faltas de ortografía en los mensajes de móvil, prefiero callarme y no hablar de las ganas de llorar de Garage Olimpo (sí, Garage). No hablar de cómo escupen algunos aviones, algunos pasados. No hablar de cómo me aburría esta tarde la radio ni de cómo amanecía esta mañana y en mis tripas daba vueltas un vino indigerible (si es que indigerible existe hoy). Y ahora, a pesar de dormir, a pesar de cómo la gente se viste de fiesta, porque aquí son días de eso, días de vestirse de fiesta e ir a pedir salchichas, morcillas, tocinos, montadito de lomo con tomate (o/y mayonesa) y cuánto asco en esas palabras, pedir y algunos, nosotros, nosotras, de la barra al plato, del plato a la plancha, de la cocina a la sepia, de las escaleras luego duelen los pies y me pongo triste cuando pienso que Calamaro, que Quique, que Ariel, y entonces sé por qué se empeñan en llamarme caprichosa, porque no soy capaz de soportar que mientras ellos canten, mientras ellos estén allí yo estaré con los cafés temblándome en la bandeja, con el sobre de azúcar mojado de agua, o pisando rosquillas con las zapatillas llenas de grasa. Sí, si son caprichos, si yo también lo sé, pero yo hoy quería contar algo, quizá un poco de otoño, no lo sé, y sólo tengo sueño y que entrar al trabajo.

septiembre 20, 2006



"En una guerra tan cruel como la de uno contra uno mismo."

septiembre 15, 2006

Qué hacer con esta hora


Acaban de regalarte una hora. Una hora de más, de menos. Te preguntas qué hacer con ella. Si por ti fuera, te la guardarías en el bolsillo y ya la irías gastando noche a noche, un poquito más. Cuando vieras que va a empezar a tiritar una luz como de alba, esa luz que te dice que ya es hora de cama y sueño, la sacas, la hora, una porción de hora y dices: diez minutos más, por favor, diez minutos más. Por ejemplo. Aunque ya hace tiempo de todas esas noches. O, quizá, querrías gastarla entera con cualquiera de esos despertadores horrendos, ruidosos, aborrecibles como son todos los despertadores. Que suene el despertador y entonces sacar la hora y ponerla como de almohadilla entre el ruido y tu sueño. O colocarla justo antes de la hora de empezar a trabajar. Usarla para llenar una tarde, para que la gente llegue a sus mesas un poco, una hora después. No sabes qué hacer con ella, esa es la verdad. Es que no te lo esperabas. Quizá una hora en blanco. Cama y música boca arriba. Pero para eso no necesitas una hora de regalo, esas horas quietas nacen solas. Además, una hora pasa tan rápido, que temes no saber sacarla en el momento justo. Se te ocurre guardarla para una despedida. Cuando el tren ya se va a ir, cuando ya os habéis llorado, entonces, justo ahí, sacarla como un último regalo y decir: Toma, nuestra hora. Pero no, quizá eso no valga la pena, y sólo sea hacer más largo algo que debiera ser corto, casi inexistente, te quiero, o te quise, adiós, el tren se va. Un minuto. Menos. No, no sería un buen uso de la hora. Qué podrías hacer con ella... Es que ha sido una sorpresa, una completa sorpresa que ni siquiera has encajado bien al principio. ¿Qué hago yo con esta hora de por medio? Habíamos quedado a ls cinco, no a las seis. Pero... no se puede hacer nada. Te dan una hora y encima tú blasfemas. El piano hace demasiado ruido cuando duermen todos la siesta, no conviene dejar la hora entera para él. Además, el piano ya tiene su propio tiempo. El piano es como un reloj al revés. Te sientas, y luego te levantas y entonces ves que sólo lo has ganado (el tiempo). Sólo ganado. Se te van gastando las ideas y vas mirando el reloj, por si te ayuda en algo. Pero nada. Se te ocurren tantas maneras de dejarla ir, libre, con los minutos corriendo despavoridos, cada uno en una dirección, con sus agujas de niños, de segundo. Se te ocurre eso, dejarla libre, dejarla salir como una paloma hecha de hormigas. Pero entonces se te llenaría el tiempo de cosas, de coger este autobús, de que hemos quedado a tal hora, vamos deprisa que va a llover... No, mejor que no. Los libros también son como el piano, una hora más, una hora menos no se notaría. Seguramente si la dejaras libre, como estás haciendo, si la dejaras correr bolsillo, pantalón abajo, acabaría rota en minutos que no sabrían que hacer. Y seguramente irían todos a mirarse corriendo en el espejo. Y al fin y al cabo, no estás haciendo otra cosa que mirarte en el espejo, pero para adentro, no sabes bien. Te dan una hora y acabas haciéndola letras. Y es que puede que no tengas remedio.

septiembre 13, 2006

Espejos


Esta mañana, por fin, has despertado. Porque estabas en otra parte. Sí, es verdad, eras tú la que contestaba al teléfono entre bostezos, la que se quedaba dormida entre línea y línea, la que había olvidado escribir, leer rápido, comer bien. Eras tú la que dormía diez horas por noche (aunque no haya noches tan largas). Eras tú la que se tocaba los ojos miopes sin ganas de estirar el brazo para ponerse las gafas, pero no estabas ahí. Y sabes que no estabas ahí. Por eso hoy, has despertado. Has ido al baño y se te ha ocurrido acercarte al espejo, porque te sentías más despierta y querías mirar si se te habían hecho más grandes los ojos. Y has desconfiado. Hacía ya tanto que andabas dormida que te habías acostumbrado un poco a estar así, así que cómo ibas a reconocerte ahora, mirándote con los ojos grandes, del todo abiertos, en un espejo tan de cerca, un espejo que hacía días que no usabas. Y has pegado tu nariz a tu nariz y has entornado los párpados para ver si eras de fiar, y después te has mordido el labio y te has arreglado un poco el pelo porque te has dado cuenta de que esta vez era verdad, estabas, estabas ahí. Así que has querido saludarte: Hola, Marisa. Te has dicho en voz alta, y te has sonreído, que es tu única forma de saludar. Y entonces no has sabido bien si tenías que darte dos besos o darte la mano. Nunca se te dieron bien las formalidades. Así que, simplemente, has decidido quedarte ahí, y pensar: Sí, he despertado. Has despertado. Buenos días, Marisa. Y te ha hecho gracia tu nombre en tu boca, porque de repente de nuevo lo decías tú. Te has tapado los ojos agachando un poco la frente, la cabeza, porque la frente no se agacha, va todo junto. Entonces te has reído y has pensado que quizá hubieras vuelto para todo, incluso para recordar cómo escribir si es que algún día supiste hacerlo. Y te has colado horas y horas en ti, decidiendo que por fin, ibas a intentarlo. Terminas y no dejas de volver a la primera línea, y tratas de recordar tu imagen en el espejo, y tu propia mano consolándote el rostro. En fin… mañana lo intentaremos de nuevo.

septiembre 03, 2006

De cuando viví en un castillo


Subir arrastrando cuestas, ruedas de maleta por una tierra de nubes y castillo. El río y sus mosquitos, y sus puentes viejos y tú sintiéndote extraña en un camino que sabes que sólo tienes quince días para recorrer. Tu poco creer en la gente, tu mucho reír, la risa como manifestación constante y escandalosa de tu más absoluta y profunda timidez. Al final entras en una sala de gente, de juegos, de otras horas que no son esto, este pueblo y sus mismas calles de siempre. Gente nueva y ella, que ya sabías, sabíais que ella iba a venir. Los demás son distintos, son otra cosa, son gente a la que no esperabas, que no te espera. Gente que podía haber estado o no, como tú. Y oyes otras lenguas y otros rostros y ese estar siempre un poco por fuera más que por dentro, tú ya te entiendes (aunque en realidad no). Y son rostros que podrías haber encontrado en la calle, sin embargo han sido tus horas. Tus horas de desayuno, ojos dormidos, sed de resaca. Las artistas y las piedras viejas, piedras en sueños, en todo. La torpeza de tus manos y la risa, siempre la risa. Porque nadie entiende de qué te ríes, sonríes tanto. Y tú lo sabes, tu vergüenza, tus miedos, tú. Lo sabes. Siempre robas de los sitios, de la gente, aquello que hace tu collage, tu yo, tu ser siempre otra, querer serlo. Y hay gente de la que querrías haber tomado tanto… y todo siempre queda lejos.

Tú, mi arista, mi paciente, mi primera charla.

Tú, mi niña del frío, siempre el frío y tus ojos de sur, aunque tu frío de centro.

Tú, palabras con ese, tantas eses, y cómo susurrabas y hablabas de otros tiempos, otras piedras y brazos levantando catedrales siglo a siglo con los ojos apuntándote algún sueño.

Tú, que aunque no hablabas, cantabas siempre que creías estar sola.

Y tú hablándome de Almodóvar, medio en inglés medio español, y yo riendo del conservadurismo de tu patria y sus iglesias mientras censurabas Kika con la memoria y luego pasábamos a Corea y sus directores y a descifrar algunas palabras imposibles entre tu lengua y la mía. Ya te dije que prefería a Woody Allen.

Tú sin embargo eras distinto. ¿Verdad? Que pena que ya no vayas a leerme. Qué pena porque te hubiera escrito tanto… Te hubiera escrito aparte y sin callarme nada, sin callarme todo eso que no se podía decir rodeados de armaduras de seis de la mañana, cuando dormían, o parecían dormir, y tú y yo en el único trozo sin luz, en lo único oscuro de ese pasillo que se encendía a tu paso, mi paso. Detesté tu marcha y los días de no mirarme, detesté tu dolor y deseé que no te fueras, que nadie se fuera. Pero tu mar ya está más lejos que nunca. Ahora ya no me dejas que diga lo que me quedaba por decir.

Y entonces hay que seguir… Hay que seguir contigo, el otro tú, por ejemplo, aquel que me hizo llorar y comerme una servilleta de bar y las palabras etílicas que habías puesto en ella. Te odié a ti y tus instrucciones, te odié y por eso escupí en la papelera del baño la servilleta hecha añicos. Tenías que escribir eso, lo sé, lo sabemos, pero qué más da si tú tampoco vas a leerme.

Vosotras, sin embargo, erais dos en una. Un trocito de sur, de guitarras mudas que nunca pudimos tener. Hay cosas que siempre tengo lejos, cosas que a veces no viene mal tener un poco más de cerca.

Y cómo no hablarte a ti, tú y yo, que tan poco hablamos y de repente tu sonrisa de último día. Me dejaste casi más triste que nadie, por dejarme, porque siempre es la historia de siempre, de cómo el tiempo se mueve a saltos boca arriba, hacia delante. El otoño, luego un invierno y tú en tu sitio, después del hielo, las no-charlas, las horas. Ni siquiera sé si sabes que hablo de ti.

Tus no erres, tu afonía de gallo lindo, lejano, de tierra que añoro apenas sin conocer. Cómo preguntaste por mi estado aquella vez, con esa voz de otro lugar, de mares menos de sur que los míos. Cómo te estuve de agradecida por tu voz y tus cejas.

Y tú, otra extranjera, mujer tocable, última noche, algunos abrazos. No tuvimos tiempo de saber quiénes éramos. Creo que eso es todo lo que me quedó por decirte cuando te vi diciendo adiós.

Y contigo, si me entendieras, cuánto hubiera querido retener de tus gestos y tus alturas de niña que salta, niña muda subiendo por un lateral del río. Y el libro y tus manos, y nuestra primera charla y cómo quise llevarte siempre cerca y me resultó tan difícil.

Tú quedaste un poco asustado. Y lo sé. No era mi intención esa nota de último momento. No era mi intención pero tú también sabes lo que fue tanta cerveza. Lo hice por silencio, por rabia, por timidez. Lo hice por eso y por venganza hacia mí misma, hacia tu forma de evitar miradas. Sólo por eso. Perdón si ofendí, porque no quería ofender. No sé muy bien lo que quería.

Y tú y cómo siempre me daban rabia de ti las mismas cosas, y cómo me hacías reír aunque viniera con un nudo en la garganta y no me gustara el menú. Y qué manera de meterte conmigo, contigo, con todo. Reírse tanto y cómo hoy hay palabras que ya no suenan a lo mismo. Que tienen más gracia, quizás.

Y tú y las canciones de última noche, canciones en ti y cómo el humor te salvaba, nos salvaba tantas veces. Tu humor. Cuántas gracias, gracias por él.

Vosotras dos y algunas canciones de los ochenta. Vosotras dos y cómo tú apenas hablabas, y cómo tú vivías en ti y en tu sordera con mi risa al otro lado. Vosotras dos y quizá un abrazo que nos faltó. Quizá.

Cuánta gente y qué poco tiempo y cómo subí la cuesta sabiendo que algún día todos la bajaríamos tristes, sin un lápiz entre los dedos, sin ese sol de dos de la tarde. La bajaríamos sabiendo que ya era otra, que siempre sería otra (la cuesta, la mañana, todo).

Cómo ella (me juré que no me permitiría un nombre), cómo ella y yo subimos en un autobús desierto, un autobús con gente de otras partes que no interesaban, después de todo, no interesaban. Viajamos y dormimos y yo tuve algunas pesadillas de vuelta a casa. De pasar septiembre en un bar, del lado menos borracho de la barra. De que todo se vacíe de gente y se llene de cohetes y fiestas de pueblo. De esperar la facultad de antes, la facultad de entonces, cuando todavía no nos conocíamos. Porque al principio del verano todos somos otros. Porque los veranos también acaban.

Al Alba (a Alba)


Quiero que leas esto cuando ya nos separe la suficiente tierra (que nunca es suficiente), cuando ya no recorras estas calles y puedas pasar por estos días sólo con la punta de la memoria, no con este peso de recuerdos que abruma y ahoga ahora cada hora que hemos pasado. Hace calor, calor peninsular y ganas de otoño. Busca, busca aviones de noviembre que habrá algún vuelo que nos una. Hace calor, se pega al cuerpo y por entre los dedos, y ni siquiera eso puede una retenerlo. Da igual que Mula sea una pierna rota, que Toledo sea cuesta arriba. Da igual. Gracias por estos días. He aprendido por qué en las islas no hay invierno.

agosto 15, 2006

De viaje


La maleta destripada sobre la cama. Aún quedan prendas fuera, colgando de sus paredes, no sabes muy bien si llevarlas, si dejarlas. De repente todo te parece necesario, incluso cosas que no usas aquí. Decides hacerte una tila y tomarla mientras escuchas música boca arriba. Tiempo para pensar. No necesitas casi nada. Entonces temes encontrarte sola, encontrarte lejos, encontrarte mal. Y te da ese retortijón de viaje, de siempre. Dudas de tu capacidad de conocer gente, dudas de ti y temes que tu estilo, que tu ropa, tus libros... Libros, muchos libros, muchos más de los que te daría tiempo a leer aunque estuvieras en casa sin hacer nada. Pero es necesario. Como la música. Nunca se sabe lo que puede apetecerle a uno cuando está lejos. Y eso que sabes que los libros en albergues, en sitios así, viajes así, se abandonan por una charla con desconocidos o un paseo por la ciudad que aún no has visitado. Lo sabes, pero aún así los tratas de meter a presión y te da vergüenza llevar una maleta muy grande. Zapatos. Qué importantes los zapatos. Hay días en los que no apetece enseñar el pie. Hay otros en los que te encantaría ir descalza y lo más parecido a eso son las sandalias de cuero, casi piel, casi descalza. No sabes qué va a apetecerte. Y tienes que elegir, y te duele un poco la cabeza, por todo lo de anoche, y el espacio se te va haciendo pequeño. Así que ahora, la maleta destripada sobre la cama. Cuelgan algunas prendas que no sabes si, no sabes bien... El suelo lleno de zapatos entre los que hay que elegir, los CD's repartidos sobre mesas y demás muebles. Una moneda de cincuenta peniques que te habla de otro mes, otro viaje. Entonces sabes que en realidad no hace falta nada, casi nada. Paseo de agosto, paseo de noche y la maleta abierta sobre mis sábanas (mañana la acabo, aún quedan unas horas, mañana por la mañana, en un ratito). Ya la quitaré al venir.

agosto 10, 2006

Chica busca piso

Porque la casa tiene que ser amarilla, tiene que ser una casa. Amarilla por dentro, de luz amarilla, quieres decir, quiero decir. Sí, y las ventanas importan, claro que importan, porque fuera a veces tendrá que haber poca luz, para que vibre todo lo de dentro, sin encender las bombillas. Poca luz, esa luz azul, lila, no sé de qué color llamarla. Esa luz. Y es importante, claro que es lo más importante la ventana. El piano quizá no quepa. No importa. Es necesario que haya lámparas de pie. Lámparas por todas partes, con campanas tupidas. Lámparas que den la luz que necesitas. A veces no ver nada, a veces ver. Y un salón de esos que cuando veo desde el césped de algún parque, añoro. Uno de esos salones en los que nunca he estado, porque desde dentro ya no son lo mismo. Sólo los he visto desde otros lugares, desde mi cabeza, pero sé decir muy bien cómo son, o cómo imagino que son. Tienen el suelo caliente, aunque tengas los pies fríos (siempre los pies fríos...). Moqueta, o alguna de esas cosas de suelos que hacen que no duela la lluvia en casa. Las paredes del color más necesario, del color que más importe. Una vez probé el azul. Cuánto azul. Me ahogaba después, después del olor a pintura y tantos sueños de mar, me ahogaba el azul. Quizá ahora es el amarillo. El color ha de ser el necesario. Lo marrón es también importante. Y cómo las cortinas dejan, no dejan entrar la luz. Porque cortinas, claro, esta vez, cortinas. La otra vez eran niños de parque, justo enfrente. Ahora eso es secundario, no espero mirar tanto la calle. Y necesitamos un balcón, claro. Porque a veces es tan necesario uno de esos cigarros para los que no fumamos... Una de esas botellas que sujetamos un poco torpes, por las anteriores, con una mano mientras con la otra marcas el ritmo en la barandilla de la melodía que susurras. Ese es el balcón. A veces con gente, a veces solo. Es importante el balcón. Se te mezclan los tiempos, las personas, y es que es verdad, que te ha hecho ilusión, es verdad. Por eso tienes miedo, miedo a marcar el número de la casa amarilla, la casa, y que te digan que lo sienten, otra vez. Esta vez de verdad deseas que haya hueco para ti. De verdad quieres. Por eso tienes miedo y no quieres hacerte ilusiones, pensar en salones y luces verdes, o de colores que aún no conoces, tardes distintas. No quieres, pero reconoce que esta vez
estás ilusionada.

Y otra película de Woody Allen de fondo, de frente, y tú y tú sentados en el sofá, con la cabeza llena de otras tristezas y un ardor de estómago que echa de menos un poco de vino. Tiene que quedar algo bajo todo el polvo que cubre el salón. Hay días que no dejan ni rastro, y aunque ahora tengas ese puño agrio que quiere ser medio arcada, medio silencio de una vez, aunque ahora esa medio náusea de dos de la mañana, aunque... Ahora.

agosto 08, 2006

Feliz cumpleaños (o How I wish...)

No voy a decírtelo. Sabemos que existen algunas llamadas prohibidas. No voy a decírtelo, pero feliz cumpleaños. Te imagino en tu cuarto pequeño y amarillo. No puedo llamarte. Ni una postal, ni una de esas, nuestras cartas. No puedo. Y lo sabemos. Tus cuatro paredes y una botella de vodka, quizá. En Inglaterra no querían venderme alcohol. Será que tienes razón y soy pequeña. Hoy como nunca. He puesto el último CD que hiciste para mí. En realidad no buscaba más que a Pink Floyd, pero me topé con tantas tardes en una sola pista que he tenido que escucharlo despacio. En realidad, te imagino llorando. Pero no hablemos ahora de eso. No hablemos. Ya no se puede. Tiene que ser extraño cumplir los veintiuno hoy (imagino, desde mis dieciocho). Tiene que serlo, supongo, pero no hablemos de todo eso. Sólo quería decirte feliz cumpleaños y que puse el CD y tu letra verde (Música ya no tan cíclica) y mejor no hablamos ahora, aquí, de lo que ha venido después. Tú ya me entiendes, aunque no me leas. Me escuchas, me adivinas. Rien de rien. Sólo quería decirte, sin nada más, que ojalá tengas de verdad un feliz cumpleaños. Y que no llores por el año en el Líbano, por los planes de almohada, por todo lo que ya hemos llorado.